martes, 9 de diciembre de 2014

La Iglesia es madre, no sirve un organigrama perfecto, dijo el Papa en su homilía

 La alegría de la Iglesia es ser madre, ir a buscar a las ovejas perdidas. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. El Obispo de Roma reafirmó que a la Iglesia no le sirve tener “un organigrama perfecto” si después es un ambiente triste y cerrado, si no es madre. De ahí la invitación del Pontífice a ser “cristianos alegres” con la “consolación de la ternura de Jesús”.

“Abrir las puertas a la consolación del Señor”. Francisco se inspiró en su homilía partiendo de la primera lectura en la que el profeta Isaías habla del fin de la tribulación de Israel después del exilio en Babilonia. “El pueblo – comentó el Papa – tiene necesidad de consuelo. La misma presencia del Señor consuela”. Una consolación –  añadió –  que también existe en la tribulación. Y sin embargo –   prosiguió – “nosotros, habitualmente huimos de la consolación; tenemos desconfianza; estamos más cómodos en nuestras cosas, más cómodos también en nuestras faltas, en nuestros pecados. Ésta – dijo el Santo Padre – es tierra nuestra”. En cambio – añadió – “cuando viene el Espíritu y viene la consolación nos conduce a otro estado que nosotros no podemos controlar: es precisamente el abandono en la consolación del Señor”.

Francisco subrayó que “la consolación más fuerte es la de la misericordia y la del perdón”. Y aludió al final del capítulo 16 de Ezequiel, cuando después “del elenco de tantos pecados del pueblo”, dice: “Pero yo no te abandono; yo te daré más; ésta será mi venganza: la consolación y el perdón”, “así es nuestro Dios”. Por esto – reafirmó el Papa – “es bueno repetir: déjense consolar por el Señor, es el único que puede consolarnos”. Si bien “estamos habituados a alquilar consolaciones pequeñas, un poco hechas por nosotros”, pero que después “no sirven”. Y al detenerse sobre el Evangelio del día, tomado de San Mateo, sobre la parábola de la oveja perdida, el Santo Padre dijo:

“Yo me pregunto cuál es la consolación de la Iglesia. Así como cuando una persona es consolada; cuando siente la misericordia y el perdón del Señor, la Iglesia hace fiesta, es feliz cuando sale de sí misma. En el Evangelio, ese pastor que  sale, va a buscar aquella oveja perdida, podía hacer la cuenta de un buen comerciante: por, 99, si pierde una no hay problema; el balance… Ganancias, pérdidas… Pero va bien, podemos ir así. No. Tiene corazón de pastor. Sale a buscarla hasta que la encuentra y allí hace fiesta, está feliz”.

“La alegría de salir para buscar a los hermanos y a las hermanas que están lejos. Ésta – evidenció Francisco – es la alegría de la Iglesia. Allí la Iglesia se convierte en madre, se hace fecunda”:
“Cuando la Iglesia no hace esto, cuando la Iglesia se detiene en sí misma, se cierra en sí misma, tal vez se ha organizado bien, un organigrama perfecto, todo en su lugar, todo limpio, pero falta la alegría, falta la fiesta, falta la paz, y así se convierte en una Iglesia desalentada, ansiosa, triste, una Iglesia que tiene más de solterona que de madre, y esta Iglesia no sirve, es una Iglesia de museo. La alegría de la Iglesia es dar a luz; la alegría de la Iglesia es salir de sí misma para dar vida; la alegría de la Iglesia es ir a buscar aquellas ovejas que están perdidas; la alegría de la Iglesia es precisamente aquella ternura del pastor, la ternura de la madre”.

El Papa explicó que en el final del pasaje de Isaías “se retoma esta imagen: como un pastor él hace pastorear al rebaño y con su brazo lo reúne”. “Ésta – dijo Francisco –  es la alegría de la Iglesia: salir de sí misma y llegar a ser fecunda”:

“Que el Señor nos de la gracia de trabajar, ser cristianos alegres en la fecundidad de la madre Iglesia y nos libre de caer en la actitud de ser cristianos tristes, impacientes, desalentados, ansiosos, que tienen todo perfecto en la Iglesia, pero no tienen ‘niños’. Que el Señor nos consuele con la consolación de una Iglesia madre que sale de sí misma y nos consuele con la consolación de la ternura de Jesús y de su misericordia en el perdón de nuestros pecados”.  
(María Fernanda Bernasconi - RV).


Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros, dijo el Papa a la hora del Ángelus

Texto de la meditación del Papa antes de rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, buena fiesta!

El mensaje de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros. El Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» (Lc 1, 28): en ella no hay espacio para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús, y la ha preservado de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona a ella diciendo al Ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (v. 38). No dijo: «Yo haré según tu palabra». No, sino: «Hágase en mí…». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide que escuchemos a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! Que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre.

La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario dejar hacer a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él el que hace tantas maravillas en nosotros. María es receptiva, pero no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, del mismo modo, en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe. Por esto San Agustín afirma que la Virgen «ha concebido primero en su corazón antes que en su seno» (Discursos, 215, 4). Ha concebido primero la fe, y después al Señor.

Este misterio de la acogida de la gracia, que en María, por un privilegio único, estaba sin el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. En efecto, San Pablo inicia su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo» (1, 3). Así como Santa Isabel saluda a María como «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), del mismo modo también nosotros hemos sido desde siempre «bendecidos», es decir amados y, por tanto, «elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados» (Ef 1, 4). María ha sido preservada, mientras nosotros hemos sido salvados gracias al Bautismo y a la fe. Pero todos, tanto ella como nosotros, por medio de Cristo, «en alabanza del esplendor de su gracia» (v. 6), esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colmada en plenitud.

Frente al amor, frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. Ninguno de nosotros puede comprar la salvación. La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros, y habita en nosotros. Así como hemos recibido gratuitamente, del mismo modo gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. El Espíritu es don para nosotros. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los demás; que nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, de reconciliación, instrumentos de perdón.

Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor – porque la gracia del Señor nos transforma, eh – no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en el Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se parece al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi - RV).

NUESTRO DIOS LLEGA CON PODER


Del Salmo 95:

Nuestro Dios llega con poder

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.


Nuestro Dios llega con poder

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
Él gobierna a los pueblos rectamente.»


Nuestro Dios llega con poder

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque.


Nuestro Dios llega con poder

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.



Nuestro Dios llega con poder

De News.va

SANTA LEOCADIA DE TOLEDO


Queridos amigos, les ofrecemos la historia de una santa y mártir poco conocida, Leocadia de Toledo. 

En Occidente abundaron los martirios durante los primeros años del siglo IV. Víctima de ellos fue también la doncella toledana Leocadia. La blancura, representada por su nombre, de origen griego, coincidía con su corta edad de adolescente, casi de niña. Un templo parroquial de Toledo a ella dedicado se eleva sobre el lugar que se cree fue su casa paterna, mostrándose un subterráneo considerado como lugar de oración de la santa niña.


Los calendarios mozárabes atestiguan desde muy antiguo el culto de esta mártir, cuya prisión y muerte fue narrada en un relato compuesto en el siglo VII. Según en él se nos dice, procedente de las Galias, penetró en España el gobernador imperial Daciano, llegado para cortar a sangre y fuego todo brote cristiano. Inició un recorrido por Gerona, Barcelona, Zaragoza, Alcalá, Toledo, Avila y Mérida. Testimonio cruento de su paso fueron los mártires Félix, Cucufate, Eulalia, los Innumerables de Zaragoza, los santos hermanos Justo y Pastor, los también hermanos Vicente, Sabina y Cristeta y la emeritense virgen Eulalia. 

Desde Alcalá, Daciano se trasladó a Toledo. Muy poco tardó en citar a su tribunal a la joven Leocadia, sometiéndola a un interrogatorio. Al negarse ella a abandonar su fe en Cristo, mandó Daciano a sus verdugos que atasen a la doncella y la encerrasen en una oscura cárcel, mientras él se tomaba tiempo para excogitar las penas y tormentos a que había de someterla para quebrantar su férrea voluntad. 

Probablemente a causa del acabamiento por el inhumano trato a que estaba sometida, santa Leocadia entregó su alma a Dios en la misma cárcel el 9 de diciembre del 303 o del 304. Los textos litúrgicos hispanos la califican de confesora y mártir. 

Enterrada en el cementerio local, muy pronto surgió en torno a su tumba un culto martirial, incrementado años después al ser reconocida por Constantino la religión cristiana. Posiblemente en el mismo siglo IV se erigió sobre el sepulcro una basílica. Los santos Eladio, Eugenio, Ildefonso y Julián fueron en ella enterrados y allí también se celebraron tres de los concilios toledanos.

De News .va

¡ Consuelen, consuelen a mi Pueblo !


¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! 

Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Una voz dice: "¡Proclama!". Y yo respondo: "¿Qué proclamaré?". "Toda carne es hierba y toda su consistencia, como la flor de los campos: 

la hierba se seca, la flor se marchita cuando sopla sobre ella el aliento del Señor. Sí, el pueblo es la hierba. La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre". Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: "¡Aquí está su Dios!". Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz. -Libro de Isaías 40,1-11.ç

Fuente: Tengo Sed de Ti