sábado, 15 de abril de 2017

"Te pedimos no avergonzarnos jamás de tu cruz, no instrumentalizarla, sino honrarla"



"Te pedimos no avergonzarnos jamás de tu cruz, no instrumentalizarla, sino honrarla, porque en ella tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de nuestro amor, y la potencia de tu misericordia".
El Papa Francisco asistió en silencio a las 14 estaciones del Via Crucis del Coliseo, y sólo al final dirigió una profunda reflexión, en la que mostró la "vergüenza" ante los pecados y las omisiones de los hombres y mujeres, de la Iglesia, ante los Cristos de nuestros días, y pidió al Señor de la vida, que "transforma nuestros corazones endurecidos, capaces de perdonar y de amar".
"Oh, Cruz de Cristo, enséñanos que la aurora del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche, y que el amor eterno de Dios vence siempre". Es, sin lugar a dudas, el momento más espectacular de la Semana Santa romana. El Via Crucis del Coliseo, allí donde murieron miles de cristianos, resulta una ceremonia emotiva y apasionante, con momentos de profundo recogimiento y silencio, de oscuridad iluminada por miles de cirios, por la esperanza en la Resurrección.
 La encargada de las reflexiones de este año fue la teóloga Anne-Marie Pelletier, quien aportó varios cambios sustanciales, tanto en la forma como en el fondo de las 14 estaciones. Los cambios más vistosos pueden apreciarse en la segunda estación, que llevó por título "Jesús es negado por Pedro" en lugar de "Jesús carga la cruz" o la tercera "Jesús y Pilato" en lugar de "Jesús cae por primera vez".
La innovación destaca también en la séptima estación, "Jesús y las hijas de Jerusalén" en vez de "Jesús cae por segunda vez", o la decimocuarta, "Jesús en el sepulcro y las mujeres", que sustituye a "Jesús es colocado en el sepulcro".
A lo largo de las 14 estaciones, diversas personas se turnaron para llevar sea la cruz alta que encabezará la procesión, sea las dos candelas que la acompañarán. La primera estación corrió a cargo del cardenal vicario de la diócesis de Roma, Agostino Vallini.
En la segunda, una familia romana, mientras que la tercera estación le tocó a un discapacitado en silla de ruedas. En la cuarta, una estudiante polaca; en la quinta, un matrimonio italiano; en la sexta a una monja de India y en la séptima a varias personas africanas.
En las siguientes estaciones, portaron la cruz una familia originaria de Egipto, dos jóvenes de Portugal y una familia de Colombia, países que Francisco visitará en las próximas semanas y meses.
La undécima estación fue portada por dos chicas francesas, mientras que la 12 será muy especial, pues la llevaron dos fieles chinos. La penúltima estación corrió a cargo de unos frailes de Tierra Santa, mientras que Vallini volvió a recoger la cruz para la última estación, antes de las palabras finales del Papa.
 En las mismas, Francisco se dirigió directamente al Cristo clavado en la cruz. "Volvemos a ti este año con los años abajados de vergüenza y con el corazón lleno de esperanza".
"Vergüenza por todas las imágenes de devastación y de destrucción, de naufragio, que se han convertido en ordinarias para nosotros. Vergüenza por la sangre inocente que cotidianamente viene derramada de mujeres, niños, emigrantes, personas perseguidas por el color de su piel o por su pertenencia étnica, social, o por su fe en ti", clamó Bergoglio.
La misma vergüenza que ya proclamó en Lampedusa, y que anoche recogió, también, "por las demasiadas veces que, como Judas y como Pedro, te hemos vendido y traicionado, y dejado solo para morir por nuestros pecados, escapando como cobardes de nuestras responsabilidades".
"Vergüenza por nuestro silencio frente a la injusticia, por nuestras manos vagas para dar y ávidas para quitar y conquistar, por nuestra voz que defiende nuestros intereses y tímida para hablar de los de los demás".
También, dentro de la Iglesia, el Papa advirtió la "vergüenza por todas las veces que obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas hemos herido tu cuerpo, la Iglesia, y hemos herido nuestro primer amor, nuestro entusiasmo, nuestra total disponibilidad, dejando arruinar nuestro corazón y nuestra consagración. Tanta vergüenza, Señor, pero en nuestro corazón, está la nostalgia en la esperanza de que tú nos tratas no según nuestros méritos".
Y es que, pese a "nuestras traiciones", ese Jesús crucificado es capaz de "transformar nuestros corazones endurecidos, capaces de perdonar y de amar". "Transforma esta tenebrosa noche de tu cruz en alba fulgurante de tu resurrección", la esperanza de que "la lista de hombres y mujeres fieles a la cruz continuará como la levadura, y la luz que abre nuevos horizontes en el cuerpo de nuestra humanidad herida. La esperanza de que tu iglesia buscará ser la voz que grita en el desierto de la Humanidad para preparar el camino de tu regreso triunfal".
En definitiva, "la esperanza de que el bien vencerá a pesar de su aparente fracaso". Por ello, el Papa clamó a Jesús, "hijo de Dios, víctima inocente de nuestro rescate, delante de tu misterio de gloria (...). Ante tu patíbulo nos arrodillamos avergonzados y esperanzados, y te pedimos que nos laves en el lavatorio de la sangre y el agua que brotaron de tu corazón,... perdonar nuestros pecados y nuestras culpas. Te pedimos que te acuerdes de nuestros hermanos arrancados por la violencia de la indiferencia y de la guerra, te pedimos romper las cadenas que nos tienen prisioneros en nuestro egoísmo, en nuestra ceguera involuntaria, y en la vanidad de nuestros cálculos mundanos".

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