domingo, 19 de enero de 2014

Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo del pecado, cargándose las culpas de la humanidad, el Papa durante el Ángelus

Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el pasado domingo, hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado “ordinario”.

En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, cerca del rio Jordán.
Quien la describe es el testigo ocular, Juan Evangelista, que antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto con el hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores.
El Bautista ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado del alto, reconoce en Èl al enviado de Dios, por esto lo indica con estas palabras: «¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! » (Jn 1,29).El verbo que viene traducido con “quitar”, significa literalmente “levantar”, “tomar sobre sí”. Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué manera? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor que empuja al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene las características del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos, y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4), hasta morir sobre la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el rio de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que se pone en fila con los pecadores para hacerse bautizar, si bien no teniendo necesidad. Un hombre que Dios ha enviado al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento la palabra “cordero” se repite varias veces y siempre en referencia a Jesús. Esta imagen del cordero podría sorprender; de hecho, es un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez y se carga un peso tan oprimente. La enorme masa del mal viene quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y de amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí misma. El cordero no es dominador, sino dócil; no es agresivo, sino pacifico; no muestra las garras o los dientes frente a cualquier ataque, sino soporta y es remisivo.¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero significa no vivir como una “ciudadela asediada”, sino como una ciudad colocada sobre el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.(Traducción del italiano: Raúl Cabrera -Radio Vaticano)

Éste es el Hijo de Dios


  • Contexto bíblico
  • Juan Bautista presenta a Jesús a los judío. En los versículos anteriores, el evangelista Juan nos relata cómo se presenta Juan bautista ante una comisión de sacerdote y levitas, venidos de Jerusalén, para investigar la predicación y actividad del bautista. Él declaró abiertamente: Yo soy el Mesías (v. 19).

    Texto
  • Juan describe a Jesús. El relato no señala  qué personas presenta el Bautista a Jesús. Queriendo decir que su declaración y testimonio son para todas las personas de todos los tiempos.
  • Su testimonio no es fruto de una reflexión personal. Juan afirma: yo no lo conocía (vs. 31 y 33). Sino que reconoce que ha sido una inspiración y una "visión" del Espíritu cuando se posaba sobre Jesús en el momento del bautismo.

    1. ¿Quién es Éste?
    Juan presenta a Jesús como:
    a. Cordero de Dios (v. 29)
  • Este título hace referencia al "cordero pascual". El libro del Éxodo (12, 1-28) nos describe cómo los hebreos en Egipto se liberaron del exterminio por tener marcadas las puertas de sus casas con la sangre de los corderos.
  • Jesús será con su muerte el Cordero sacrificado a favor del pueblo. El que de hecho borrará todos los pecados del mundo. Jesús es el verdadero y definitivo Libertador de la esclavitud del pecado. En cada persona, que lo acepta por la fe, inicia esta purificación en el sacramento del bautismo.

    b. Hijo de Dios (v. 34)
  • Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne (v. 14). Con su Hijo Jesús, Dios entra definitivamente en la historia de los humanos. Su misión es liberar del pecado, como Cordero de Dios, y dar vida plena, como Hijo de Dios.
  • En ella (la Palabra) estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (v. 4). Y a cuantos la recibieron les dio la capacidad de ser hijos de Dios (v. 12). Ésta es la vida que da el Hijo de Dios encarnado: la misma vida de Dios.
  • El Evangelio de Juan fundamenta la acción de Jesús en la donación de la vida. Por eso, le presenta a Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida (14, 16).
  • Yo he venido para dar la vida a los hombres y para que la tengan en plenitud (Jn 10, 10).

    c. Ungido por el Espíritu (v. 32)
  • Jesús es el Mesías, que significa Ungido. Era costumbre en Israel de ungir con aceite a los sacerdotes, profetas y reyes. También Juan el Bautista ve a Jesús como el verdadero Mesías, que no recibe una unción con aceite, sino la unción del Espíritu. Jesús es el Elegido por Dios para manifestar su presencia total entre los hombres y consagrarlos a Dios.

    2. ¿Quién soy yo?

    a. Ungido por el Espíritu. Por el bautismo soy consagrado a Dios. Mi ser, cuerpo y espíritu, no me pertenecen. He recibido la condición de: sacerdote, profeta y rey.

    b. Hijo de Dios. El bautismo me regala esta segunda naturaleza: ser hijo de Dios, hermano de Jesús, el Hijo predilecto. En Jesús, soy perdonado y amado por el Padre. Con Él, puedo invocar a Dios como a mi verdadero Padre.

    c. Que quita el pecado del mundo. No sólo estoy llamado a alejar el pecado de mi vida sino a hacer posible que otros hermanos no lo cometan. Estoy llamado a trabajar por una familia, comunidad y sociedad donde brillen la justicia, la solidaridad, la ayuda y la entrega.
  • P. Martín Irure

    Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos


    Pidamos un corazón abierto para recibir la Palabra de Dios, el Papa el viernes en Santa Marta

    El don de ser hijos de Dios no se puede “vender” por un mal entendido sentido de “normalidad”, que induce a olvidar su Palabra y a vivir como si Dios no existiese. Fue la reflexión que el Papa Francisco propuso la mañana del viernes, durante la homilía de la Misa presidida en la Casa de Santa Marta.

    La tentación de querer ser “normales”, cuando en cambio se es hijo de Dios. Que en esencia quiere decir ignorar la Palabra del Padre y seguir sólo la humana, la “palabra del propio deseo”, escogiendo en cierto modo “vender” el don de una predilección para sumergirse en una “uniformidad mundana”.

     Esta tentación el pueblo judío del Antiguo Testamento la experimentó más de una vez, recordó el Santo Padre, que se detuvo en el episodio propuesto por el pasaje de la liturgia tomado del primer Libro de Samuel. En él, los jefes del pueblo piden al mismo Samuel, ya viejo, establecer para ellos un nuevo rey, de hecho pretendiendo autogobernarse. En aquel momento, observó el Pontífice, “el pueblo rechaza a Dios: no sólo no escucha la Palabra de Dios, sino que la rechaza”. Y la frase reveladora de este desapego, subrayó el Papa, es aquella proferida por los ancianos de Israel: queremos un “rey juez”, porque así “también nosotros seremos como todos los pueblos”. O sea, observó Francisco, “rechazan al Señor del amor, rechazan la elección y buscan el camino de la mundanidad”, de forma parecida a tantos cristianos de hoy:
    “La normalidad de la vida exige del cristiano fidelidad a su elección y no venderla para ir hacia una uniformidad mundana. Esta es la tentación del pueblo, y también la nuestra. Tantas veces, olvidamos la Palabra de Dios, aquello que nos dice el Señor, y tomamos la palabra que está de moda, ¿no?, también aquella de la telenovela está de moda, tomemos esa, ¡es más divertida! La apostasía es precisamente el pecado de la ruptura con el Señor, pero es clara: la apostasía se ve claramente. Esto es más peligroso, la mundanidad, porque es más sutil”.
    “Es verdad que el cristiano debe ser normal, como son normales las personas”, reconoció el Obispo de Roma, “pero – insistió – existen valores que el cristiano no puede tomar para sí. El cristiano debe retener sobre él la Palabra de Dios que le dice: ‘tú eres mi hijo, tú eres elegido, yo estoy contigo, yo camino contigo’”. Por lo tanto resistiendo a la tentación – como en el episodio de la Biblia – de considerarse víctimas de “un cierto complejo de inferioridad”, de no sentirse un “pueblo normal”:
    “La tentación viene y endurece el corazón y cuando el corazón es duro, cuando el corazón no está abierto, la Palabra de Dios no puede entrar. Jesús decía a los de Emaús: ‘¡Necios y lentos de corazón!’. Tenían el corazón duro, no podían entender la Palabra de Dios. Y la mundanidad ablanda el corazón, pero mal: un corazón blando ¡jamás es una cosa buena! El bueno es el corazón abierto a la Palabra de Dios, que la recibe. Como la Virgen, que meditaba todas estas cosas en su corazón, dice el Evangelio. Recibir la Palabra de Dios para no alejarse de la elección”.
    Pidamos, entonces – concluyó el Papa Francisco – “la gracia de superar nuestros egoísmos: el egoísmo de querer hacer de las mías, como yo quiero”:
    “Pidamos la gracia de superarlos y pidamos la gracia de la docilidad espiritual, o sea abrir el corazón a la Palabra de Dios y no hacer como han hecho estos nuestros hermanos, que cerraron el corazón porque se alejaron de Dios y desde hacía tiempo no sentían y no entendían la Palabra de Dios. Que el Señor nos de la gracia de un corazón abierto para recibir la Palabra de Dios y para meditarla siempre. Y de ahí tomar el verdadero camino”.