domingo, 21 de febrero de 2016

LA IDENTIDAD

El secreto de la vida de Jesús es la relación con su Padre Dios, manifestado en el Monte Alto, con la declaración: “Este es mi Hijo, el amado”. El mosaico del Monte Tabor representa la Transfiguración de Jesús, quien se reviste de luz, al mismo tiempo que anticipa su Pasión, clara alusión al Misterio Pascual.
Texto bíblico: Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz, desde la nube decía: -«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
El papa Francisco alude al Misterio Pascual: “En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor, que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia”.
Pensamiento: Vivimos una Pascua continua y sucesiva. La experiencia de debilidad y de misericordia nos permite gustar la muerte y la vida; la oscuridad y la luz; el peso y la liberación de nuestras culpas.
ORACIÓN: No hemos recibido un espíritu de siervos, para recaer en el temor. Este mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos también heredero, coherederos con Cristo, herederos de Dios.
PROPUESTA
No te olvides nunca de que Dios te reconoce, en Jesucristo, como su propio hijo, a quien siempre puedes acudir e invocar como Padre. Dice el texto evangélico: ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11, 11-13).

 Ángel Moreno de Buenafuente

Escuchar sólo a Jesús


escena es considerada tradicionalmente como «la transfiguración de Jesús». No es posible reconstruir con certeza la experiencia que dio origen a este sorprendente relato, solo sabemos que los evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.
En un primer momento, el relato destaca la transformación de su rostro y, aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como representantes de la ley y los profetas respectivamente, solo el rostro de Jesús permanece transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.

Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón.

La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de Jesús: «Este es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.

Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las comunidades cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar al resto de los libros bíblicos.
Hay algo que solo en ellos podemos encontrar: el impacto causado por Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Son «relatos de conversión» que invitan al cambio, al seguimiento a Jesús y a la identificación con su proyecto.
Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en esa actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.
José Antonio Pagola


EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN

Del Salmo 26:

El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?


El Señor es mi luz y mi salvación

Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi Rostro.»


El Señor es mi luz y mi salvación

Tu Rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu Rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que Tú eres mi auxilio.


El Señor es mi luz y mi salvación

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
 ten ánimo, espera en el Señor.

El Señor es mi luz y mi salvación

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS EN EL MONTE TABOR

En Cesarea de Filipo, al norte de Palestina, Pedro dijo a Jesús que era el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y Jesús le prometió a Pedro el Primado de la Iglesia. Desde entonces, recuerda San Mateo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día.
Pocos días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. San Lucas puntualiza que hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué hermoso es estarnos aquí! Si quieres, haré tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, el predilecto, en quien me complazco. Escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y les dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Poco tiempo después Jesús les anunció de nuevo su Pasión: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará».
Así pues, «Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el monte Tabor. La gloria de la divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo "escuchen" y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo».
De la nube, que es símbolo y revelación de la presencia de Dios, salió una voz divina que, al igual que en el Jordán, atestiguaba que Jesús es el Hijo amado y único de Dios. La voz del cielo constituye el elemento central de la escena del Tabor, y va dirigida expresamente a los discípulos, para quienes significaba una confirmación divina de la mesianidad de Jesús, afirmada poco antes por Pedro y ratificada por el propio Cristo. El «Escuchadle», que resuena aquí y no en el Bautismo, se refiere a toda la actividad doctrinal de Jesús, cuya personalidad ha quedado divinamente garantizada y definida.
Santo Tomás de Aquino comenta que en la Transfiguración «apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa». Y una plegaria de la liturgia bizantina dice al Señor Jesús: «Tú te transfiguraste en la montaña, y tus discípulos, en la medida en que eran capaces, contemplaron tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que, cuando te vieran crucificado, comprendieran que tu Pasión era voluntaria, y anunciaran al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre»

«Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 28b-36  

En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar.

Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: - «Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

No sabía lo que decía.

Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra.

Se llenaron de temor al entrar en la nube.

Y una voz desde la nube decía: - «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».

Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo
.
Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.Palabra del Señor.

Audiencia Jubilar del Papa: “Misericordia y compromiso de vida son testimonio de nuestra fe en Cristo”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Jubileo de la Misericordia es una verdadera oportunidad para entrar en profundidad dentro del misterio de la bondad y el amor de Dios. En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a conocer siempre más al Señor Jesús, y a vivir de manera coherente la fe con un estilo de vida que exprese la misericordia del Padre. Es un compromiso que estamos llamados a asumir para ofrecer a cuantos encontramos el signo concreto de la cercanía de Dios. Es decir, mi vida, mi actitud, el modo de ir por la vida debe ser un signo concreto de que Dios está cerca de nosotros. Pequeños gestos de amor, de ternura, de cuidado, que hacen pensar que el Señor está con nosotros, está cerca de nosotros. Y así se abre la puerta de la misericordia.
Hoy quisiera detenerme brevemente a reflexionar con ustedes sobre el tema de esta palabra que he dicho: el tema del compromiso. ¿Qué cosa es un compromiso? Y ¿qué cosa significa comprometerse? Cuando me comprometo, quiere decir que asumo una responsabilidad, una tarea con alguno; y significa también el estilo, la actitud de fidelidad y entrega, de particular atención con el cual llevo adelante esta tarea. Cada día nos piden poner empeño en las cosas que hacemos: en la oración, en el trabajo, en el estudio, pero también en el deporte, en las actividades libres … Comprometerse, quiere decir poner nuestra buena voluntad y nuestras fuerzas para mejorar la vida.
Y también Dios se ha comprometido con nosotros. Su primer compromiso ha sido aquel de crear el mundo, y no obstante nuestros atentados para destruirlo – y son tantos –, Él se compromete por mantenerlo vivo. Pero su compromiso más grande ha sido aquel de donarnos a Jesús. ¡Este es el gran compromiso de Dios! Sí, Jesús es justamente el compromiso extremo que Dios ha asumido en favor nuestro. Lo recuerda también San Pablo cuando escribe que Dios «no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom 8,32). Y, en virtud de esto, junto a Jesús el Padre nos donará cada cosa de la cual tenemos necesidad.
Y ¿cómo se ha manifestado este compromiso de Dios por nosotros? Es muy fácil verificarlo en el Evangelio. En Jesús, Dios se ha comprometido completamente para restituir esperanza a los pobres, a cuantos estaban privados de dignidad, a los extranjeros, a los enfermos, a los prisioneros, y a los pecadores que acogía con bondad. En todo esto, Jesús era expresión viviente de la misericordia del Padre. Y quisiera referirme a esto: Jesús acogía con bondad a los pecadores. Si nosotros pensamos en modo humano, el pecador sería un enemigo de Jesús, un enemigo de Dios, pero Él se acerca a ellos con bondad, los amaba y cambiaba a ellos el corazón. Todos nosotros somos pecadores: ¡todos! Todos tenesmo delante de Dios alguna culpa. Pero debemos tener confianza: Él se acerca para darnos conforto, la misericordia, el perdón. Es este el compromiso de Dios y para esto ha enviado a Jesús: para acercarnos a nosotros, a todos nosotros y abrir la puerta de su amor, de su corazón, de su misericordia. Y esto es muy bello. ¡Muy bello!
A partir del amor misericordioso con el que Jesús ha expresado el compromiso de Dios, también nosotros podemos y debemos corresponder a su amor con nuestro compromiso. Y esto sobre todo en las situaciones de mayor necesidad, donde hay más sed de esperanza. Pienso – por ejemplo – en nuestro compromiso con las personas abandonadas, con aquellos que cargan pesadas minusvalías, con los enfermos graves, con los moribundos, con los que no son capaces de manifestar reconocimiento…  En todas estas realidades nosotros llevamos la misericordia de Dios a través de un compromiso de vida, que es testimonio de nuestra fe en Cristo. Debemos siempre llevar aquella caricia de Dios – porque Dios nos ha acariciado con su misericordia – llevarla a los demás, a aquellos que tienen necesidad, a aquellos que tienen un sufrimiento en el corazón o están tristes: acercarnos con aquella caricia de Dios, que es la misma que Él ha dado a nosotros.
Que este Jubileo pueda ayudar a nuestra mente y a nuestro corazón a tocar con la mano el compromiso de Dios por cada uno de nosotros, y gracias a esto transformar nuestra vida en un compromiso de misericordia para todos.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera / Renato Martinez – Radio Vaticano)