Donde no hay misericordia, no hay justicia, y tantas veces hoy el Pueblo de Dios sufre un juicio sin
misericordia. Lo recordó el Papa Francisco en
su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Los rígidos tienen una doble vida
Al
comentar las lecturas del día, y refiriéndose a otro pasaje evangélico, el Papa Bergoglio habló
de las tres mujeres y
los tres jueces: una mujer inocente, Susana; una
pecadora, la adúltera, y una pobre viuda necesitada. Y explicó que las tres,
según algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia Santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada”.
“Los
tres jueces son malos y corruptos – observó Francisco –. Y añadió que, ante
todo, está el juicio de los escribas y de los fariseos que llevan a la adúltera
ante Jesús. “Tenían dentro del corazón la corrupción de la rigidez”. Se sentían
puros porque observaban la ley. “La ley dice esto, y se debe hacer esto”:
“Pero
estos no eran santos, eran corruptos, corruptos porque una rigidez de ese tipo
sólo puede ir adelante en una doble vida y estos que condenaban a estas
mujeres, después iban a buscarlas, por detrás, a escondidas, para
divertirse un poco. Los rígidos son – uso el adjetivo que Jesús les daba a
ellos – hipócritas: tienen doble vida. Aquellos que juzgan, pensemos en
la Iglesia – las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia – aquellos
que juzgan la Iglesia con rigidez, tienen doble vida. Con la rigidez ni
siquiera se puede respirar”.
El Pueblo de Dios tantas veces no encuentra la misericordia
Después
están los dos jueces ancianos que chantajean a una mujer, Susana, para que se
conceda, pero ella resiste: “Eran jueces viciosos – subrayó el Papa – porque
tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria. Y se dice que cuando
está este vicio de la lujuria con los años se vuelve más feroz, más malo”. En
fin, está el juez interpelado por la pobre viuda. Este juez “no temía a Dios y
no se preocupaba por los demás: no le importaba nada, sólo le daba importancia
a sí mismo”: Era “un especulador, un juez que con su profesión de juzgar hacía
negocios”. Estaba corrupto por el dinero y el prestigio”. Estos jueces –
dijo el Papa – el especulador, los viciosos y los rígidos,
“no conocían una palabra, no conocían lo que era la misericordia”:
“La
corrupción los llevaba lejos de entender la misericordia, el ser
misericordiosos. Y la Biblia nos dice que en la misericordia está precisamente
el justo juicio. Y las tres mujeres – la santa, la pecadora y la
necesitada, figuras alegóricas
de la Iglesia – sufren de esta falta
de misericordia. También hoy, el Pueblo de Dios, cuando encuentra a estos
jueces, sufre un juicio sin misericordia, sea civil, o eclesiástico. Y donde no
hay misericordia, no hay justicia. Cuando el Pueblo de Dios se acerca
voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces, cuántas
veces encuentra a alguno de estos”.
Una de las palabras más bellas del Evangelio: “Tampoco yo te
condeno”
Encuentra
a los viciosos que “son capaces de tratar de explotarlos”, y éste “es uno de
los pecados más graves”; encuentra a “los especuladores” que “no dan oxígeno a
aquella alma, no dan esperanza”; y encuentra “a los rígidos que castigan en los
penitentes aquello que esconden en su alma”. “Esto – dijo el Papa – se llama
falta de misericordia”. Y concluyó diciendo:
“Sólo
querría decir una de las palabras más bellas del Evangelio que a mí me conmueve
tanto: ‘¿Ninguno te ha condenado?’ – ‘No, ninguno, Señor’ – ‘Tampoco yo te
condeno’. No te condeno: una de las palabras más bellas porque está llena de
misericordia”.
(María Fernanda
Bernasconi - RV).
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