«Cuatro
personas llevan en una camilla a un paralítico a la presencia de Jesús, que, al
ver su fe, dice al paralítico: "Hijo, tus pecados quedan perdonados".
Al obrar así,
Jesús muestra que quiere sanar, ante todo, el espíritu. El paralítico es imagen
de todo ser humano al que el pecado impide moverse libremente, caminar por la
senda del bien, dar lo mejor de sí.
En efecto, el
mal, anidando en el alma, ata al hombre con los lazos de la mentira, la ira, la
envidia y los demás pecados, y poco a poco lo paraliza. Por eso Jesús,
suscitando el escándalo de los escribas presentes, dice primero: "Tus
pecados quedan perdonados", y sólo después, para demostrar la autoridad
que le confirió Dios de perdonar los pecados, añade: "Levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa", y lo sana completamente.
El mensaje es claro: el hombre, paralizado por
el pecado, necesita la misericordia de Dios que Cristo vino a darnos, para que,
sanados en el corazón, toda nuestra existencia pueda renovarse.
También hoy la humanidad lleva en sí los
signos del pecado que le impide progresar con agilidad en los valores de
fraternidad, justicia y paz, a pesar de los propósitos hechos en solemnes
declaraciones. ¿Por qué? ¿Qué es lo que entorpece su camino? ¿Qué es lo que
paraliza este desarrollo integral?
Sabemos bien que, en el plano histórico, las
causas son múltiples y el problema es complejo. Pero la palabra de Dios nos invita
a tener una mirada de fe y a confiar, como las personas que llevaron al
paralítico, a quien sólo Jesús puede curar verdaderamente. (…)
Sólo el amor
de Dios puede renovar el corazón del hombre, y la humanidad paralizada sólo
puede levantarse y caminar si sana en el corazón. El amor de Dios es la
verdadera fuerza que renueva al mundo.
Invoquemos juntos la intercesión de la Virgen
María para que todos los hombres se abran al amor misericordioso de Dios, y así
la familia humana pueda sanar en profundidad de los males que la afligen».
Benedicto
XVI, Ángelus del 19 de febrero de 2006