Con la participación de miles
de fieles y peregrinos el Santo Padre Francisco celebró la mañana del II
Domingo de Pascua, la Santa Misa en la Fiesta de la Divina Misericordia, tras
la solemne vigilia de oración del primer sábado de abril, en que también se
recordó a San Juan Pablo II, en el día en que se cumplían once años de su fallecimiento.
El Pontífice recordó
en su homilía que el Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para
leer y releer, porque todo lo que Jesús ha dicho y hecho es expresión de la
misericordia del Padre. Y añadió que este texto sagrado sigue siendo un libro
abierto, en el que se siguen escribiendo los signos de los discípulos de
Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la
misericordia. De ahí su exhortación a ser, todos nosotros, “escritores vivos
del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy”.
El Papa
Bergoglio también afirmó que las
obras de misericordia, corporales y espirituales, son el estilo de vida del
cristiano, puesto que mediante estos gestos sencillos y fuertes, y a veces
hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y
el consuelo de Dios, haciendo de este modo lo que hizo Jesús en el día de
Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la
misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la
alegría.
Además Francisco puso
de manifiesto el contraste entre el miedo de los discípulos que cierran las
puertas de la casa y el mandato misionero de Jesús, que los envía al mundo a
llevar el anuncio del perdón. Contraste que – dijo – puede manifestarse también
en nosotros como una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del
amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos.
Tras recordar que Cristo entró
a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, y que
desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas
del corazón, el Obispo de Roma afirmó que el Señor
resucitado nos indica una sola vía que va en una única dirección: salir de
nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha
conquistado.
En cuanto al saludo de Cristo a
sus discípulos, “paz a ustedes”, el Papa Bergoglio afirmó que no se trata de
“una paz negociada”, no es la suspensión de algo malo: es su paz, la paz que
procede del corazón del Resucitado, la paz que venció el pecado, la muerte y el
miedo. Es la paz que no divide, sino que une; es la paz que no nos deja solos;
es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza.
Por esta razón el Papa concluyó
su homilía agradeciendo el amor inmenso que el Señor nos tiene e invitando a
pedir la gracia de no cansarnos nunca de acudir a la misericordia del Padre y
de llevarla al mundo siendo nosotros mismos misericordiosos, para difundir por
doquier la fuerza del Evangelio.
(María Fernanda Bernasconi –
RV).
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