martes, 10 de enero de 2017

Omella traza las bases de su pontificado en Barcelona con la elección de dos auxiliares "pastores"


Un año después de su designación, Juan José Omella empieza trazar su pontificado en la Ciudad Condal. En los últimos meses, el arzobispo de Barcelona ha recorrido toda la diócesis, y a los sacerdotes, y ha formulado su petición: dos obispos auxiliares, con amplia experiencia pastoral, y conocimiento del "conflicto" catalán.
La petición se hizo perentoria después de la resolución del "escándalo Salinas" en Mallorca, que concluyó con el envío a la isla de Sebastiá Taltavull, todavía obispo auxiliar de Barcelona. Según ha sabido RD, Taltavull abandonará definitivamente la Ciudad Condal para dedicarse plenamente a su nueva diócesis, de la que será nombrado obispo residencial dentro de unos meses.
La marcha de Taltavull fue una difícil decisión para monseñor Omella, quien se había apoyado en su auxiliar durante sus primeros meses en Barcelona, para conocer la realidad de una diócesis marcada por la secularización, y por una sociedad en la que, desde hace unos años, sólo se habla del procès y del encaje de Cataluña en España, o fuera de ella.
Sin embargo, la decisión de que Taltavull recalase en Mallorca fue del propio arzobispo, miembro de la Congregación de Obispos y encargado por el Papa de informarle de todos los escándalos y problemas de la Iglesia española. Si Osoro es el hombre de Francisco en España, no cabe duda de que Omella es el nexo de unión con Roma.
Una vez conocida la marcha de Taltavull, Omella reclamó a la Santa Sede dos auxiliares, que a falta de confirmación oficial, Roma ha concedido, y que serán designados en las próximas semanas. Aunque no han trascendido sus nombres, sí parece que ambos serán dos párrocos con un amplio bagaje pastoral y un profundo conocimiento de las "periferias existenciales" de la diócesis barcelonesa.
Al menos uno de ellos será un sacerdote experimentado, y al parecer no será ninguno de los que, en los últimos años, han aparecido en sucesivas quinielas, incluso durante la época de Sistach: Santiago Bueno o Armand Puig. También queda descartado, pero en este caso debido a su edad, Salvador Pié Ninot (cumplió en junio los 75 años). Pié, sin embargo, sí es uno de los expertos que asesoran al Papa Francisco en su tarea de reformar la Iglesia.
De hecho, él es uno de los participantes en el volumen que, coordinado por Antonio Spadaro y Carlos María Galli, se acaba de publicar bajo el título "La reforma y las reformas en la Iglesia" (Sal Terrae), y en el que aparecen, directa o subrepticiamente, las claves del camino que Francisco ha emprendido.
Jesús Bastante

Papa: Jesús tiene autoridad porque está al servicio de la gente

Jesús tenía autoridad porque servía a la gente, estaba cerca de las personas y era coherente, al contrario, los Doctores de la Ley se sentían príncipes. En su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el Papa Francisco puso de manifiesto estas tres características de la autoridad de Jesús. El Santo Padre subrayó que, en cambio, los Doctores de la Ley enseñaban con una autoridad de tipo clerical, separados de la gente, y que no vivían lo que predicaban.
Jesús servía a la gente mientras los Doctores de la Ley se sentían príncipes
El Papa Bergoglio centró su reflexión en las características que diferencian la autoridad de Jesús de la de los Doctores de la Ley. Mientras el Señor “enseñaba con humildad” y dice a sus discípulos que “el más grande sea como el que sirve”, es decir, que “se haga pequeño”, los fariseos se sentían príncipes:
“Jesús servía a la gente, explicaba las cosas para que la gente comprendiera bien: estaba al servicio de la gente. Tenía una actitud de servidor, y esto le daba autoridad. En cambio, estos Doctores de la Ley que las personas… sí, escuchaban, respetaban, pero no sentían que tuvieran autoridad sobre ellas; estos tenían una psicología de principios: ‘Nosotros somos los maestros, los príncipes, y nosotros les enseñamos a ustedes. No servicio: nosotros mandamos, ustedes obedecen’. Y Jesús jamás se hizo pasar como un príncipe: siempre era servidor de todos y esto es lo que le daba autoridad”.
La segunda característica de la autoridad de Jesús es la cercanía
Es estar cerca de la gente lo que, en efecto, confiere autoridad. La cercanía es, por lo tanto, la segunda característica que diferencia la autoridad de Jesús de la de los fariseos. “Jesús no tenía alergia a la gente: tocar a los leprosos, a los enfermos, no le producía repugnancia” – explicó Francisco – mientras los fariseos despreciaban a “la pobre gente ignorante”, y les gustaba pasear por las plazas, bien vestidos:
“Estaban separados de la gente, no eran cercanos; Jesús estaba sumamente cerca de la gente, y esto le daba autoridad. Aquellos separados, estos Doctores tenían una psicología clerical: enseñaban con una autoridad clerical, o sea con el clericalismo. A mí me gusta mucho cuando leo acerca de la cercanía a la gente que tenía el Beato Pablo VI. En el número 48 de la ‘Evangelii Nuntiandi’ se ve el corazón del pastor cercano: está allí la autoridad de aquel Papa, la cercanía. Primero: servidor, de servicio, de humildad: el jefe es aquel que sirve, que voltea todo, como un iceberg. Del iceberg se ve la cúspide; en cambio Jesús da un vuelco y el pueblo está arriba y Él, que manda, está debajo y desde abajo manda. Segundo: cercanía”.
Jesús era coherente. La actitud clerical es hipócrita
Pero hay un tercer punto que caracteriza la autoridad de Jesús en comparación con la de los escribas que es la coherencia. Jesús “vivía lo que predicaba”: “Había como una unidad, una armonía entre lo que pensaba, sentía y hacía”. Mientras quien se siente príncipe tiene “una actitud clerical”, o sea, hipócrita, dice una cosa y hace otra:
“En cambio, esta gente no era coherente y su personalidad estaba dividida hasta el punto de que Jesús aconseja a sus discípulos: “Hagan aquello que les dicen, pero no aquello que hacen”. Decían una cosa y hacían otra. Incoherencia. Eran incoherentes. Y el adjetivo que tantas veces Jesús les dice a ellos es hipócrita. Y se comprende que uno que se siente príncipe, que tiene una actitud clerical, que es un hipócrita, ¡no tiene autoridad! Dirá les verdades, pero sin autoridad. En cambio Jesús, que es humilde, que está al servicio, que es cercano, que no desprecia a la gente y que es coherente, tiene autoridad. Y ésta es la autoridad que siente el pueblo de Dios”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)

Las masacres contra los jesuitas del Imperio español que inspiraron la película Silencio de Scorsese



En 1587, el shogunato (el gobierno militar central) ordenó la salida de todos los religiosos extranjeros en un plazo de 20 días. Pero ante la amenaza de ser ejecutados, los jesuitas decidieron «ofrecer sus vidas a nuestro Señor antes que desamparar aquella cristiandad ni salir de Japón»
La Compañía de Jesús se aficionó desde su nacimiento a las misiones imposibles. «Tengo gran esperanza, y está toda en Dios nuestro Señor, que se han de hacer muchos cristianos en Japón», escribió el primer jesuita que pisó el país en una carta dirigida a Ignacio de Loyola donde, tal vez, no calculó bien los peligros. Porque predicar en Japón no era difícil, simplemente iba a ser suicida.
Los negocios de los mercaderes portugueses y españoles en torno a Japón empezaron a ser cada vez más frecuentes conforme avanzaba el siglo XVI. Ambos países ibéricos sopesarían en varias ocasiones atacar Japón o incluso China; pero al final se contentaron con la evangelización.
En 1549, el jesuita San Francisco Javier y otros dos miembros de la Compañía llegaron a Japón para predicar el cristianismo, aprovechando esas mismas rutas comerciales. Los jesuitas se encontraron un país debilitado por las guerras internas y la inestabilidad política. El propio emperador prácticamente estaba confinado en su palacio. El arcabuz, que fascinó a los belicosos nipones, y Cristo fueron las únicas herramientas que encontró Occidente para hincarle el diente a una tierra de anarquía y guerras feudales.
El «Apóstol de las Indias» prende la llama
El conocido como «Apóstol de las Indias» fue un estrecho colaborador de Ignacio de Loyola y la vanguardia de la orden religiosa en el Lejano Oriente. Al estilo de Gary Cooper, los misioneros quedaron solos ante el peligro, especialmente tras el fallecimiento del carismático Francisco Javier y del reinado del señor de la guerra Oda Nobunaga, favorable al catolicismo.
Este Samuray vio en los sacerdotes católicos la mejor oportunidad para desplazar a los budistas de la política japonesa y abrió de par en par las puertas del país a la evangelización, hasta el extremo de que en esas fechas un grupo de cuatro jóvenes japoneses fue invitado a viajar a Roma a entrevistarse con el Papa Gregorio XIII.
Sin embargo, la muerte de Nobunaga echó al traste aquellos años de tolerancia. El Señor de Japón fue acribillado a flechazos en su palacio cuando estaba lavándose las manos con una toalla, al estilo de otras historias de traición de la época. Todavía herido se encerró en su cámara hasta que le alcanzó la muerte.
Uno de sus principales generales asumió el poder y, al menos al principio, mantuvo las buenas relaciones con los misioneros. Mientras el número de fieles no dejaba de incrementarse, con 60.000 almas convertidas; se elevó también la desconfianza de los señores feudales y la élite budista hacia lo que identificaban, no sin razón, como una quinta columna previa a una invasión militar.
Además de los problemas del idioma, los misioneros tuvieron que disputarse desde el principio cada alma con los monjes budistas, que vivían en aquellas fechas su momento político más bajo. Durante muchos años habían sabido ganarse el favor de las autoridades gobernantes; en tanto, la aparición de una nueva religión amenazaba sus intereses tanto terrenales como espirituales. Una nueva guerra religiosa estaba en curso.
La recuperación política de los budistas y la entrada en escena de los holandeses, enfrentados en Europa al Imperio español (donde también estaba integrado el Impero portugués) por un asunto religioso de fondo, complicaron la posición de los españoles y portugueses en Japón.
En 1587, el shogunato (el gobierno militar central) ordenó la salida de todos los religiosos extranjeros en un plazo de 20 días. Pero ante la amenaza de ser ejecutados, los jesuitas decidieron «ofrecer sus vidas a nuestro Señor antes que desamparar aquella cristiandad ni salir de Japón». Como resultado directo de este edicto fueron condenados a muerte de veintiséis cristianos –incluidos tres niños–, los cuales salieron de Kioto escoltados por soldados y fueron ejecutados en la colina Nishizaka (Nagasaki) hacia el año 1597. Los individuos fueron alzados en cruces y lanceados ante la multitud.
Los misioneros se vieron condenados a la clandestinidad hasta que, a principios del siglo XVII, ni siquiera se les permitió eso. Varios choques militares con barcos españoles y portugueses motivaron que Japón declarara una guerra abierta a los católicos. Miles de fieles cristianos y centenares de misioneros fueron enviados a la hoguera, mientras que sus iglesias fueron destruidas y sus símbolos profanados. Se estableció, además, como recuerda el historiador Jaime Tramon Castillo en un interesante artículo académico en la revista «Pharos», la práctica del «Fumiye», que consistía en poner la imagen de la Virgen en el suelo y obligar a la población a pisarla.
El número de asesinados alcanzó cifras aterradoras. El cronista jesuita Llorca García Villoslada Montalbán: «Ya en 1624 se elevaba a 30.000 el número de cristianos muertos o desterrados, y al final de la persecución pasaron de doscientos mil».
Y detrás de la sangre vino la oscuridad. «El Sakoku» o Política del aislamiento arrojó, desde 1639, un telón de acero sobre Japón que no se levantaría hasta 1853. «Silencio», de Scorsese, se desarrolla precisamente en los albores de esa oscuridad y de aquella lucha de la katana contra la cruz.
César Cervera/ABC
Alfa y Omega

Müller: «No habrá ninguna corrección al Papa»



El Prefecto de la Doctrina de la Fe en una entrevista con el Tgcom24: «En este momento no es posible, no hay ningún peligro para la fe. No me gustó la publicación de las “dubia”»
En relación con las «dubia» expresadas por los cuatro cardenales sobre la exhortación Amoris laetitia, interviene nuevamente el cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afirmando que «en este momento no es posible una corrección al Papa porque no hay ningún peligro para la fe». El purpurado, en una entrevista con Fabio Marchese Ragona, del Tgcom24, en el ámbito del programa Estancias vaticanas, también expresó su irritación tras la publicación de las «dubia».
Como se recordará, poco más de un mes después de haber presentado las cinco «dubia» (sobre la interpretación de Amores laetitia, a propósito de los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar, presentadas según la modalidad técnica de una petición de aclaraciones a la Congregación para la Doctrina de la Fe) los cuatro cardenales firmantes, Walter Brandmüller, Raymond Leo Burke, Carlo Caffarra e Joachim Meisner, decidieron hacerlas públicas en los medios de comunicación. La publicación llegó pocos días antes del Consistorio de octubre de 2016. En las siguientes semanas, el cardenal Burke habló en varias ocasiones de una posible y cercana «corrección formal» del Papa, en caso de que no llegara ninguna respuesta. En una entrevista con Vatican Insider, el cardenal Brandmüller precisó que esta corrección se habría llevado a cabo en primera estancia en «camera caritatis» y, por lo tanto, que no sería publicada.
Ahora, el Prefecto de la Doctrina de la Fe parece alejar la hipótesis de la «corrección». Cada quien, dijo Müller al Tgcom24, «sobre todo los cardenales de la Iglesia Romana, tienen derecho de escribir una carta al Papa. Sin embargo me sorprendí porque esta fue hecha pública, casi obligando al Papa a decir “Sí” o “No”. Esto no me gusta. Incluso una posible corrección fraterna del Papa», añadió, «me parece muy lejana, no es posible en este momento, porque no se trata de un peligro para la fe, como Santo Tomás dijo».
El Prefecto del ex-Santo Oficio continuó: «Estamos muy lejos de una corrección y digo que es un daño para la Iglesia discutir sobre estas cosas públicamente. Amoris laetitia es muy clara en su doctrina y podemos interpretar toda la doctrina de Jesús sobre el matrimonio, toda la doctrina de la Iglesia en 2000 años de historia». Papa Francisco, concluyó el cardenal, «pide discernir la situación de estas personas que viven en una unión no regular, es decir no según la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, y pide ayudar a estas personas a encontrar un camino para una nueva integración en la Iglesia según las condiciones de los sacramentos, del mensaje cristiano del matrimonio. Pero yo no veo ninguna contraposición: por una parte tenemos la doctrina clara sobre el matrimonio, por otra, la obligación de la Iglesia de preocuparse por estas personas en dificultades».
Andrea Tornielli/Vatican Insider

10 de enero: san Gregorio de Nisa



(Palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Audiencia General, 29.8. 2007)
Queridos hermanos y hermanas,
En las últimas catequesis he hablado de dos grandes doctores de la Iglesia del siglo IV, san Basilio y san Gregorio Nacianceno, obispo en Capadocia, en la actual Turquía. Hoy hablaremos de un tercero, el hermano de san Basilio, san Gregorio de Nisa, hombre de carácter meditativo, con gran capacidad de reflexión y una inteligencia despierta, abierta a la cultura de su tiempo. Fue un pensador original y profundo en la historia del cristianismo.
Nació alrededor del año 335. De su formación cristiana se encargaron especialmente su hermano san Basilio –definido por él padre y maestro (Ep. 13, 4: SC 363, 198)– y su hermana santa Macrina. En sus estudios profundizó particularmente en la filosofía y la retórica. En un primer momento se dedicó a la enseñanza y se casó. Después, como su hermano y su hermana, se consagró totalmente a la vida ascética. Más tarde fue elegido obispo de Nisa, y se convirtió en pastor celoso, conquistando la estima de la comunidad. Acusado de malversaciones económicas por sus adversarios herejes, tuvo que abandonar por algún tiempo su sede episcopal, pero luego regresó triunfalmente (cf. Ep. 6: SC 363, 164-170) y prosiguió la lucha por defender la auténtica fe.
Sobre todo tras la muerte de san Basilio, como recogiendo su herencia espiritual, cooperó en el triunfo de la ortodoxia. Participó en varios sínodos; trató de resolver los enfrentamientos entre las Iglesias; participó en la reorganización eclesiástica y, como columna de la ortodoxia, fue uno de los protagonistas del Concilio de Constantinopla del año 381, que definió la divinidad del Espíritu Santo. Desempeñó varios encargos oficiales de parte del emperador Teodosio, pronunció importantes homilías y discursos fúnebres, y compuso varias obras teológicas. En el año 394 volvió a participar en un sínodo que se celebró en Constantinopla. Se desconoce la fecha de su muerte.
San Gregorio manifiesta con claridad la finalidad de sus estudios, el objetivo supremo al que orienta su trabajo teológico: no dedicar la vida a cosas banales, sino encontrar la luz que permita discernir lo que es verdaderamente útil (cf. In Ecclesiasten hom. 1: SC 416, 106-146). Encontró en el cristianismo este bien supremo, gracias al cual es posible «la imitación de la naturaleza divina» (De professione christiana: PG 46, 244 C). Con su aguda inteligencia y sus amplios conocimientos filosóficos y teológicos, defendió la fe cristiana contra los herejes que negaban la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo (como Eunomio y los macedonianos) o ponían en duda la perfecta humanidad de Cristo (como Apolinar). Comentó la sagrada Escritura, reflexionando especialmente en la creación del hombre. La creación era para él un tema central. Veía en la criatura un reflejo del Creador y en ella encontraba el camino hacia Dios.
Pero también escribió un importante libro sobre la vida de Moisés, a quien presenta como hombre en camino hacia Dios: esta ascensión hacia el monte Sinaí se convierte para él en una imagen de nuestra ascensión en la vida humana hacia la verdadera vida, hacia el encuentro con Dios. Interpretó también la oración del Señor, el Padrenuestro, y las Bienaventuranzas.
En su Gran discurso catequístico (Oratio catechetica magna), expuso las líneas fundamentales de la teología, no para elaborar una teología académica cerrada en sí misma, sino para ofrecer a los catequistas un sistema de referencia para sus explicaciones, como una especie de marco en el que se mueve después la interpretación pedagógica de la fe.
San Gregorio, además, es insigne por su doctrina espiritual. Su teología no era una reflexión académica, sino la manifestación de una vida espiritual, de una vida de fe vivida. Como gran «padre de la mística» trazó en varios tratados –como el De professione christiana y el De perfectione christiana– el camino que los cristianos deben emprender para alcanzar la verdadera vida, la perfección.
Exaltó la virginidad consagrada (De virginitate), y propuso como modelo insigne la vida de su hermana santa Macrina, que fue para él siempre una guía, un ejemplo (cf. Vita Macrinae). Pronunció varios discursos y homilías, y escribió numerosas cartas. Comentando la creación del hombre, san Gregorio subraya que Dios, «el mejor de los artistas, forja nuestra naturaleza de manera que sea capaz del ejercicio de la realeza. Mediante la superioridad del alma, y por medio de la misma conformación del cuerpo, Dios hace que el hombre sea realmente idóneo para desempeñar el poder regio» (De hominis opificio 4: PG 44, 136 B).
Pero constatamos que el hombre, en la red de los pecados, con frecuencia abusa de la creación y no ejerce una verdadera realeza. Por eso, para desempeñar una verdadera responsabilidad con respecto a las criaturas, tiene que ser penetrado por Dios y vivir en su luz. En efecto, el hombre es un reflejo de la belleza original que es Dios: «Todo lo que creó Dios era óptimo», escribe el santo obispo. Y añade: «Lo testimonia el relato de la creación (cf. Gn 1, 31). Entre las cosas óptimas también se encontraba el hombre, dotado de una belleza muy superior a la de todas las cosas bellas. ¿Qué otra cosa podía ser tan bella como quien era semejante a la belleza pura e incorruptible? (…) Al ser reflejo e imagen de la vida eterna, era realmente bello, es más, bellísimo, con el signo radiante de la vida en su rostro» (Homilia in Canticum 12: PG 44, 1020 C).
El hombre fue honrado por Dios y situado por encima de toda criatura: «El cielo no fue hecho a imagen de Dios, ni la luna, ni el sol, ni la belleza de las estrellas, ni nada de lo que aparece en la creación. Sólo tú (alma humana) has sido hecha a imagen de la naturaleza que supera toda inteligencia, semejanza de la belleza incorruptible, huella de la verdadera divinidad, receptáculo de vida bienaventurada, imagen de la verdadera luz, al contemplar la cual te conviertes en lo que él es, pues por medio del rayo reflejado que proviene de tu pureza tú imitas a quien brilla en ti. Nada de lo que existe es tan grande que pueda ser comparado a tu grandeza» (Homilia in Canticum 2: PG 44, 805 D). Meditemos en este elogio del hombre. Veamos también cómo el hombre se ha degradado por el pecado. Y tratemos de volver a la grandeza originaria: el hombre sólo alcanza su verdadera grandeza si Dios está presente.
Por tanto, el hombre reconoce dentro de sí el reflejo de la luz divina: purificando su corazón, vuelve a ser, como al inicio, una imagen límpida de Dios, Belleza ejemplar (cf. Oratio catechetica 6: SC 453, 174). De este modo, el hombre, al purificarse, puede ver a Dios, como los puros de corazón (cf. Mt 5, 8): «Si con un estilo de vida diligente y atento lavas las fealdades que se han depositado en tu corazón, resplandecerá en ti la belleza divina. (…) Contemplándote a ti mismo, verás en ti a aquel que anhela tu corazón y serás feliz» (De beatitudinibus, 6: PG 44, 1272 AB). Por consiguiente, hay que lavar las fealdades que se han depositado en nuestro corazón y volver a encontrar en nosotros mismos la luz de Dios.
Así pues, el hombre tiene como fin la contemplación de Dios. Sólo en ella podrá encontrar su satisfacción. Para anticipar en cierto modo este objetivo ya en esta vida, debe avanzar incesantemente hacia una vida espiritual, una vida en diálogo con Dios. En otras palabras –y esta es la lección más importante que nos deja san Gregorio de Nisa– la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que así resulta luminosa también para los demás, también para el mundo.
J.M. Ballester Esquivias (@jmbe12)
Alfa y Omega

La limosnería apostólica abre los albergues 24 horas por la ola de frío


La ola de frío que afecta a Italia desde hace varios días ha despertado una nueva iniciativa del Vaticano a favor de los más desfavorecidos. Monseñor Konrad Krajewski, limosnero pontificio, explicó a la agencia Ansa que entregarán a los sin techo que lo requieran sacos de dormir especiales, resistentes hasta a 20º bajo cero. «Hemos puesto a disposición también nuestros coches de la Limosnería para quien no quiera moverse pueda dormir dentro por la noche. Hace algunas noches, por ejemplo, durmió allí una hombre sin hogar de 85 años».
Además, se han abierto 24 horas al día los albergues para poder garantizarles estar resguardados del frío también durante el día. Se trata de el «don de María», el albergue en el Vaticano gestionado por las hermanas de Madre Teresa de Calcuta. También el centro cercano y a la estación central de trenes Termini y el «don de la Misericordia», junto a la iglesia del Espíritu Santo en Sassia, a pocos metros del Vaticano inaugurado el pasado 7 de octubre de 2015 con motivo del Año Jubilar.
Allí explicó Krajewski alla Radio Vaticana, acogieron a 20 personas más aunque hay también 40 sillas. Es decir, quien llama a la puerta es acogido y puede permanecer al calor y recibir té, café o algo para comer.
La ola de frío polar ha provocado en Italia 8 fallecidos en dos días.
Zenit

Enseñaba con autoridad (Evangelio de hoy)



Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 21-28

En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar:
«¿Qué tenemos que ver nosotros, contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Jesús lo increpó:
«Cállate y sal de él».
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:
«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Palabra del Señor.