sábado, 19 de enero de 2013

SAN MATEO, POR BENEDICTO XVI

Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa "don de Dios". El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: "el publicano" (Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y le siguió" (Mt 9, 9). También san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman "Leví". Para imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.


Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm (cf. Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2, 13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente "junto al mar" (Mt 4, 13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de "publicanos y pecadores" (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de "publicanos y prostitutas" (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como "jefe de publicanos, y rico" (Lc 19, 2), mientras que la opinión popular los tenía por "hombres ladrones, injustos, adúlteros" (Lc 18, 11). 

Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: "No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mc 2, 17). 

La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, "el publicano (...) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!"". Y Jesús comenta: "Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 18, 13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.


A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, "pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca" (In Matth. Hom.: PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario. 

Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: "Él se levantó y lo siguió". La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios. 

Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19, 21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este "levantarse" se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús. 

Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías: "Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo" (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato: "Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba" (ib., III, 24, 6). 

Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión. 

Conversión a Dios


Éxodo 3,1-15: Yo Soy me envía a vosotros. 

Sal 102: El Señor es compasivo y misericordioso. 

1 Corintios 10,1-6.10-12: La vida del pueblo en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro. 

Lucas 13, 1-9 :Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

“Convertíos a Mí de todo corazón” Es un confrontarse con el mismo Dios, tal como nos lo mostraban estas lecturas. 

Yo Soy (Yahvé):

Dios es indefinible, el hombre no puede usar su santo nombre en vano; ante Él hay que descalzarse las sandalias. ¿Quién es Dios para mí? ¿Cómo me pongo delante de Él ¿Le adoro y amo sobre todas las cosas?

Zarza que no se extingue:

Se trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear en el corazón de la historia y de cada ser humano, para purificarlo. ¿? ¿Arde mi corazón ante su presencia y la escucha de su Palabra? 

El Dios Libertador:

Él ve la opresión de su pueblo, y oye su lamento; no es indiferente a su esclavitud, viene a liberarlo y a darle la Tierra prometida. ¿Experimento que Dios está atento a mis problemas? ¿Le presento en la oración mis sufrimientos y los de los hombres? 

Un Dios “Celoso”:

Dios desea ardientemente la conversión del pecador, y sabe esperar antes de intervenir con su justicia. Como buen Labrador exige a su viña que dé higos, si no, la cortará. Porque, çomo nos dice el evangelio, “si no os convertís, pereceréis!” ¿Siento a Dios “celoso” de mi amor? ¿La exigencia de Dios me hace crecer o me frena y aleja de El? ¿La fe me libera o me oprime? 

Un Dios Pedagogo:

Es un Dios providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos en pie. Esa historia es para todos nosotros invitación fuerte a la conversión: “Todo esto se escribió para escarmiento vuestro.” ¿Veo en mi vida concreta a Dios? ¿Miro mis experiencias pasadas como historia de salvación? ¿Cómo me enseña Dios a través de la vida? 

Un Dios Paciente:

Dios sabe que convertirse de verdad no es fácil, ni cosa de horas o días. Porque conoce el interior del hombre, Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la conversión; “Déjala todavía un año, a ver si da fruto.” ¿Cómo experimento la paciencia de Dios conmigo? ¿Me ayuda a aceptarme? 

Dios Compasivo y Misericordioso:

El Dios que nos trae Jesús, sobre todo, es Padre. “El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades”; “rescata tu vida de la fosa, te colma de gracia y de ternura”. “Hace justicia y defiende a los oprimidos”; “enseña sus caminos”. Es “lento a la cólera y rico en clemencia”. Por eso “bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.” ¿Me conmueve su ternura y su clemencia? ¿Es de ver dad para mí compasivo y misericordioso? ¿Tengo presentes sus beneficios? 

Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios. 

Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades;
Él rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura. 

El Señor hace justicia / y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés / y sus hazañas a los hijos de Israel 

El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en clemencia;
como se levanta el cielo sobre la tierra, / se levanta su bondad sobre sus fieles.