El término «misericordia» está compuesto por dos palabras: miseria y
corazón. El corazón indica la capacidad de amar; la misericordia es el amor que
abraza la miseria de la persona humana. Estas palabras del Papa sitúan en su
justo lugar a la misericordia: es una forma de amar, que se despliega a la
vista de la necesidad del prójimo. Pero el amor no se agota en la misericordia.
Hace posible la misericordia, pero no se reduce a ella. El ideal del amor
cristiano no es la misericordia. San Agustín tiene un texto iluminador a este
respecto: “No debemos desear que haya pordioseros para ejercer con ellos las
obras de misericordia. Das pan al hambriento, pero mejor sería que nadie
tuviese hambre, y así no darías a nadie de comer… Quita los indigentes y
cesarán las obras de misericordia. Cesarán las obras de misericordia, ¿pero
acaso se apagará el fuego de la caridad?”. San Agustín termina diciendo que el
auténtico amor no es el que damos al necesitado, sino el amor entre iguales. En
cierto modo, cuando socorremos al necesitado nos ponemos por encima de él.
Estas reflexiones de san Agustín inciden en un aspecto importante de la
relación entre amor y misericordia y nos hacen caer en la cuenta de que el
auténtico amor es el que se da entre iguales. Por eso Dios, para amarnos como
no se podía amar más, se hizo uno de nosotros. Es posible decir que el amor de
Dios empieza siendo misericordioso, porque él tiene la iniciativa de despojarse
de su categoría de Dios y hacerse uno de nosotros. Pero esta misericordia
divina se diría que queda superada una vez que Dios se ha hecho uno de nosotros
y se ha puesto a nuestro nivel. Entonces el amor entre Dios y el hombre,
manifestado en Cristo, adquiere la categoría de amistad.
La misericordia tiene muchas vertientes. El año jubilar puede ser una
estupenda ocasión para profundizar en ellas. Siempre es fruto del amor, pero el
amor no se queda en el mero socorrer la indigencia. Busca una relación en la
que no pueda decirse: te amo por lo que me das (o sea, me amas porque necesitas
mis bienes). Este amar sin ambicionar las riquezas del otro, solo es posible si
los amantes están en un plano de igualdad. Si hay necesidad no es de los bienes
del otro, sino del otro como bien al que mi corazón amante le desea bien sin
buscar compensación alguna. Esta igualdad entre los amantes, que se necesitan
por sí mismos, pero no por lo que se pueden dar, es condición de perfección del
amor. Incluso en el caso del Dios que perdona los pecados, su amor va más allá
del perdón, pues este perdón es el primer paso para que el pecador pueda
convertirse en amigo y en hijo. También ahí la misericordia del perdón queda
superada para entrar en una relación de amor, en cierto modo entre iguales.
Las penosas urgencias de muchos hacen necesaria la misericordia. Pero es
preciso caminar hacia un mundo en el que haya cada vez menos penosas urgencias,
para que sea posible el mejor amor. El mejor amor es gratuito y desinteresado.
Martín Gelabert Ballester
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