viernes, 8 de marzo de 2013

La soledad



Hay dos tipos de soledad... 
por ejemplo, está la soledad de quien se aparta de todo para estar consigo mismo y entrar en el silencio del corazón... 
esa soledad es necesaria para escuchar la voz de Dios hablándonos en nuestro interior... 
y esa es la soledad que buscaba Jesús cuando se apartaba de sus discípulos en la madrugada para sumergirse en una oración profunda con el Padre...

Pero hay otra clase de soledad que es dolorosa y nos hace sufrir... 
es la soledad de no sentirse amado... 
de creer que no le importamos a nadie... 
que somos invisibles para quienes nos rodean... 
o peor aún, que nos rechazan o desprecian... 
esa es la soledad que sintió Jesús en la cruz... 
donde aquellos que por tres años le siguieron, escuchando sus palabras y viendo los signos que realizaba... 
cuando llegó el momento de la prueba le dejaron solo... 
más aún, la soledad de haber cargado sobre sí los pecados de todos los hombres... 
que por un instante le hicieron sentir hasta la soledad de estar apartado del Padre...

Hoy te invito a orar por todos aquellos que se sienten solos en este momento... 
pidiéndole al Señor que derrame su Amor en sus corazones y les permita experimentar el abrazo de un Dios cercano, que estuvo dispuesto a dar su vida por ellos...
De "Tengo sed de Ti"

Renuncia de Benedicto XVI

Un interesante artículo de la revista Criterio

Editorial: Los caminos que abre una renuncia

por Consejo de redacción ·
¿Por qué sorprendió tanto la renuncia de Benedicto XVI si se había expresado más de una vez sobre esa posibilidad, que además está contemplada en el Código de Derecho Canónico? Acaso por la relevancia histórica que significa tomar una decisión que atañe a la praxis y a la concepción misma del ejercicio de la autoridad del pontífice en la Iglesia católica. También sorprendió la distancia que separa el final de los dos últimos papados; Juan Pablo II jamás había contemplado esta posibilidad: “Sólo si Cristo se hubiera bajado de la cruz, yo tendría derecho a renunciar”. Los argumentos de Benedicto XVI son quizás más cercanos a la mentalidad contemporánea, y marcan un cambio radical para la Iglesia: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Y señaló que “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. El acento está puesto en el análisis racional de sus fuerzas y en su conciencia. Este Papa que no ha temido mostrar su debilidad, decidió ahorrarnos una repetición de la etapa final tan larga como preocupante de su antecesor, pero no se ha bajado de la cruz sino que ha sabido discernir y abrazar la cruz que hoy se le presenta.
Resulta parcial un análisis meramente sociológico o político del trascendental gesto. Se nos impone una apertura al misterio de la gracia, a la significación espiritual y teológica del paso emprendido por Benedicto XVI. Ciertamente la Iglesia es susceptible de ser considerada como otras instituciones, con sus razones y sus conflictos, con sus tradiciones y sus circunstancias políticas, pero no deberíamos perder de vista su íntimo carácter religioso.

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