“El corazón de carne, prometido por Dios en los profetas, está ya presente en el mundo: es el Corazón de Cristo traspasado en la cruz. Al recibir la Eucaristía, creemos firmemente que ese corazón viene a latir también dentro de nosotros. Al mirar dentro de poco la cruz digamos desde lo profundo del corazón, como el publicano en el templo: ¡Oh, Dios, ten piedad de mí, pecador!”, lo dijo el P. Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia en su homilía del Viernes Santo, en la celebración de la Pasión del Señor, presidida por el Papa Francisco, en la Basílica de San Pedro.
En su homilía, el P. Cantalamessa señaló que, el relato de la Pasión de Cristo, aparentemente se presenta como nada más que la crónica de una muerte violenta. Es más dijo, en la actualidad nunca faltan noticias de muertos asesinados en nuestros noticieros. Incluso en estos últimos días ha habido algunas, como la de los 38 cristianos coptos asesinados en Egipto, señaló. ¿Por qué, entonces, después de 2000 años, el mundo recuerda todavía la muerte de Jesús de Nazaret como si hubiera pasado ayer?, se preguntó el Predicador. El motivo es que su muerte – la muerte de Jesús – ha cambiado el sentido mismo de la muerte.
Comentando algunos pasajes bíblicos de la vida pública de Jesús en los que ya se prefiguraba la resurrección, el P. Cantalamessa precisó que, “tras el sacrificio de Cristo, más profundo que el corazón de tinieblas, palpita en el mundo un corazón de luz. En efecto, dijo el Predicador, Cristo al subir al cielo, no ha abandonado la tierra, como, al encarnarse, no había abandonado la Trinidad”. Y existe en la tradición de los monjes cartujos – afirmó el P. Cantalamessa – un escudo que figura en la entrada de sus monasterios, en sus documentos oficiales y en otras ocasiones. En él está representado el globo terráqueo, rematado por una cruz, con una inscripción alrededor: Stat crux dum volvitur orbis: está inmóvil la cruz, entre las evoluciones del mundo.
Pero, ¿Qué representa la cruz, para que sea este punto fijo, este árbol maestro entre la agitación del mundo?, se pregunta el Predicador. Ella es el «No» definitivo e irreversible de Dios a la violencia, a la injusticia, al odio, a la mentira, a todo lo que llamamos «el mal»; y, al mismo tiempo, agregó el P. Cantalamessa, es el «Sí», igualmente irreversible, al amor, a la verdad, al bien. «No» al pecado, «Sí» al pecador. Es lo que Jesús ha practicado durante toda su vida y que ahora consagra definitivamente con su muerte.
La cruz no «está», pues, contra el mundo, precisó el padre franciscano, sino para el mundo: para dar un sentido a todo el sufrimiento que ha habido, hay y habrá en la historia humana. «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar el mundo —dice Jesús a Nicodemo—, sino para que el mundo se salve por medio de él». La cruz, dijo el P. Cantalamessa, es la proclamación viva de que la victoria final no es de quien triunfa sobre los demás, sino de quien triunfa sobre sí mismo; no de quien hace sufrir, sino de quien sufre.
(Renato Martinez – Radio Vaticano)
Texto completo y audio de la homilía del P. Raniero Cantalamessa,
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