lunes, 4 de enero de 2016

Año de la misericordia: de la celebración a la práctica. Más que predicarla, hay que practicarla


"La misericordia sana por dentro"
En los templos, en las oficinas parroquiales, en estampas y volantes,el mundo católico ha empezado a celebrar el Año de la Misericordia.
Lo que vale es el anuncio del Año de la Misericordia, una de las buenas intuiciones del papa Francisco. El sabe que este mundo afiebrado necesita más de la misericordia que de las reuniones de los poderosos para acordar reducciones de armamentos, resoluciones que nunca se cumplen.
Ya las Escrituras bíblicas proclamaban como palabra de Dios: "misericordia quiero y no ofrendas de sacrificios rituales".
Es que la misericordia es una actitud humana tan equiparable a la divina que se llegan a confundir como una sola respuesta ante determinadas situaciones. Debemos ser misericordiosos porque Dios es misericordioso. ¿No estamos hechos, según nuestra fe cristiana, a imagen y semejanza de Dios?
La misericordia es generosidad. A veces se la confunde con la compasión, incluso con un sentimiento de pena al comprobar las dolencias del prójimo. Pero es mucho más que eso. Es tener el corazón solidario hacia todos aquellos que avanzan con nosotros en los caminos de la vida, con aquellos que son nuestros compañeros de ruta. Y el corazón solidario no solamente se activa ante un dolor sino que se expresa en el cuidado permanente del prójimo.

La misericordia, más que predicarla, hay que practicarla. Pero nunca suple a la justicia. Hay quienes creen que la misericordia ampara perdonazos generales de los culpables de situaciones injustas, que afectan a los otros. No es así. La verdadera misericordia respeta a la virtud de la justicia que establece las normas de convivencia social.
La justicia ubica a cada cual en sus derechos y obligaciones. Si se viola esa ecología social, se deben asumir las consecuencias. La culpa debe ser reconocida como tal y debe recibir la sanción correspondiente. Pero el que cometió el error, por perversidad, por ingenuidad, por ignorancia o por vileza, podrá recibir el bálsamo de la misericordia, por pura gracia, en la medida que quiera aceptarla. La misericordia no solamente cubre nuestros errores sino que nos sana por dentro al sentirnos abrazados en lugar de ser castigados.
El "pecado" como llamamos a las injusticias que nos perjudican personal y socialmente, debe ser reparado, pero siempre será superado por la misericordia de aquel que nos ama como una madre.

El Año de la Misericordia ha sido una feliz iniciativa para este tiempo de tantos enfrentamientos. Pero más que una celebración deberá ser una práctica habitual, que no dure un año, sino toda la vida.
José Agustín Cabré

Año 2016: amor más allá de la misericordia.


El término «misericordia» está compuesto por dos palabras: miseria y corazón. El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que abraza la miseria de la persona humana. Estas palabras del Papa sitúan en su justo lugar a la misericordia: es una forma de amar, que se despliega a la vista de la necesidad del prójimo. Pero el amor no se agota en la misericordia. Hace posible la misericordia, pero no se reduce a ella. El ideal del amor cristiano no es la misericordia. San Agustín tiene un texto iluminador a este respecto: “No debemos desear que haya pordioseros para ejercer con ellos las obras de misericordia. Das pan al hambriento, pero mejor sería que nadie tuviese hambre, y así no darías a nadie de comer… Quita los indigentes y cesarán las obras de misericordia. Cesarán las obras de misericordia, ¿pero acaso se apagará el fuego de la caridad?”. San Agustín termina diciendo que el auténtico amor no es el que damos al necesitado, sino el amor entre iguales. En cierto modo, cuando socorremos al necesitado nos ponemos por encima de él.

Estas reflexiones de san Agustín inciden en un aspecto importante de la relación entre amor y misericordia y nos hacen caer en la cuenta de que el auténtico amor es el que se da entre iguales. Por eso Dios, para amarnos como no se podía amar más, se hizo uno de nosotros. Es posible decir que el amor de Dios empieza siendo misericordioso, porque él tiene la iniciativa de despojarse de su categoría de Dios y hacerse uno de nosotros. Pero esta misericordia divina se diría que queda superada una vez que Dios se ha hecho uno de nosotros y se ha puesto a nuestro nivel. Entonces el amor entre Dios y el hombre, manifestado en Cristo, adquiere la categoría de amistad.

La misericordia tiene muchas vertientes. El año jubilar puede ser una estupenda ocasión para profundizar en ellas. Siempre es fruto del amor, pero el amor no se queda en el mero socorrer la indigencia. Busca una relación en la que no pueda decirse: te amo por lo que me das (o sea, me amas porque necesitas mis bienes). Este amar sin ambicionar las riquezas del otro, solo es posible si los amantes están en un plano de igualdad. Si hay necesidad no es de los bienes del otro, sino del otro como bien al que mi corazón amante le desea bien sin buscar compensación alguna. Esta igualdad entre los amantes, que se necesitan por sí mismos, pero no por lo que se pueden dar, es condición de perfección del amor. Incluso en el caso del Dios que perdona los pecados, su amor va más allá del perdón, pues este perdón es el primer paso para que el pecador pueda convertirse en amigo y en hijo. También ahí la misericordia del perdón queda superada para entrar en una relación de amor, en cierto modo entre iguales.

Las penosas urgencias de muchos hacen necesaria la misericordia. Pero es preciso caminar hacia un mundo en el que haya cada vez menos penosas urgencias, para que sea posible el mejor amor. El mejor amor es gratuito y desinteresado.
Martín Gelabert Ballester

Hemos encontrado al Mesías


Lectura del santo evangelio según San Juan 1, 35-42
En aquel tiempo,estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«¿Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron en él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».
Palabra del Señor.