domingo, 3 de abril de 2016

El Papa promueve una colecta especial en Europa para ayudar a las víctimas de la guerra en Ucrania

"¡Renovemos el compromiso por un mundo sin minas!", reclama Francisco en el Regina Coeli
Antes del rezo del Regina Coeli, el Obispo de Roma dirigió su cercanía a las poblaciones que en estos momentos tienen tanta necesidad de reconciliación y paz. El Santo Padre se refirió especialmente a la dramática situación que se vive en Ucrania.
"Además de acompañarlos con mi constante pensamiento y con mi oración, he decidido promover una acción de apoyo humanitario a su favor. Con tal fin tendrá lugar una colecta especial en todas las iglesias católicas de Europa el próximo domingo 24 de abril", anunció el Pontífice, invitando a los fieles a unirse a esta iniciativa suya. Al mencionar la Jornada Mundial contra las minas antipersona, el lunes 4 de abril, Francisco recordó que muchos continúan siendo asesinados o mutilados por estas terribles armas. "¡Renovemos el compromiso por un mundo sin minas!", pidió con énfasis el Papa.
El anuncio lo realizó al hablar de la situación que desde hace tiempo se vive en aquél país a causa del conflicto con Rusia y al señalar en concreto que su pensamiento en este día estaba "con todos los pueblos que tienen más sed de reconciliación y de paz".
"Pienso en particular en el drama de los que sufren las consecuencias de la violencia en Ucrania: de cuantos permanecen en las tierras golpeadas por las hostilidades que han causado ya varios miles de muertos, y de cuantos -más de un millón- han sido empujados a dejarlas por la grave situación que perdura".
Francisco pidió especialmente por los "ancianos y niños". "Además de acompañarles con mi constante pensamiento y con mi oración, he decidido promover una ayuda humanitaria en su favor. A tal propósito, tendrá lugar una colecta especial en todas las iglesias católicas de Europa el próximo domingo 24 de abril". "Invito a los fieles a unirse a esta iniciativa del Papa con una generosa contribución", añadió.
El Pontífice manifestó además que "este gesto de caridad, más allá de aliviar los sufrimientos materiales, quiere expresa la cercanía y mi solidaridad personal y de toda la Iglesia hacia Ucrania".
"Deseo vivamente que esto pueda ayudar a promover sin más retraso la paz y el respeto del derecho en esa tierra tan probada".
"Y mientras oramos por la paz -dijo a continuación- recordamos que mañana se celebra la Jornada Mundial contra las minas antipersona. Demasiadas personas continúan siendo asesinadas o mutiladas por estas terribles armas, y hombres y mujeres valientes arriesgan la vida para recuperar los terrenos minados. ¡Renovemos el compromiso por un mundo sin minas!", exclamó.


Jesús Bastante

Homilía del Papa: el Evangelio es el libro de la misericordia de Dios

Con la participación de miles de fieles y peregrinos el Santo Padre Francisco celebró la mañana del II Domingo de Pascua, la Santa Misa en la Fiesta de la Divina Misericordia, tras la solemne vigilia de oración del primer sábado de abril, en que también se recordó a San Juan Pablo II, en el día en que se cumplían once años de su fallecimiento.  

El Pontífice recordó en su homilía que el Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para leer y releer, porque todo lo que Jesús ha dicho y hecho es expresión de la misericordia del Padre. Y añadió que este texto sagrado sigue siendo un libro abierto, en el que se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia. De ahí su exhortación a ser, todos nosotros, “escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy”.

El Papa Bergoglio también afirmó que las obras de misericordia, corporales y espirituales, son el estilo de vida del cristiano, puesto que mediante estos gestos sencillos y fuertes, y a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios, haciendo de este modo lo que hizo Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría.

Además Francisco puso de manifiesto el contraste entre el miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa y el mandato misionero de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón. Contraste que – dijo – puede manifestarse también en nosotros como una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos.

Tras recordar que Cristo entró a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, y que desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón, el Obispo de Roma afirmó que el Señor resucitado nos indica una sola vía que va en una única dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha conquistado.

En cuanto al saludo de Cristo a sus discípulos, “paz a ustedes”, el Papa Bergoglio afirmó que no se trata de “una paz negociada”, no es la suspensión de algo malo: es su paz, la paz que procede del corazón del Resucitado, la paz que venció el pecado, la muerte y el miedo. Es la paz que no divide, sino que une; es la paz que no nos deja solos; es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza.

Por esta razón el Papa concluyó su homilía agradeciendo el amor inmenso que el Señor nos tiene e invitando a pedir la gracia de no cansarnos nunca de acudir a la misericordia del Padre y de llevarla al mundo siendo nosotros mismos misericordiosos, para difundir por doquier la fuerza del Evangelio.

(María Fernanda Bernasconi – RV).

Octava de Pascua: Divina Misericordia

En la Biblia no son indiferentes las citas numéricas, y al igual que hemos vivido la referencia “a los tres días”, “al tercer día”, cifra que contiene un significado pascual de muerte y resurrección; al igual que nos resuena todavía la expresión “el primer día de la semana”, que coincide con nuestro domingo, para señalar el día de la resurrección de Cristo; el octavo día, no solo significa la reiteración del ciclo semanal, sino el día más pleno.
En la noche de Pascua se proclamaba el relato de la creación, y en él se iban desgranando los siete días en los que Dios hizo su obra magnífica, por la que exultó satisfecho, al ver que todo había sido hecho bueno, ¡muy bueno! Los que nos ayudan a comprender las Escrituras, nos enseñan que el día de la resurrección es el octavo día, el día definitivo, con el que Dios ha consumado no solo la creación, sino también la redención, por lo que todo vuelve a ser bueno y amado.
Celebrar el octavo día es celebrar el último día, el día que no acabará hasta que se consume la tierra, mientras dure la representación de este mundo. En este día, celebrar la octava de Pascua nos permite gustar hasta qué extremo se realiza la plenitud en nuestra vida, gracias a la misericordia divina.
Este año jubilar de la Misericordia que nos ha ofrecido el papa Francisco, con las resonancias de la fiesta establecida por san Juan Pablo II, de celebrar en la octava de Pascua la Divina Misericordia, nos posibilita la experiencia restauradora de todas nuestras heridas, al contemplar el gesto de Jesús resucitado, alargando sus manos al discípulo Tomás, para confirmarle que Él estaba vivo. Dijo Jesús a Tomás: - «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: -«¡Señor mío y Dios mío!»
El Resucitado nos revela la posibilidad de convertir nuestras heridas en testigos proféticos de la Pascua, incluso la herida de la duda creyente, el dolor por la travesía de la noche de la fe; el sentimiento terrible de la falta de esperanza; la soledad más profunda por la ausencia de la persona en la que has confiado y que has querido; la percepción de fracaso y de ruina de una ilusión…
Las llagas de Jesucristo resucitado, que no han desaparecido en su cuerpo glorioso, nos indican que las heridas se convertirán en trofeos, en credenciales, que nos posibilitan la certeza de que nada se pierde, ningún dolor es inútil, no solo porque Jesucristo glorioso se da a conocer mostrando sus manos con las señales de los clavos, sino porque Él viene en ayuda de nuestra debilidad, y llega a proclamar: «Dichosos los que crean sin haber visto.»
Atrévete a esperar, en medio de tus pruebas, la luz de la Pascua, el sentido pleno de tu vida, por la participación en los signos del Resucitado. Y al igual que el discípulo, profesa la fe, que en tu caso lleva ya bienaventuranza, porque no ves ni palpas, pero te atreves a creer, como lo hicieron los amigos de Jesús y tantos otros, a lo largo de la historia.

 Ángel Moreno de Buenafuente

No seas incrédulo sino creyente


La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».

¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».
Tal vez necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Esta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.

José Antonio Pagola

FELICES LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO

Evangelio según San Juan 20,19-31. 

A l atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".  

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.  
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".  

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.  Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".  

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.  

Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".  

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".  

Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".  

Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".  

Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".  

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.  
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.  

“Dejémonos guiar por el amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre”, el Papa en la Vigilia de la Divina Misericordia

“En Jesús no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de su misericordia.”, lo dijo el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, durante la Vigilia de oración por la Divina Misericordia.
En su discurso, el Santo Padre recordó con alegría que este momento de oración nos introduce en el Domingo de la Misericordia, segundo Domingo de Pascua, solemnidad instituida por San Juan Pablo II, tras las revelaciones a santa Faustina Kowalska.
Después de haber escuchado los testimonios de algunos participantes en la celebración y comentando las lecturas del profeta Isaías, el Pontífice señaló que, “Dios no se cansa nunca de manifestar su misericordia y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla. Siempre es algo nuevo que provoca estupor y maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro encuentro con su amor”.
En diferentes pasajes bíblicos, preciso el Obispo de Roma, Dios se ha revelado, manifestando muchas veces su nombre, y este nombre es “misericordia”. Así como la naturaleza de Dios es grande e infinita, agregó el Papa, del mismo modo es grande e infinita su misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en todos sus aspectos. Pero sobre todo, puntualizó el Sucesor de Pedro, “la misericordia es cercanía de Dios a su pueblo. Una cercanía que se manifiesta principalmente como ayuda y protección”.
Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco señaló que “no tenemos un Dios que no sepa comprender y compadecerse de nuestras debilidades. Por lo tanto, en Jesús no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de su misericordia”. Puede ser fácil hablar de misericordia, dijo el Papa, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto. Este es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Jesús nos dijo que debemos ser “misericordiosos como el Padre”.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)