La alegría de la Iglesia es ser madre, ir a buscar a las ovejas perdidas. Lo afirmó el Papa Francisco en su
homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
El Obispo de Roma reafirmó que a la Iglesia no le sirve tener “un organigrama perfecto” si después es un ambiente triste y
cerrado, si no es madre. De ahí la invitación del Pontífice a ser “cristianos
alegres” con la “consolación de la ternura de Jesús”.
“Abrir las puertas a la consolación del Señor”. Francisco se
inspiró en su homilía partiendo de la primera lectura en la que el profeta Isaías habla
del fin de la tribulación de Israel después del exilio en Babilonia. “El pueblo
– comentó el Papa – tiene necesidad de consuelo.
La misma presencia del Señor consuela”. Una consolación –
añadió – que también existe en la tribulación. Y sin embargo –
prosiguió – “nosotros, habitualmente huimos de la consolación;
tenemos desconfianza; estamos más cómodos en nuestras cosas, más cómodos
también en nuestras faltas, en nuestros pecados. Ésta – dijo el Santo Padre –
es tierra nuestra”. En cambio – añadió – “cuando viene el Espíritu y viene la
consolación nos conduce a otro estado que nosotros no podemos controlar: es
precisamente el abandono en la consolación del Señor”.
Francisco subrayó que “la consolación más fuerte es la de la
misericordia y la del perdón”. Y aludió al final del capítulo 16 de Ezequiel, cuando después “del elenco de tantos pecados
del pueblo”, dice: “Pero yo no te abandono; yo te daré más; ésta será mi
venganza: la consolación y el perdón”, “así es nuestro Dios”. Por esto –
reafirmó el Papa – “es bueno repetir: déjense consolar por el Señor, es el
único que puede consolarnos”. Si bien “estamos habituados a alquilar
consolaciones pequeñas, un poco hechas por nosotros”, pero que después “no
sirven”. Y al detenerse sobre el Evangelio del día, tomado de San Mateo, sobre la parábola de la oveja perdida, el
Santo Padre dijo:
“Yo me pregunto cuál es la consolación de la Iglesia. Así como
cuando una persona es consolada; cuando siente la misericordia y el perdón del
Señor, la Iglesia hace fiesta, es feliz cuando sale de sí misma. En el
Evangelio, ese pastor que sale, va a buscar aquella oveja perdida, podía
hacer la cuenta de un buen comerciante: por, 99, si pierde una no hay problema;
el balance… Ganancias, pérdidas… Pero va bien, podemos ir así. No. Tiene
corazón de pastor. Sale a buscarla hasta que la encuentra y allí hace fiesta,
está feliz”.
“La alegría de salir para buscar a los hermanos y a las hermanas
que están lejos. Ésta – evidenció Francisco – es la alegría de la Iglesia. Allí
la Iglesia se convierte en madre, se hace fecunda”:
“Cuando la Iglesia no hace esto, cuando la Iglesia se detiene en
sí misma, se cierra en sí misma, tal vez se ha organizado bien, un organigrama
perfecto, todo en su lugar, todo limpio, pero falta la alegría, falta la
fiesta, falta la paz, y así se convierte en una Iglesia desalentada, ansiosa, triste,
una Iglesia que tiene más de solterona que de madre, y esta Iglesia no sirve,
es una Iglesia de museo. La alegría de la Iglesia es dar a luz; la alegría de
la Iglesia es salir de sí misma para dar vida; la alegría de la Iglesia es ir a
buscar aquellas ovejas que están perdidas; la alegría de la Iglesia es
precisamente aquella ternura del pastor, la ternura de la madre”.
El Papa explicó que en el final del pasaje de Isaías “se retoma
esta imagen: como un pastor él hace pastorear al rebaño y con su brazo lo
reúne”. “Ésta – dijo Francisco – es la alegría de la Iglesia: salir de sí
misma y llegar a ser fecunda”:
“Que el Señor nos de la gracia de trabajar, ser cristianos alegres
en la fecundidad de la madre Iglesia y nos libre de caer en la actitud de ser
cristianos tristes, impacientes, desalentados, ansiosos, que tienen todo
perfecto en la Iglesia, pero no tienen ‘niños’. Que el Señor nos consuele con
la consolación de una Iglesia madre que sale de sí misma y nos consuele con la
consolación de la ternura de Jesús y de su misericordia en
el perdón de
nuestros pecados”.
(María Fernanda
Bernasconi - RV).
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