«El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se
resume en el amor a Dios y al prójimo. (...) Jesús, citando el libro del
Deuteronomio, dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero».
Y hubiese podido detenerse aquí. En cambio, Jesús añadió algo que no le había
preguntado el doctor de la ley. Dijo: «El segundo es semejante a él: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo».
Tampoco este segundo mandamiento Jesús lo inventa, sino que lo toma del libro
del Levítico. Su novedad consiste precisamente en poner juntos estos dos
mandamientos —el amor a Dios y el amor al prójimo— revelando que ellos son
inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla.
No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin
amar a DioS (...) En efecto, el signo visible que el cristiano puede mostrar
para testimoniar al mundo y a los demás, a su familia, el amor de Dios es el
amor a los hermanos.
El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está en la
cima de la lista de los mandamientos. Jesús no lo puso en el vértice, sino en
el centro, porque es el corazón desde el cual todo debe partir y al cual todo
debe regresar y hacer referencia.
Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es
santo, comprendía también el deber de hacerse cargo de las personas más
débiles, como el extranjero, el huérfano, la viuda (cf. Ex 22, 20-26). Jesús
conduce hacia su realización esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su
carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.
Ahora, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la
fe es el alma del amor. Ya no podemos separar la vida religiosa, la vida de
piedad del servicio a los hermanos, a aquellos hermanos concretos que
encontramos.
No podemos ya dividir la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la
escucha del otro, de la proximidad a su vida, especialmente a sus heridas.
Recordad esto: el amor es la medida de la fe. ¿Cuánto amas tú? Y cada uno se da
la respuesta. ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del
amor.
El Rostro de Dios se refleja en muchos rostros, porque en el rostro de cada
hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está
presente la imagen misma de Dios. Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos
a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Dios:
¿somos capaces de hacer esto?».
(Papa Francisco, Ángelus del 26 de octubre de 2014)