Ciclo A
Textos: Is 52, 13-53, 12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: Hoy contemplamos un hecho histórico terrible que esconde un misterio divino que debemos vivir en el “hoy” desde la fe. Hecho histórico: “Cristo murió verdaderamente” y misterio divino “por nuestros pecados y para nuestra justificación”. Ambos, hecho histórico y misterio, van juntos.
Resumen del mensaje: Hoy, Viernes Santo, el sacramento calla para dejar lugar al evento y acontecimiento histórico (lectura de la pasión de san Juan), es decir, a la contemplación del hecho del cual nacieron todos los sacramentos. Y todo para introducirnos en el misterio: para nuestra justificación y salvación de nuestros pecados (primera y segunda lectura). “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira” (Lamentaciones 1, 12).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, detengámonos en el acontecimiento histórico terrible de este día: agonía, flagelación, pasión en el cuerpo y el alma, y muerte en la cruz. Golpeado, herido, humillado, triturado, un vencido y derrotado. Sin este plano de la historia, el plano del misterio: “Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro” (2 Co 5, 21) estaría suspendido en el vacío, desanclado; sería teoría o ideología; sería un sistema de doctrinas religiosas, como existían en aquel tiempo entre los griegos y como existen ahora. Sin la realidad de los hechos acaecidos, nuestra fe estaría vacía, dice Pablo (1 Co 15, 14). Por tanto, la historia es esencial para nuestra fe en el misterio que hoy celebramos. El hecho histórico incluso lo recoge el historiador romano Tácito: “Condenado al suplicio por Poncio Pilato” (Anales, libro XV, 44).
En segundo lugar, miremos ahora el misterio que hay detrás de este acontecimiento histórico. Sobre sus hombros pesaba el pecado, el sufrimiento, la miseria del mundo entero, porque él había aceptado ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Por qué tuvo que morir así? Tenemos que meditar la pasión de Cristo, y su Cruz. La Cruz es nuestro anclaje básico para alcanzar la salvación, una salvación que sin Ella, asida con amor no sería posible lograr. Una Cruz que es el puente, el camino, la escalera que nos permite redimirnos y unirnos a Dios, a un Dios del que mana LA SALUD, que fue el primero en tomarla, echársela a la espalda y asumirla hasta el final: “Por la Cruz a la Luz”. Una Cruz que es gozne de la puerta del Cielo, el camino más recto hacia la Gloria y el medio más útil y eficaz para conseguirla. Nosotros ya conocemos todas las variedades del dolor, pero este dolor es distinto. Es el dolor de un Dios; es un dolor libre, aceptado, querido: “ofreciéndose libremente a su pasión”. Ningún dolor conocido por nosotros es así: es decir, todo y sólo dolor, sin huella de necesidad. No resulta creíble, bajo la óptica del materialismo, que alguien fuera capaz de inmolarse, sin pedir nada a cambio.
Finalmente, preguntémonos, ¿qué haremos delante de este hecho histórico que esconde un misterio vivido en un eterno “hoy”? Acompañar a Cristo en su cruz, llevando con amor la nuestra, que es participación de la Suya. La Cruz es signo de contradicción, siempre lo fue. Locura y escándalo para los judíos, pues constituía un medio dispensador de tortura, humillación y muerte destinado a los peores criminales ajenos a la ciudadanía romana; ser Rey con ese trono, es locura. Y es, también, necedad para los gentiles, para los paganos. Qué tontería era esa de inmolarse en una Cruz; qué es eso de morir para salvar. Debemos, como san Francisco de Asís, sumergirnos, adentrarnos en la meditación de este misterio, dejarnos “impresionar” por los estigmas del Salvador. Convirtamos cada una de esas lágrimas que corrieron, que corren y correrán por nuestras mejillas en eslabón de una cadena, en peldaños de una escalera que, sin solución de continuidad, nos lleven hasta la Gloria, viendo en ellas una oportunidad única para acercarnos al perdón y a un Cristo que nos da la alegría de la REDENCIÓN.
Para reflexionar: dado que la cruz es algo que acompaña a la propia naturaleza y esencia del hombre y que no hay vida humana sin cruz, preguntémonos: ¿queremos una vida sin padecimiento, sin sufrimiento? Y dado que al final es cierto que “todos los ojos lloran, aunque no lo hagan al mismo tiempo”, que todos han llorado, lloran o llorarán, ¿pensamos librarnos de la cruz? ¿Cuáles son nuestras cruces? ¿Acaso más pesadas que la de Cristo?
Para rezar: Señor Jesús, gracias por tu infinito amor, por tu incondicional auxilio y protección, por tu sacrificio salvífico, por la redención de miss pecados, de mis culpas y por haber alcanzado para mí la vida eterna. Sin embargo, en algunos momentos me siento débil, impotente e incapaz de enfrentar mis problemas y contrariedades. Huyo de mi cruz. Por ello invoco tu nombre Señor Jesús, para que me puedas ayudar a resistir y llevar la cruz de mis pecados y momentos de dificultad. Sé que “con Dios nada me falta”, sé también que “solamente con Dios basta”. Te suplico y ruego que escuches mi petición y no me dejes caer en la tentación y me libres de todos los males. Amén.
ZENIT
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