"Llegan pues el mismo día sobre aquella tarde aquellos dos santos varones, José y Nicodemus, y arrimadas las escaleras a la cruz descienden en brazos el cuerpo del Salvador.
Como la Virgen vio que, acabada la tormenta de la cruz, llegaba el sagrado cuerpo a tierra, aparéjase ella para darle puerto seguro en sus pechos y recibirlo de los brazos de la cruz en los suyos. Pide, pues, con grande humildad a aquella noble gente, que pues no se había despedido de su hijo, ni recibido de Él los postreros abrazos en la cruz, al tiempo de su partida la dejan ahora llegar a Él si no quieren que por todas partes crezca su desconsuelo, si habiéndosele quitado por un cabo los enemigos vivo, ahora los amigos se le quitan muerto.
¡Oh por todas partes desconsolada Señora! Porque si te niegan lo que pides, desconsolarte has, y si te lo dan como lo pides, no menos te desconsolarás. No tienen tus males consuelo, sino en sola tu paciencia. Si por una parte quieres excusar un dolor, por otra parte se dobla. Pues ¿qué haréis santos varones? ¿Qué consejo tomaréis? Negar a tales lágrimas y a tal Señora cosa que pide es acabarle la vida. Teméis por una parte desconsolarla, teméis por otra, no seáis por ventura homicidas de la Madre, como lo fueron los enemigos del Hijo. Finalmente vence la piadosa porfía de la Virgen y pareció a aquella noble gente, según eran grandes sus gemidos, que sería mayor crueldad quitarle el hijo que quitarle la vida, y así se lo hubieron de entregar.
Pues cuando la Virgen lo tuvo en sus brazos ¿qué lengua podría explicar lo que sintió? Angeles de paz, llorad con esta Sagrada Virgen, llorad cielos, llorad estrellas del cielo y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María. Abrázase la madre con el cuerpo despedazado, apriétale fuertemente en sus pechos (para esto sólo le quedan fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tiñese la cara de la madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con las lágrimas de la madre"
Fray Luis de Granada
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