miércoles, 8 de noviembre de 2017

Catequesis del Papa: Primera de la Eucarístia.


Queridos hermanos:
Comenzamos hoy una serie de catequesis sobre la Eucaristía. Intentaremos comprender mejor su importancia y su significado, y cómo el amor de Dios se refleja en este misterio de fe.
Inspirándose en las palabras de Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna», cristianos de todas las épocas no han dudado en entregar su vida por amor a la Eucaristía. El testimonio de los mártires nos cuestiona también a nosotros: ¿Qué importancia le damos al sacrificio de la Misa y a la comunión en la mesa del Señor? ¿Buscamos de verdad esa fuente de "agua viva", que transforma nuestra vida en un sacrificio espiritual de alabanza y acción de gracias? La Eucaristía significa "acción de gracias": acción de gracias a la Trinidad, que nos introduce en su comunión de amor.
El Concilio Vaticano II alentó la formación litúrgica de los fieles, porque la Iglesia vive siempre de la Liturgia y se renueva gracias a ella. Por eso, intentemos conocer mejor este gran don que Dios nos ha dado con la Eucaristía, en la que Cristo se hace presente para que participemos de su pasión y muerte redentora.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que sintamos el deseo de conocer y amar más el misterio de la Eucaristía, sacramento del Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy una nueva serie de catequesis, que dirigirá la mirada al "corazón" de la Iglesia, es decir, la Eucaristía. Es fundamental para nosotros cristianos comprender bien el valor y el significado de la Santa Misa, para vivir siempre más plenamente nuestra relación con Dios.
No podemos olvidar el gran número de cristianos que, en el mundo entero, en dos mil años de historia, han resistido hasta la muerte por defender la Eucaristía; y cuantos, aun hoy, arriesgan la vida por participar en la Misa dominical. En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, un grupo de cristianos, del Norte de África, fueron sorprendidos mientras celebraban la Misa en una casa y fueron arrestados. El procónsul romano, en el interrogatorio, les pregunto porque lo habían hecho, sabiendo que era absolutamente prohibido. Y ellos respondieron: «Sin el domingo no podemos vivir», que quería decir: si no podemos celebra la Eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría.
De hecho, Jesús dice a sus discípulos: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,53-54).
Estos cristianos del Norte de África fueron asesinados por celebrar la Eucaristía. Han dejado el testimonio que se puede renunciar a la vida terrena por la Eucaristía, porque ella nos da la vida eterna, haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testimonio que nos interpela a todos y pide una respuesta sobre qué cosa signifique para cada uno de nosotros participar en el Sacrificio de la Misa y acercarnos al Banquete del Señor. ¿Estamos buscando esa fuente de donde "brota agua viva" para la vida eterna?, ¿Qué hace de nuestra vida un sacrificio espiritual de alabanza y de acción de gracias y hace de nosotros un solo cuerpo con Cristo? Este es el sentido más profundo de la Santa Eucaristía, que significa "acción de gracias": Eucaristía significa acción de gracias. Acción de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos envuelve y nos transforma en su comunión de amor.
En las próximas catequesis quisiera dar respuesta a algunas preguntas importantes sobre la Eucaristía y la Misa, para redescubrir, o descubrir, como a través de este misterio de la fe resplandece el amor de Dios.
El Concilio Vaticano II ha sido fuertemente animado por el deseo de llevar a los cristianos a comprender la grandeza de la fe y la belleza del encuentro con Cristo. Por este motivo era necesario sobre todo actuar, con la guía del Espíritu Santo, una adecuada renovación de la Liturgia, porque la Iglesia continuamente vive de ella y se renueva gracias a ella.
Un tema central que los Padres conciliares han subrayado es la formación litúrgica de los fieles, indispensable para una verdadera renovación. Y es justamente este el objetivo de este ciclo de catequesis que hoy iniciamos: crecer en el conocimiento de este gran don de Dios que nos ha donado en la Eucaristía.
La Eucaristía es un evento maravilloso en el cual Jesucristo, nuestra vida, se hace presente. Participar en la Misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo» (Homilía, Santa Misa en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, 10 de febrero de 2014). El Señor está ahí con nosotros, presente. Pero, muchas veces nosotros vamos ahí, miramos las cosas, hablamos entre nosotros mientras el sacerdote celebra la Eucaristía... pero nosotros no celebramos cerca de él.
¡Pero es el Señor! Si hoy viniera aquí el presidente de la República o alguna persona muy importante del mundo, seguramente todos estaríamos cerca de él, que quisiéramos saludarlo. Pero, piensa: cuando tú vas a Misa, ¡ahí está el Señor! Y tú estás distraído, volteado... ¡Es el Señor! Debemos pensar en esto, ¡eh! "Padre, es que las misas son aburridas" - "Pero que cosa dices, ¿Qué el Señor es aburrido?" - "No, no. La Misa no, los sacerdotes". "Ah, que se conviertan los sacerdotes, pero es el Señor que está ahí, ¡eh!" ¿Entendido? No lo olviden. Participar en la Misa «es vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor».
Tratemos ahora de ponernos algunas simples preguntas. Por ejemplo, ¿Por qué se hace el signo de la cruz y el acto penitencial al inicio de la Misa? Una pregunta. Y aquí quisiera hacer un paréntesis. ¿Ustedes han visto como los niños se hacen el signo de la cruz? Tú no sabes que cosas hacen, si es el signo de la cruz o un diseño. Hacen así... Pero, aprender, enseñar a los niños a hacer bien el signo de la cruz, así comienza la Misa, así inicia la vida, así inicia el día. Esto quiere decir que nosotros somos redimidos con la cruz del Señor. Miren a los niños y enséñenles bien a hacer el signo de la cruz. Y esas Lecturas, en la Misa, ¿Por qué están ahí? ¿Por qué se leen el domingo tres Lecturas y los otros días dos? ¿Por qué están ahí, qué cosa significa la Lectura de la Misa? ¿Por qué se leen y que tienen que ver?
O quizás, ¿Por qué a cierto momento el sacerdote que preside la celebración dice: "Levantemos el corazón"?. No dice: "Levantemos nuestros celulares para tomar una fotografía". No, es una cosa fea. Y les digo que a mí me da mucha tristeza cuando celebro aquí en la Plaza o en la Basílica y veo muchos celulares levantados no solo de los fieles, también de algunos sacerdotes y también de obispos. ¡Por favor! La Misa no es un espectáculo: es ir al encuentro de la pasión, de la resurrección del Señor. Por esto el sacerdote dice: "Levantemos el corazón". ¿Qué cosa quiere decir esto? Recuerden: nada de celulares.
Es muy importante regresar a los fundamentos, redescubrir lo que es esencial, a través de aquello que se toca y se ve en la celebración de los Sacramentos. La pregunta del apóstol Santo Tomás (Cfr. Jn 20,25), de poder ver y tocar las heridas de los clavos en el cuerpo de Jesús, es el deseo de poder de algún modo "tocar" a Dios para creerle. Lo que Santo Tomas pide al Señor es aquello del cual todos nosotros tenemos necesidad: verlo y tocarlo para poder reconocerlo. Los Sacramentos van al encuentro de esta exigencia humana. Los Sacramentos, y la celebración eucarística de modo particular, son los signos del amor de Dios, las vías privilegiadas para encontrarnos con Él.
Así a través de estas catequesis que hoy iniciamos, quisiera redescubrir junto a ustedes la belleza que se esconde en la celebración eucarística, y que, una vez revelada, da sentido pleno a la vida de cada uno. La Virgen nos acompañe en este nuevo tramo del camino. Gracias.

Francisco advierte de que "la misa no es un espectáculo" para que fieles, curas y obispos hagan fotos con sus móviles





Con dulleta (hace frío en Roma), el Papa Francisco preside la audiencia de los miércoles. Con un nuevo ciclo de catequesis sobre la eucaristía, que "no es un espectáculo" a fotografiar por files, curas u obispos. También pidió a los padres que enseñen a sus hijos a "hacer bien la señal de la cruz" y a los enfermos a ofrecer sus sufrimientos por "tantos cristianos perseguidos".

P. Antonio Rivero: ¿Tendremos la lámpara de nuestra fe encendida?



P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: Dado que es incierto el día en que llegará el Señor para pedirnos cuentas de nuestra vida es de prudentes y sabios vivir en vigilancia perenne ahora, con la lámpara de la fe encendida, llena del aceite de nuestra caridad o buenas obras.
Síntesis del mensaje: el año litúrgico se encamina a su término y la Palabra de Dios nos invita este domingo a dirigir la mirada de la fe hacia “las cosas últimas”. Es de sabios meditar en las cosas venideras (primera lectura). Esta dimensión del más allá (escatológica) tiene que estar siempre en nuestro presupuesto existencial: ¿tendremos a la hora de la muerte la lámpara de nuestra fe encendida, las cuentas exactas y saldadas, y con el aceite de la caridad a tope para alimentar la lámpara y no quedarnos a medio camino? Después de la muerte, ya no podemos llenar la lámpara.
Puntos de la idea principal
En primer lugar, miremos a estas muchachas del evangelio de hoy. Son necias y desprevenidas. Por eso hacen cuatro cosas inútiles: ruegan a las otras que las salven –ya no es tiempo-, salen de noche a buscar vendedores –es absurdo-, llegan a puerta cerrada –obvio- y gritan –sin ser oídas-: “Señor, Señor, ábrenos”. ¿Resultado? “No os conozco”. ¿Moraleja? Tenemos que estar preparados para esta segunda venida de Cristo y no estar perdiendo el aceite de nuestra lámpara durante el camino de la vida por negligencia, por estar jugando en el carrusel de la fortuna y a los dados del placer. Yo, como san Pablo, sí creo en la segunda venida (segunda lectura). Y por eso quiero estar preparado y despierto. Y quiero ayudar a otros a prepararse conmigo. De esta manera, cuando venga el Señor nos encontrará con la lámpara de la fe encendida, con el aceite de la caridad derramándose por esa lámpara, con la conciencia tranquila y con la paz en el alma esperando el abrazo de Dios.
En segundo lugar, miremos a Cristo, aquí presentado como Esposo, pues lo que allá tendremos y saborearemos serán las bodas eternas con nuestro Salvador y sus amigos que se mantuvieron fieles a la alianza. La metáfora de las bodas simboliza la relación de amor, de índole nupcial, que se entabla entre Dios y cada uno de nosotros. ¿Por qué este Esposo Cristo llega tarde, de improviso? ¿Por qué ese grito en la noche? Cristo abre la puerta a las muchachas sensatas que estaban despiertas y tenían todo preparado y entran en la fiesta de bodas. Y, tras ellas, la puerta se cierra. Pudieron ingresar porque llenaron de aceite sus frascos, y así impidieron que la caridad, que es la llama del alma, se extinguiera. No podemos dormir. Un automovilista no puede permitirse el lujo de conducir durmiendo; un médico no puede ausentarse de una operación delicada e irse a dormir; un piloto de avión no puede convertir su cabina en salón dormitorio. Un solo instante de sueño sería fatal para tales personas y causaría un desastre nunca justificable. Así en nuestra vida cristiana.
Finalmente, y a nosotros, ¿qué nos dice esta parábola tan aleccionadora? Justamente esto: primero que estamos en la vida para ir hacia la eternidad, es decir, ese encuentro con Cristo que está ya preparando ese banquete de bodas definitivo, pues aquí en la tierra el banquete de la Eucaristía es a través del signo y del velo del sacramento; no perdamos la ruta; segundo, que tenemos que llenar siempre la lámpara de nuestra fe con el aceite de la caridad y amor, pues sólo así Jesús nos reconocerá y daremos con la puerta en medio de la oscuridad del camino; finalmente, que si no hacemos esto entraremos desgraciadamente dentro del grupo de los necios y fatuos y seremos excluidos del banquete y escucharemos de Cristo: “No te conozco”. Con esto, el Señor nos está alertando que junto con la posibilidad de la salvación final, existe la de la condenación eterna, que muchos hoy quieren negar, escudándose en este sofisma: “Dios es tan bueno, que no permitirá que ninguno se condene”. Dios es serio. “De Dios nadie se burla. Lo que el hombre siembre, eso cosechará” (cf. Gál 6, 7). Si estuvimos jugando con la lámpara de la fe comprando otras velas en el supermercado de las sectas, tal vez se quebrará. Quien no alimenta esa lámpara con la caridad, se apagará.
Para reflexionar: ¿Tengo preparadas las maletas para mi último viaje hacia Dios? ¿Cuido mi lámpara de la fe cristiana y católica, íntegra e incontaminada? ¿Llevo aceite de caridad de repuesto durante el trayecto hacia la eternidad?
Para rezar: Señor, hazme sensato. Señor, ayúdame para no tropezar durante el camino y dejar caer mi lámpara. Señor, que camine feliz y radiante durante el trayecto hacia Ti, ayudando a mis hermanos que me necesiten, repartiendo el aceite de mi fe y amor, antes de que sea ya tarde. ¡Ven, Señor Jesús! Amén.

Juan Pablo I no murió asesinado. Un libro pone fin a las especulaciones



La vice-postuladora de la causa de canonización del Pontífice italiano, Stefania Falasca, revela en el libro Papa Luciani. Crónica de una muerte que Juan Pablo I sufrió un dolor en el pecho el mismo día de su muerte del que nada supieron sus médicos
A los 33 días de ser elegido Papa, Albino Luciani murió repentinamente. Esto dio lugar a un sinfín de conjeturas, algunas de las cuales sugerían incluso que Juan Pablo I había sido asesinado. Este martes 7 de noviembre, la periodista de Avvenire Stefania Falasca ha puesto fin a todas las especulaciones. En el libro Papa Luciani. Crónica de una muerte, publicado hoy, la también vice-postuladora de la causa de canonización del Pontífice italiano desvela, al fin, las circunstancias de la muerte del Pontífice. El cardenal secretario de Estado Vaticano, Pietro Parolin, firma el prólogo.
Falasca ha tenido acceso a archivos secretos de la Santa Sede, a diferentes registros clínicos y ha interrogado a testigos inéditos. Entre ellos, destaca sor Margherita Marin, que trabajó al servicio del Papa y que es quien ha desmentido que el Pontífice tuviera fatiga o que hubiera fallecido agobiado por el peso de la responsabilidad. «Lo vi siempre tranquilo, sereno, lleno de confianza, seguro», ha explicado sor Margherita en el libro.
Dolor pectoral
Entre los documentos secretos, sobresale uno redactado en los días sucesivos a la muerte y en el que se habla de una indisposición que Luciani sintió la misma noche de su muerte, poco antes de la cena, mientras rezaba con el secretario irlandés John Magee. El documento fue escrito por Renato Buzzonetti, primer médico que acudió al lecho de muerte del Papa. En el informe, que envió a la Secretaría de Estado el 9 de octubre de 1979, se habla del «episodio de dolor localizado en la parte superior de la región esternal, sufrido por el Santo Padre hacia las 19:30 del día de la muerte, prolongado durante más de cinco minutos, que se verificó mientras el Papa estaba sentado y preparado para rezar con el padre Magee y retrocedió sin ninguna terapia».
Ante la desaparición del dolor, síntoma del problema coronario que esa misma noche le paró el corazón en 1978, no fue abierta la farmacia del Vaticano, no fue advertida sor Vincenza, enfermera del Papa, y tampoco se alertó al médico del Pontífice, Antonio Da Ros. Fue el padre Magee el que ha contado ahora que fue el mismo Santo Padre el que no quiso advertir al doctor.
Un café envenenado
Antes de conocerse esta afección papal, hubo quien atribuyó la muerte de Juan Pablo I a un café envenenado. Sin embargo, sor Vicenza y sor Margherita, que fueron quienes encontraron el cuerpo sin vida del Obispo de Roma, pudieron comprobar de primera mano que Luciani no había tocado el café que habían dejado para él en la sacristía a las 17:15 y, por eso, entraron en la habitación y descubrieron el cadáver.
Las dudas de los cardenales
Entre los documentos inéditos en el apéndice del libro de Falasca están recogidos también los registros clínicos en los que se evidencia que en 1975, durante un ingreso hospitalario, a Juan Pablo I ya le había sido diagnosticada una patología cardiovascular que entonces se consideró resuelta.
Asimismo, otro de los archivos revela las preguntas que los cardenales hicieron antes del nuevo cónclave convocado a la muerte de Albino Luciani a los médicos que habían atendido al Papa en su embalsamiento. Los purpurados quisieron saber si «el examen del cuerpo» permitía «excluir lesiones traumáticas de cualquier naturaleza», si era correcto el diagnóstico de «muerte repentina» y si «la muerte repentina era siempre natural». Los cardenales no excluían a priori la hipótesis de una muerte provocada. Desmentida, sin embargo, por los médicos.
Virtudes heroicas
El mismo día que en se publica en Italia el libro de Stefania Falasca –este martes 7 de noviembre–, el Vaticano ha celebrado una sesión ordinaria de cardenales y obispos de la Congregación para la Causa de los Santos. En ella, están llamados a pronunciarse sobre «la heroicidad de las virtudes» de Albino Luciani. De esta forma, todo parece indicar que en breve se anunciará la firma del decreto del Papa Francisco que convertirá en venerable al Papa de la eterna sonrisa.
Andrea Tornielli. Vatican insider
José Calderero @jcalderero. Alfa y Omega

Hablaba del templo de su cuerpo


Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
«El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Palabra del Señor.