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miércoles, 15 de marzo de 2017
COMENTARIO DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (20, 17-28)
Santiago, hermano de Juan.
Por el Evangelio conocemos el nombre de su padre y conocemos también a su madre. Sabemos que ella intervino ante Jesús en favor de sus hijos: «que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mt 20, 21).
La madre se preocupó por asegurar el futuro de sus hijos. Observaba todo lo que Jesús hacía: había visto el poder divino que acompañaba a su misión. Creía ciertamente que El era el Mesías anunciado por los profetas. El Mesías que iba a restablecer el reino de Israel (cf. Hch 1, 6).
No hay que maravillarse de la actitud de esta madre. No hay que maravillarse de una hija de Israel que amaba a su pueblo. Y amaba a sus hijos. Deseaba para ellos lo que consideraba un bien.
He aquí a Santiago, hijo de Zebedeo, pescador como su padre y su hermano; hijo de una madre decidida.
Santiago siguió a Jesús de Nazaret cuando el Maestro, respondiendo a la pregunta de su madre, les dijo: «¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» (Mt 20, 22). Santiago y su hermano Juan responden sin dudar: «Lo somos» (ib.).
Esta no es una respuesta calculada, sino llena de confianza.
Santiago no sabía aún, y en todo caso no lo sabía totalmente, qué significaba este «cáliz». Cristo hablaba del cáliz que El mismo había de beber: el cáliz que había recibido del Padre.
Llegó el momento en que Cristo llevó a cabo lo que había anunciado antes: bebió hasta la última gota el cáliz que el Padre le habla dado.
Verdaderamente, en el Gólgota Santiago no estaba con su Maestro. Tampoco estaban Pedro ni los demás Apóstoles. Junto a la Madre de Cristo permaneció únicamente Juan; solamente él.
Sin embargo, más tarde todos comprendieron ―y Santiago comprendió― la verdad sobre el «cáliz». Comprendió que Cristo había de beberlo hasta la última gota. Comprendió que era necesario que sufriera todo eso; que sufriera la muerte de cruz...
Cristo, en efecto, el Hijo de Dios, «no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28).
¡Cristo es el servidor de la Redención humana!
Por esto: «el que quiera ser grande de entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20, 26).
A través de los siglos gente de muchas ciudades y de muchas naciones ha venido en peregrinación hasta aquí; hasta el Apóstol al que Cristo había dicho: «mi cáliz lo beberás».
Han peregrinado los jóvenes para aprender junto a la tumba del Apóstol aquella verdad evangélica: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor».
En estas palabras se encuentra el criterio esencial de la grandeza del hombre. Este criterio es nuevo Así fue en tiempos de Cristo y lo sigue siendo después de dos mil años.
Este criterio es nuevo. Supone una transformación, una renovación de los criterios con que se guía el mundo. «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros» (Mt 20, 25-26).
El criterio con el que se guía el mundo es el criterio del éxito. Tener el poder... Tener el poder económico para hacer ver la dependencia de los demás. Tener el poder cultural para manipular las conciencias. ¡Usar... y abusar!
Tal es el «espíritu de este mundo».
¿Quiere esto decir acaso que el poder en sí mismo es malo? ¿Quiere esto decir que la economía ―la iniciativa económica― es en sí misma mala?
¡No! De ninguna manera. Una y otra cosa pueden ser también un modo de servir. Este es el espíritu de Cristo, la verdad del Evangelio. Esta verdad y este espíritu están expresados en la Catedral de Santiago de Compostela por el Apóstol, que ―según el deseo de su madre― debía ser el primero, pero ―siguiendo a Cristo― se convirtió en servidor.
Por qué estáis aquí vosotros jóvenes de los años noventa y del siglo veinte? ¿No sentís acaso también dentro de vosotros «el espíritu de este mundo», en la medida en que esta época, rica en medios del uso y del abuso, lucha contra el espíritu del Evangelio?
¿No venís aquí tal vez para convenceros definitivamente de que «ser grandes» quiere decir «servir»? Pero. . . ¿estáis dispuestos a beber aquel cáliz? ¿Estáis dispuestos a dejaros penetrar por el cuerpo y sangre de Cristo, para morir al hombre viejo que hay en nosotros y resucitar con El? ¿Sentís la fuerza del Señor para haceros cargo de vuestros sacrificios, sufrimientos y «cruces» que pesan sobre los jóvenes desorientados acerca del sentido de la vida, manipulados por el poder, desocupados, hambrientos, sumergidos en la droga y la violencia, esclavos del erotismo que se propaga por doquier...? Sabed que el yugo de Cristo es suave... Y que sólo en El tendremos el ciento por uno, aquí y ahora, y después la vida eterna.
SANTA MISA EN EL MONTE DEL GOZO. HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 20 de agosto de 1989
Lo condenarán a muerte
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda»
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
-«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús, les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Palabra del Señor.
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