viernes, 14 de abril de 2017

Viernes Santo – Comentario a la liturgia


Ciclo A
Textos: Is 52, 13-53, 12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: Hoy contemplamos un hecho histórico terrible que esconde un misterio divino que debemos vivir en el “hoy” desde la fe. Hecho histórico: “Cristo murió verdaderamente” y misterio divino “por nuestros pecados y para nuestra justificación”. Ambos, hecho histórico y misterio, van juntos.
Resumen del mensaje: Hoy, Viernes Santo, el sacramento calla para dejar lugar al evento y acontecimiento histórico (lectura de la pasión de san Juan), es decir, a la contemplación del hecho del cual nacieron todos los sacramentos. Y todo para introducirnos en el misterio: para nuestra justificación y salvación de nuestros pecados (primera y segunda lectura). “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira” (Lamentaciones 1, 12).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, detengámonos en el acontecimiento histórico terrible de este día: agonía, flagelación, pasión en el cuerpo y el alma, y muerte en la cruz. Golpeado, herido, humillado, triturado, un vencido y derrotado. Sin este plano de la historia, el plano del misterio: “Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro” (2 Co 5, 21) estaría suspendido en el vacío, desanclado; sería teoría o ideología; sería un sistema de doctrinas religiosas, como existían en aquel tiempo entre los griegos y como existen ahora. Sin la realidad de los hechos acaecidos, nuestra fe estaría vacía, dice Pablo (1 Co 15, 14). Por tanto, la historia es esencial para nuestra fe en el misterio que hoy celebramos. El hecho histórico incluso lo recoge el historiador romano Tácito: “Condenado al suplicio por Poncio Pilato” (Anales, libro XV, 44).
En segundo lugar, miremos ahora el misterio que hay detrás de este acontecimiento histórico. Sobre sus hombros pesaba el pecado, el sufrimiento, la miseria del mundo entero, porque él había aceptado ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Por qué tuvo que morir así? Tenemos que meditar la pasión de Cristo, y su Cruz. La Cruz es nuestro anclaje básico para alcanzar la salvación, una salvación que sin Ella, asida con amor no sería posible lograr. Una Cruz que es el puente, el camino, la escalera que nos permite redimirnos y unirnos a Dios, a un Dios del que mana LA SALUD, que fue el primero en tomarla, echársela a la espalda y asumirla hasta el final: “Por la Cruz a la Luz”. Una Cruz que es gozne de la puerta del Cielo, el camino más recto hacia la Gloria y el medio más útil y eficaz para conseguirla. Nosotros ya conocemos todas las variedades del dolor, pero este dolor es distinto. Es el dolor de un Dios; es un dolor libre, aceptado, querido: “ofreciéndose libremente a su pasión”. Ningún dolor conocido por nosotros es así: es decir, todo y sólo dolor, sin huella de necesidad. No resulta creíble, bajo la óptica del materialismo, que alguien fuera capaz de inmolarse, sin pedir nada a cambio.
Finalmente, preguntémonos, ¿qué haremos delante de este hecho histórico que esconde un misterio vivido en un eterno “hoy”? Acompañar a Cristo en su cruz, llevando con amor la nuestra, que es participación de la Suya. La Cruz es signo de contradicción, siempre lo fue. Locura y escándalo para los judíos, pues constituía un medio dispensador de tortura, humillación y muerte destinado a los peores criminales ajenos a la ciudadanía romana; ser Rey con ese trono, es locura. Y es, también, necedad para los gentiles, para los paganos. Qué tontería era esa de inmolarse en una Cruz; qué es eso de morir para salvar. Debemos, como san Francisco de Asís, sumergirnos, adentrarnos en la meditación de este misterio, dejarnos “impresionar” por los estigmas del Salvador. Convirtamos cada una de esas lágrimas que corrieron, que corren y correrán por nuestras mejillas en eslabón de una cadena, en peldaños de una escalera que, sin solución de continuidad, nos lleven hasta la Gloria, viendo en ellas una oportunidad única para acercarnos al perdón y a un Cristo que nos da la alegría de la REDENCIÓN.
Para reflexionar: dado que la cruz es algo que acompaña a la propia naturaleza y esencia del hombre y que no hay vida humana sin cruz, preguntémonos: ¿queremos una vida sin padecimiento, sin sufrimiento? Y dado que al final es cierto que “todos los ojos lloran, aunque no lo hagan al mismo tiempo”, que todos han llorado, lloran o llorarán, ¿pensamos librarnos de la cruz? ¿Cuáles son nuestras cruces? ¿Acaso más pesadas que la de Cristo?
Para rezarSeñor Jesús, gracias por tu infinito amor, por tu incondicional auxilio y protección, por tu sacrificio salvífico, por la redención de miss pecados, de mis culpas y por haber alcanzado para mí la vida eterna. Sin embargo, en algunos momentos me siento débil, impotente e incapaz de enfrentar mis problemas y contrariedades. Huyo de mi cruz. Por ello invoco tu nombre Señor Jesús, para que me puedas ayudar a resistir y llevar la cruz de mis pecados y momentos de dificultad. Sé que “con Dios nada me falta”, sé también que “solamente con Dios basta”. Te suplico y ruego que escuches mi petición y no me dejes caer en la tentación y me libres de todos los males. Amén.
ZENIT

Viernes Santo





El Viernes santo es el día en que se conmemora la pasión, crucifixión y muerte de Jesús. En este día, la liturgia de la Iglesia no prevé la celebración de la santa misa, pero la asamblea cristiana se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad, para recordar, a la luz de la palabra de Dios y con la ayuda de conmovedores gestos litúrgicos, los sufrimientos del Señor que expían este mal.

Después de escuchar el relato de la pasión de Cristo, la comunidad ora por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo, adora la cruz y recibe la Eucaristía, consumiendo las especies eucarísticas conservadas desde la misa in Cena Domini del día anterior.

Como invitación ulterior a meditar en la pasión y muerte del Redentor y para expresar el amor y la participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de piedad popular, procesiones y representaciones sagradas, orientadas a imprimir cada vez más profundamente en el corazón de los fieles sentimientos de auténtica participación en el sacrificio redentor de Cristo.
Entre esas manifestaciones destaca el vía crucis, práctica de piedad que a lo largo de los años se ha ido enriqueciendo con múltiples expresiones espirituales y artísticas vinculadas a la sensibilidad de las diferentes culturas. Así, han surgido en muchos países santuarios con el nombre de "Calvario" hasta los que se llega a través de una cuesta empinada, que recuerda el camino doloroso de la Pasión, permitiendo a los fieles participar en la subida del Señor al monte de la Cruz, al monte del Amor llevado hasta el extremo.

“La pasión dolorosa del Señor Jesús suscita necesariamente piedad hasta en los corazones más duros, ya que es el culmen de la revelación del amor de Dios por cada uno de nosotros.
Observa san Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3,16). Cristo murió en la cruz por amor.
A lo largo de los milenios, muchedumbres de hombres y mujeres han quedado seducidos por este misterio y le han seguido, haciendo al mismo tiempo de su vida un don a los hermanos, como Él y gracias a su ayuda. Son los santos y los mártires, muchos de los cuales nos son desconocidos.
También en nuestro tiempo, cuántas personas, en el silencio de su existencia cotidiana, unen sus padecimientos a los del Crucificado y se convierten en apóstoles de una auténtica renovación espiritual y social.
¿Qué sería del hombre sin Cristo? San Agustín señala: «Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si Él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si Él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si Él no hubiera venido» (Sermón, 185,1). Entonces, ¿por qué no acogerlo en nuestra vida?
Detengámonos esta noche contemplando su rostro desfigurado: es el rostro del Varón de dolores, que ha cargado sobre sí todas nuestras angustias mortales. Su rostro se refleja en el de cada persona humillada y ofendida, enferma o que sufre, sola, abandonada y despreciada. Al derramar su sangre, Él nos ha rescatado de la esclavitud de la muerte, roto la soledad de nuestras lágrimas, y entrado en todas nuestras penas y en todas nuestras inquietudes”
(Benedicto XVI, Viernes Santo, 10 de abril de 2009). 

El Papa, a los presos de Paliano: "Jesús amó hasta el final. Dios ama así, da la vida por cada uno de nosotros"


 "Yo no os digo que vayáis los unos a los otros a lavaros los pies, sería una locura. Sí os diré que si podéis hacer una ayuda, un servicio, a vuestros compañeros en la cárcel, hacédselo. Porque eso es amor, es como lavar los pies. Ser siervo de otros". El Papa Francisco fue, una vez más, el párroco de los más pobres de entre los pobres, durante la celebración de los Oficios del Jueves Santo en la cárcel de Paliano.
En una ceremonia que en principio se anunció privada, aunque posteriormente fue retransmitida en diferido por Radio Vaticana, Bergoglio realizó la liturgia del lavado de los pies a 12 presos (diez italianos, un argentino y un albanés). Tres de ellos eran mujeres, y uno un musulmán convertido al catolicismo el pasado año.
En su homilía, el Papa recordó cómo Jesús "amó hasta el final" a los suyos, porque "Dios ama así, da la vida por cada uno de nosotros, y quiere esto". Y no es fácil, reconoció, porque somos todos pecadores, tenemos límites defectos, no sabemos amar, "no somos como Dios que ama sin mirar las consecuencias y hasta el final".
"Él, que era el jefe, que era Dios, le lava los pies a los discípulos", recordó el Papa. Se trató, entonces y ahora, de un gesto, "pero esto sólo lo hacían los esclavos. Jesús le da la vuelta y lo hace él. Porque él vino al mundo para servir, para hacerse esclavo por nosotros, para amar hasta el final".
En sus palabras a los presos, Francisco recordó que, al entrar a la cárcel, algunos reclusos comentaban que él era "el jefe de la Iglesia". "No bromeemos, el jefe de la Iglesia es Jesús. Yo quiero hacer lo mismo que él hace", señaló, antes de proceder al rito del lavatorio de pies.
Francisco recordó que "una vez los discípulos discutían sobre quien era el más importante. Y Jesús les dijo: el que quiera ser el más importante tiene que volverse el servidor de todos". "Es lo que hace Dios con nosotros" reiteró, porque "él nos ama".
Bergoglio concluyó su homilía señalando que "no es una ceremonia folclórica, es un gesto para recordar lo que nos ha dado Jesús". Y que "después tomó el pan y nos dio su cuerpo, tomó el vino y nos dio su sangre", porque "así es el amor de Dios", dijo. "Pensemos solamente al amor de Dios".
Durante la visita, los presos prepararon algunos platos típicos e incluso pintaron la fuente central del  patio de la cárcel con los colores amarillo y blanco del Vaticano. Bergoglio aprovechó para visitar a algunos enfermos de tuberculosis y a dos personas en régimen de aislamiento."Entrando en la cárcel de Paliano el Papa ha entrado en todas las cárceles del mundo", señaló Don Marcos, el párroco de otra prisión, al comentar la visita.
Posteriormente, Francisco visitó al papa emérito Benedicto XVI, que reside en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro del Vaticano. Como cada año -informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede- Francisco le visita para llevarle los saludos de Pascua, si bien este año ha tenido un doble carácter celebrativo, pues el próximo domingo 16 de abril, el papa emérito cumplirá 90 años.

Jesús Abandonado



Semana de Pasión. Hoy, la Última Cena y Getsemaní. Mañana, la ignominia y la cruz. El barroco de las procesiones recoge el legado de siglos hecho cultura del pueblo que en la fe contempla el dolor físico de Jesús. ¿Y su dolor espiritual? El arte contemporáneo lo busca incesantemente. Y en sus almas lo reconocen los despreciados, los injuriados, los desolados, los abandonados.
El cénit del sufrimiento espiritual de Jesús está en la cruz, cuando se vacía incluso de Dios, cuando grita «Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado». Más que una frase del salmo 22 que dice Jesús, es una frase de Jesús que dice el salmo 22.
Ya decía el filósofo Jack Maritain que Dios sufrió en la cruz: sufrió el Hijo, sufrió el Padre, sufrió el Espíritu Santo: «El sufrimiento existe en Dios de un modo infinitamente más verdadero que en nosotros, pero sin ninguna imperfección, ya que en Dios está en absoluta unidad con el amor».
San Juan Pablo II en su encíclica Salvifici Doloris lo describe así: «Midiendo todo el mal de volver la espalda a Dios contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de un modo humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios» .
El Papa Francisco, dirigiéndose a un grupo de jóvenes en Nápoles les dijo: «El más grande silencio de Dios fue la Cruz: Jesús oyó el silencio del Padre, hasta llamarlo abandono: Padre, ¿por qué me has abandonado? Y luego sucedió ese milagro de Dios, esa palabra, ese gesto grandioso que fue la Resurrección. Nuestro Dios es también el Dios de los silencios y (…) el silencio de Dios no digo que se pueda comprender, pero podemos acercarnos a los silencios de Dios mirando a Cristo crucificado, a Cristo que muere, a Cristo abandonado».
San Juan de la Cruz, como todos los místicos, fue muy sensible al grito de Jesús en la Cruz: «Cierta está que al punto de la muerte quedó también aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima sequedad (…); por lo cual fue necesario a clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! ¡Por qué me has desamparado? (Mt. 27,26). Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido (…) Y esto fue, como digo, al tiempo y punto que este Señor estuvo más aniquilado en todo».
Chiara Lubich, mística contemporánea, lo explica así: «Lo había dado todo. Le quedaba la divinidad. Su unión con el Padre, la dulcísima e inefable unión con Él, que lo había hecho tan poderoso en la tierra como Hijo de Dios y tan majestuoso en la cruz; ese sentimiento de la presencia de Dios tenía que bajar al fondo de su alma, dejar de sentirlo. El amor en Él estaba anulado, la luz apagada, la sabiduría callada».
San Ireneo decía del misterio de la redención que todo lo que Jesús redimió antes lo asumió, y no redimió nada que él mismo en su pasión no hubiese hecho suyo. Tuvo que bajar a los infiernos para rescatarnos del infierno. No podríamos ser nada sin él, sin su amor desde la cruz.
Manuel María Bru