Queridos amigos, les ofrecemos el texto completo de la catequesis de hoy
del Papa. ¡No se la pierdan, especialmente si tienen hijos o nietos!
La familia: los niños
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber analizado las diversas figuras de la vida familiar - madre,
padre, hijos, hermanos, abuelos, - quisiera concluir este primer grupo de
catequesis sobre la familia hablando de los niños.
Lo haré en dos momentos: hoy me detendré sobre el gran don que son los niños
para la humanidad (aplausos). Pero es verdad eh - y gracias por aplaudir - que
son el gran don de la humanidad, pero también son los grandes excluidos, porque
ni siquiera los dejan nacer.
Y la próxima semana, me detendré sobre algunas heridas que, lamentablemente,
hacen mal a la infancia. Me vienen a la mente los tantos niños que he
encontrado durante mi último viaje a Asia: llenos de vida, de entusiasmo, y por
otra parte, veo que en el mundo muchos de ellos viven en condiciones no dignas…
En efecto, por como son tratados los niños se puede juzgar la sociedad, pero no
sólo moralmente, también sociológicamente. Si es una sociedad libre o una
sociedad esclava de intereses internacionales.
En primer lugar, los niños nos recuerdan que todos, en los primeros años de la
vida, hemos sido totalmente dependientes de los cuidados y de la benevolencia
de los demás. Y el Hijo de Dios no se ha ahorrado este pasaje. Es el misterio
que contemplamos cada año, en Navidad. El Belén es el icono que nos comunica
esta realidad en el modo más simple y directo.
Es curioso: Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los niños, y los
niños no tienen problemas en entender a Dios. No por casualidad en el Evangelio
hay algunas palabras muy bellas y fuertes de Jesús sobre los “pequeños”.
Este término “pequeños” indica a todas las personas que dependen de la ayuda de
los demás, y en particular, a los niños. Por ejemplo Jesús dice: “Te alabo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los
sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). Y
todavía: “Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les
aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi
Padre celestial” (Mt 18, 10).
Por lo tanto, los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y
también para la Iglesia, porque nos llaman constantemente a la condición
necesaria para entrar en el Reino de Dios: no considerarnos autosuficientes,
sino necesitados de ayuda, de amor, de perdón. ¡Y todos estamos necesitados de
ayuda, de amor, de perdón! ¡Todos!
Los niños nos recuerdan otra cosa bella; nos recuerdan que somos siempre hijos.
Incluso si uno se convierte en adulto o anciano, aún si se convierte en padre,
si se ocupa un lugar de responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la
identidad de hijo. Todos somos hijos.
Y eso nos vuelve a llevar siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado
nosotros, sino que la hemos recibido. El gran don de la vida es el primer
regalo que hemos recibido: la vida. A veces corremos el riesgo de vivir
olvidándonos de esto, como si fuéramos nosotros los dueños de nuestra
existencia, y en cambio somos radicalmente dependientes.
En realidad, es motivo de gran alegría sentir que en cada edad de la vida, en
cada situación, en cada condición social, somos y permanecemos hijos. Este es
el mensaje principal que los niños nos dan, con su sola presencia. Solamente
con la presencia nos recuerdan que todos nosotros y cada uno de nosotros somos
hijos.
Pero hay tantos dones, tantas riquezas que los niños traen a la humanidad.
Recordaré sólo algunos.
Traen su modo de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tiene
una confianza espontánea en el papá y la mamá; y tiene una confianza espontánea
en Dios, en Jesús, en la Virgen.
Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, todavía no está contaminada por la
malicia, por los dobleces, por las “costras” de la vida que endurecen el
corazón. Sabemos que también los niños tienen el pecado original, que tienen
sus egoísmos, pero conservan una pureza y una simplicidad interior.
Pero los niños no son diplomáticos: dicen lo que sienten, dicen lo que ven,
directamente. Y muchas veces, ponen en dificultad a los padres... Dicen: “esto
no me gusta porque es feo” delante de otras personas… Los niños dicen lo que
piensan, no son personas dobles. Todavía no han aprendido aquella ciencia del
“doblez” que nosotros, los adultos, hemos aprendido.
Los niños, además, en su simplicidad interior, traen consigo la capacidad de
dar y recibir ternura. Ternura es tener un corazón “de carne” y no “de piedra”,
como dice la Biblia (cf. Ez 36, 26). La ternura también es poesía; es “sentir”
las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, sólo para
usarlos porque sirven...
Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos cuando los tomo
para besarlos, sonríen. Otros, me ven de blanco, creen que soy el médico y que
vengo a hacerles la inyección, ¡y lloran! ¡Espontáneamente! ¡Los niños son así!
Sonreír y llorar, dos cosas que en nosotros los grandes, a menudo se
“bloquean”, ya no somos capaces… Y muchas veces nuestra sonrisa se convierte en
una sonrisa de cartón, una cosa sin vida, una sonrisa que no es vivaz, incluso
una sonrisa artificial, de payaso. Los niños sonríen espontáneamente y lloran
espontáneamente.
Siempre depende del corazón. Y nuestro corazón se bloquea y pierde a menudo
esta capacidad de sonreír y de llorar. Y entonces los niños pueden enseñarnos
de nuevo a sonreír y llorar.
Tenemos que preguntarnos nosotros mismos: ¿yo sonrío espontáneamente, con
frescura, con amor? ¿O nuestra sonrisa es artificial? ¿Yo todavía lloro? ¿O he
perdido la capacidad de llorar? Dos preguntas muy humanas que nos enseñan los
niños.
Por todas estas razones, Jesús invita a sus discípulos a “ser como los niños”,
porque «el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos» (cf. Mt 18, 3; Mc
10, 14).
Queridos hermanos y hermanas, los niños traen vida, alegría, esperanza. Cierto,
también traen preocupaciones y a veces muchos problemas; pero es mejor una
sociedad con éstas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y
gris, porque se ha quedado sin niños.
Y cuando vemos que el nivel de nacimiento de una sociedad apenas llega al uno
por ciento podemos decir: “Esta sociedad es triste, es gris, porque se ha
quedado sin niños”».
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, Griselda Mutual - Radio
Vaticano)