"La
misericordia sana por dentro"
En los templos, en las oficinas parroquiales, en estampas y volantes,el mundo católico ha empezado a celebrar el Año de la Misericordia.
Lo que vale es el anuncio del Año de la Misericordia,
una de las buenas intuiciones del papa Francisco. El sabe que este
mundo afiebrado necesita más de la misericordia que de las reuniones de los
poderosos para acordar reducciones de armamentos, resoluciones que nunca se
cumplen.
Ya las Escrituras bíblicas proclamaban como palabra de Dios: "misericordia quiero y no ofrendas de sacrificios rituales".
Ya las Escrituras bíblicas proclamaban como palabra de Dios: "misericordia quiero y no ofrendas de sacrificios rituales".
Es que la misericordia es una actitud humana tan
equiparable a la divina que se llegan a confundir como una sola
respuesta ante determinadas situaciones. Debemos ser misericordiosos porque
Dios es misericordioso. ¿No estamos hechos, según nuestra fe cristiana, a
imagen y semejanza de Dios?
La misericordia es generosidad. A
veces se la confunde con la compasión, incluso con un sentimiento de pena al
comprobar las dolencias del prójimo. Pero es mucho más que eso. Es tener el
corazón solidario hacia todos aquellos que avanzan con nosotros en los caminos
de la vida, con aquellos que son nuestros compañeros de ruta. Y el corazón
solidario no solamente se activa ante un dolor sino que se expresa en el
cuidado permanente del prójimo.
La misericordia, más que predicarla, hay que practicarla. Pero nunca suple a la justicia. Hay quienes creen que la
misericordia ampara perdonazos generales de los culpables de situaciones
injustas, que afectan a los otros. No es así. La verdadera misericordia respeta
a la virtud de la justicia que establece las normas de convivencia social.
La justicia ubica a cada cual en sus derechos y obligaciones. Si se viola
esa ecología social, se deben asumir las consecuencias. La culpa debe ser
reconocida como tal y debe recibir la sanción correspondiente. Pero el que
cometió el error, por perversidad, por ingenuidad, por ignorancia o por vileza, podrá recibir el bálsamo de la misericordia, por pura
gracia, en la medida que quiera aceptarla. La misericordia no solamente cubre
nuestros errores sino que nos sana por dentro al sentirnos abrazados en lugar
de ser castigados.
El "pecado" como llamamos a las injusticias que nos perjudican
personal y socialmente, debe ser reparado, pero siempre será superado
por la misericordia de aquel que nos ama como una madre.
El Año de la Misericordia ha sido una feliz iniciativa para este tiempo de
tantos enfrentamientos. Pero más que una celebración deberá
ser una práctica habitual, que no dure un año, sino toda la vida.
José Agustín Cabré