domingo, 26 de marzo de 2017

26 de marzo: san Braulio de Zaragoza, obispo



Se desconoce la cuna, niñez y juventud del santo; pero consta que ya en el año 626 es obispo de Zaragoza.
Participó en la corriente de pensamiento y acción isidoriana que tanto influyó en la cultura de su época y aún en tiempos posteriores. De hecho, fue discípulo de san Isidoro, obispo, escritor y doctor de la Iglesia (c. a. 560-636). Insistió cerca de él para que diera término a las Etimologías, la conocida y la más famosa e importante obra de san Isidoro, donde se recoge el saber antiguo tomado indiscriminadamente de escritores tanto paganos como cristianos y que consta de veinte libros que fueron obligado libro de texto en las escuelas medievales, al tiempo que cauce de transmisión del saber antiguo. La división de toda la obra y sus títulos se deben a san Braulio.
Estuvo presente en los concilios V (636) y VI (638) de Toledo que fueron convocados para fortalecer la autoridad real y donde se resolvieron determinadas cuestiones de régimen eclesiástico y litúrgicas. En estos concilios se contribuyó a elaborar también el sistema de elección de los reyes por los obispos y magnates y llegó a ratificarse la imposibilidad de ser elegido rey alguien que no perteneciera a la nobleza goda.
Se le atribuyen también a san Braulio las Actas de los mártires de Zaragoza.
Llegó a escribir más de 44 cartas, gracias a las cuales pueden llegar a conocerse muchos aspectos de la España visigoda.
Ejerció el santo una notable influencia entre los reyes del tiempo intentando suavizar las leyes con espíritu cristiano y procurando potenciar la unidad del reino. Con Chindasvinto –rey que fue elegido por la nobleza al considerarlo fácilmente manipulable debido a su gran ancianidad–, cuando dicta leyes muy severas contra los magnates traidores que rompieran su juramento de lealtad al rey, llegando a decretar la deportación, la reducción a la esclavitud de sus familias y a la confiscación de sus bienes. De la misma manera, mostró también influjo decisivo cabe el rey Recesvinto, el que reprimió la rebelión del noble Troya, cuando ponía sitio a la ciudad de Zaragoza, el mismo año de la muerte de san Braulio.
La fiesta de este hombre que intervino fuertemente en la vida eclesiástica, política y social de su tiempo es el 26 de marzo ya que murió en este día del año 625.
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La luz del mundo


Según el pensamiento de la tradición religiosa de la época de Jesús, cuando una persona tenía alguna limitación física importante, se daba por supuesto que la causa era el pecado suyo o de sus padres. Por el contrario, el Señor, ante la limitación y el sufrimiento humano, no piensa en las culpas de quien padece la enfermedad, sino en que toda persona ha sido llamada por Dios a la vida y es una ocasión para que la misericordia, el amor y el poder de Dios se manifiesten. El propio gesto que realiza Jesús este domingo hace referencia a la creación del hombre. Él toma tierra y, con saliva, hace barro, para después untarlo en los ojos del ciego. También el hombre ha sido modelado con las manos de Dios, a quien le ha insuflado la vida. En definitiva, el pasaje que hoy tenemos ante nosotros quiere poner de manifiesto que cada acción concreta del Señor está cumpliendo una nueva creación; una obra que no se circunscribirá a la curación física, sino que propiciará por parte del ciego el reconocimiento hacia Cristo como Señor y como «luz del mundo», a través de un proceso que implica lo más profundo de la persona.
Un acontecimiento real
La narración de la escena es bastante realista y refleja el orden lógico de los acontecimientos. En primer lugar, encontramos un suceso real. El ciego «fue, se lavó y volvió con vista». El propio ciego, más adelante, afirmará: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo». Simplemente se describe una realidad. La escena evangélica narra un hecho constatable. Prueba de ello es el siguiente paso del relato, que se resumiría en la sorpresa y la admiración ante el acontecimiento: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Verdaderamente, se ha producido algo inaudito. Las valoraciones sobre lo ocurrido solo podrán hacerse partiendo del mismo suceso. Esta observación no es insignificante, por obvia que parezca. A menudo se presenta la fe como un conjunto de creencias, sin un fundamento en la realidad. Ello es peligroso, puesto que da pie a considerar la fe como algo irracional. Y esta es, en cierta medida, la causa de que no falten corrientes de pensamiento que consideran ridículo que el hombre actual crea. El Evangelio de hoy nos hace caer en la cuenta de que la realidad de los sucesos no puede quedar nunca en segundo plano.
El paso hacia la fe
A partir del hecho real –el paso de la ceguera a poder ver– el ciego de nacimiento experimentará una evolución que le llevará al reconocimiento de Jesús como Señor. Con ello se nos manifiesta que la fe es habitualmente un proceso gradual: en primer lugar, se produce un encuentro con Jesús, a quien el ciego reconoce como una persona entre las demás; después lo considera un profeta; por último, sus ojos son capaces de abrirse totalmente y proclamarlo «Señor». Este es el instante en el que este hombre percibe en el hecho de ser curado el signo que le lleva a descubrir a Jesús como la fuente de su salvación. La frase «solo sé que yo era ciego y ahora veo» adquiere un nuevo sentido tras la confesión: «Creo, Señor». A partir de ahora verá no solo físicamente, sino también espiritualmente. Ahora bien, ver espiritualmente no significa que estemos ante un visionario, ya que su nueva forma de observar, la de la fe, tiene causa real. Gracias al hecho de encontrarse con quien le ha dado la vista, su razón ha sido capaz de ensancharse y su libertad de adherirse a quien ha cambiado su vida por completo. La libertad juega un papel fundamental. Muestra de ello es que ni los fariseos, ni los vecinos, ni siquiera los padres del ciego han sido capaces de reconocer a Jesucristo como el autor de la salvación de este hombre. Para ellos prevalece el prejuicio de que Jesús no podía ser el Mesías sobre la realidad misma de lo que ha sucedido.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid
Alfa y Omega

COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (9,1.6-9.13-17.34-38): POR BENEDICTO XVI



“Queridos hermanos y hermanas:
El itinerario cuaresmal que estamos viviendo es un tiempo especial de gracia, durante el cual podemos experimentar el don de la bondad del Señor para con nosotros. 

En el Evangelio de hoy, Jesús cura a un hombre ciego de nacimiento. La pregunta que el Señor Jesús dirige al que había sido ciego constituye el culmen de la narración: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús y pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe: «Creo, Señor». 

Conviene destacar cómo una persona sencilla y sincera, de modo gradual, recorre un camino de fe: en un primer momento encuentra a Jesús como un «hombre» entre los demás; luego lo considera un «profeta»; y, al final, sus ojos se abren y lo proclama «Señor». 

En contraposición a la fe del ciego curado se encuentra el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías. La multitud, en cambio, se detiene a discutir sobre lo acontecido y permanece distante e indiferente. A los propios padres del ciego los vence el miedo del juicio de los demás. 

Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros a causa del pecado de Adán nacimos «ciegos», pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En Él, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien. 

De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es «la luz del mundo» porque en Él «resplandece el conocimiento de la gloria de Dios» (2 Co 4, 6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. 

En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización. 

En estos días que nos preparan para la Pascua revivamos en nosotros el don recibido en el Bautismo, esa llama que a veces corre peligro de apagarse. Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo.

A la Virgen María, Madre de la Iglesia, encomendamos el camino cuaresmal, para que todos puedan encontrar a Cristo, Salvador del mundo”.
(Benedicto XVI, Ángelus del 3 de abril de 2011)

EVANGELIO DE HOY: CREO, SEÑOR



Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?»

Unos decían: «El mismo.» Otros decían: «No es él, pero se le parece.» Él respondía: «Soy yo.»

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»

Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos.

Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»

Él contestó: «Que es un profeta.»

Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»

Y lo expulsaron.

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?»

Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»

Él dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante Él.

Palabra del Señor.

El Papa a los jóvenes en San Siro: “Prometan a Jesús, nunca bullying”



“Hay un fenómeno feo: el bullying. Cuando algunos se burlan de alguien, les gusta hacer pasar vergüenza o pegarles, Esto se llama bullying”. Lo planteó el papa Francisco a los miles de jóvenes reunidos pidiéndoles además: “Con el sacramento de la confirmación hagan la promesa de que no se permita nunca eso, ni en el colegio ni en la parroquia ni en ningún lado. Prométanme, nunca burlarse de un compañero. ¿Me lo prometen? Este ‘sí’ no me convence, (repiten sí) este sí de lo han dicho al Papa. ¿Y se lo prometen a Jesús nunca hacer bullying? (en coro repiten sí…)
Al responder a una mamá y catequista sobre la educación de los hijos, el Papa precisó que es necesario “una educación basada sobre el pensar, sentir y hacer, con el intelecto, con el corazón y con las manos, con la armonía de los tres idiomas”.
Para que de esta manera “los jóvenes puedan pensar lo que sienten y hacen, sientan lo que piensan y hacen, y hagan los que piensan y sienten”. Y subrayó que “dar nociones intelectuales sin corazón y sin las manos no sirve”, porque “la educación tiene que ser armónica. Nunca educar solamente con ideas o nociones, también el corazón y la actitud, porque tienen que crecer”.
Contó un caso que conoció de cerca, el de “un alumno que era muy bueno para jugar al fútbol y muy indisciplinado en clase. La norma fue que si seguía comportándose mal le quitaban el fútbol. Así al dejarlo dos meses sin jugar empeoró. Un día el entrenador habló con la directora, y propuso intentarlo él.
Así lo puso como capitán del equipo y ese chico que se sintió responsabilizado, mejoró notablemente. Algunos más por el deporte y otros más en el arte y menos en matemática, otros en la filosofía y no en el deporte. El maestro y educador debe saber mejorar las actitudes de sus alumnos. Porque sabiendo hacer bien una cosa es posible que mejore en las otras. Pero también tienen necesidad de divertirse y de dormir, dijo.

Homilía del Papa en Monza: “Dios continúa buscando corazones dispuestos a creer a pesar de las adversidades”


Hemos apenas escuchado el anuncio más importante de nuestra historia: la anunciación a María (Cfr. Lc 1,26-38). Un pasaje denso, lleno de vida, y que me gusta leer a la luz de otro anuncio: aquel del nacimiento de Juan Bautista (Cfr. Lc 1,5-20). Dos anuncios que se subsiguen y que están unidos; dos anuncios que, comparados entre ellos, nos muestran lo que Dios nos dona en su Hijo.
La anunciación de Juan Bautista sucede cuando Zacarías, sacerdote, listo para dar inicio a la acción litúrgica entra en el Santuario del Templo, mientras toda la asamblea está afuera en espera. La anunciación de Jesús, en cambio, sucede en un lugar perdido de Galilea, en una ciudad periférica y con una fama no particularmente buena (Cfr. Jn 1,46), en el anonimato de la casa de una joven llamada María.
Un contraste no de poca importancia, que nos señala que el nuevo Templo de Dios, el nuevo encuentro de Dios con su pueblo tendrá lugar en un sitio que normalmente no nos esperamos, en los márgenes, en las periferias. Ahí se darán cita, ahí se encontrarán; ahí Dios se hará carne para caminar junto a nosotros desde el seno de su Madre. No habrá más un lugar reservado a pocos mientras la mayoría permanece afuera en espera. Nada ni nadie será indiferente, ninguna situación será privada de su presencia: la alegría de la salvación tiene inicio en la vida cotidiana de la casa de una joven de Nazaret.
Dios mismo es Quien toma la iniciativa y escoge quedarse, como hizo con María, en nuestras casas, en nuestras luchas cotidianas, llenas de ansias y anhelos. Y es justamente dentro de nuestras ciudades, de nuestras escuelas y universidades, de las plazas y de los hospitales que se cumple el anuncio más bello que podemos escuchar: «Alégrate, el Señor está contigo». Una alegría que genera vida, que genera esperanza, que se hace carne en el modo en el cual vemos el mañana, en la actitud con la cual vemos a los demás. Una alegría que se hace solidaridad, hospitalidad, misericordia hacia los demás.
Al igual que María, también nosotros podemos ser invadidos por el desconcierto. ¿«Cómo sucederá esto» en tiempos llenos de especulación? Si se especula hoy sobre la vida, sobre el trabajo, sobre la familia. Se especula sobre los pobres y sobre los marginados; se especula sobre los jóvenes y sobre su futuro. Todo parece reducirse a cifras, dejando, de otro lado, que la vida cotidiana de tantas familias se manche de precariedad y de inseguridad. Mientras el dolor toca muchas puertas, mientras en tantos jóvenes crece la insatisfacción por falta de reales oportunidades, la especulación abunda por todas partes.
Ciertamente, el ritmo vertiginoso al cual estamos sometidos pareciera robarnos la esperanza y la alegría. Las presiones y las impotencias ante tantas situaciones parecieran vaciar el alma y hacernos insensibles ante numerosos desafíos. Y paradójicamente cuando todo se acelera para construir – en teoría – una sociedad mejor, al final no se tiene tiempo para nada y para nadie. Perdemos el tiempo para la familia, el tiempo para la comunidad, perdemos el tiempo para la amistad, para la solidaridad y para la memoria.
Nos hará bien preguntarnos: ¿Cómo es posible vivir la alegría del Evangelio hoy dentro de nuestras ciudades? ¿Es posible la esperanza cristiana en esta situación, aquí y ahora?
Estas dos preguntas tocan nuestra identidad, la vida de nuestras familias, de nuestros países y de nuestras ciudades. Tocan la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes y exigen de nuestra parte un nuevo modo de situarnos en la historia. Si continúa a ser posible la alegría y la esperanza cristiana no podemos, no queremos permanecer delante a tantas situaciones dolorosas como meros espectadores que miran al cielo esperando que “deje de llover”. Todo lo que sucede exige de nosotros que miremos al presente con audacia, con la audacia de quien conoce la alegría de la salvación toma forma en la vida cotidiana de la casa de una joven de Nazaret.
Ante el desconcierto de María, ante nuestros desconciertos, tres son las claves que el Ángel nos ofrece para ayudarnos a aceptar la misión que nos es confiada.
El primer desafío: Evocar la Memoria
La primera cosa que el Ángel hace es evocar la memoria, abriendo así el presente de María a toda la historia de la salvación. Evoca la promesa hecha a David como fruto de la alianza con Jacob. María es la hija de la Alianza. También nosotros somos invitados a hacer memoria, a mirar nuestro pasado para no olvidar de dónde venimos. Para no olvidarnos de nuestros antepasados, de nuestros abuelos y de todo aquello que han pasado para llegar a donde estamos hoy. Esta tierra y su gente han conocido el dolor de dos guerras mundiales; y a veces han visto su meritada fama de laboriosidad y civilización contaminada de descontroladas ambiciones. La memoria nos ayuda a no permanecer prisioneros de discursos que siembran fracturas y divisiones como único modo de resolver los conflictos. Evocar la memoria es el mejor antidotito a nuestra disposición ante soluciones mágicas de la división y de la extrañez.
El segundo desafío: La pertenencia al Pueblo de Dios
La memoria permite a María de apoyarse en su pertenencia al Pueblo de Dios. ¡Nos hará bien recordar que somos miembros del Pueblo de Dios! Milaneses, sí, Ambrosianos, cierto, pero parte del gran Pueblo de Dios. Un pueblo formado de mil rostros, historia y proveniencias, un pueblo multicultural y multiétnico. Esta es una de nuestras riquezas. Es un pueblo llamado a hospedar las diferencias, a integrarlas con respeto y creatividad y a celebrar la novedad que proviene de los demás; es un pueblo que no tiene miedo de abrazar los confines, las fronteras; es un pueblo que no tiene miedo de acoger a quien se encuentra en la necesidad porque sabe que ahí está presente su Señor.
Y la tercera clave de desafío es la posibilidad de lo imposible
«Nada es imposible a Dios» (Lc 1,37): así termina la respuesta del Ángel a María. Cuando creemos que todo depende exclusivamente de nosotros permanecemos prisioneros de nuestras capacidades, de nuestras fuerzas, de nuestros miopes horizontes. Cuando en cambio, nos disponemos a dejarnos ayudar, a dejarnos aconsejar, cuando nos abrimos a la gracia, parece que lo imposible comienza a hacerse realidad. Lo saben bien estas tierras que, en el curso de su historia, han generado muchos carismas, muchos misioneros, mucha riqueza para la vida de la Iglesia. Tantos rostros que, superando el pesimismo estéril y divisor, se han abierto a la iniciativa de Dios y se han convertido en signo de cuanto fecunda puede ser una tierra que no se deja cerrar en sus propias ideas, en sus propios límites y en sus propias capacidades y se sabe abrir a los demás.
Como ayer, Dios continúa buscando aliados, continúa buscando hombres y mujeres capaces de creer, capaces de hacer memoria, de sentirse parte de su pueblo para cooperar con la creatividad del Espíritu. Dios continúa recorriendo nuestros barrios y nuestras calles, se lanza en todo lugar en búsqueda de corazones capaces de escuchar su invitación y de hacerlo carne aquí y ahora. Parafraseando a San Ambrosio en su comentario a este pasaje podemos decir: Dios continúa buscando corazones como aquel de María, dispuestos a creer a pesar de las condiciones del todo extraordinarias (Cfr. Exp. del Evan. seg. Lucas II, 17: PL 15, 1559). El Señor acreciente en nosotros esta fe y esta esperanza.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
(from Vatican Radio)