Cautiva ese
su decir en letras que hablan, humanizan y elevan; que nos invitan a participar
de su diálogo a lo divino: abierto, cálido, vivaz. Practicado no con un Dios
lejano o descomprometido, sino encarnado, humano. Diálogo entrañable y vigoroso
tanto al abordar lo cotidiano como al tratar de empresas difíciles, la búsqueda
de un rostro nítido para la Iglesia, por ejemplo. Porque Teresa de Avila sufrió
desde dentro el dolor por las luchas ideológicas, el desconcierto y las
rupturas al interior de la Iglesia.
En este diálogo ininterrumpido, en
el cual también Jesús se confiesa a Teresa como suyo, le comunica aquellos
misterios ocultos desde los siglos en Dios y que sólo se revelan a los
pequeños. Como a Ghandy quien después de recorrer el camino ascéptico y probar
la experiencia contemplativa sólo afirma con seguridad que sus experimentos son
“correctos”, no definitivos, menos aún únicos o exclusivos.
Así es Teresa de Jesús, a quien debemos la más
docta definición de humildad, “andar en verdad”. En sus diálogos está
totalmente ella, la monja abierta a la modernidad, tan bien enraizada en el
contexto histórico-espacial que le tocó vivir; encarnando los valores del
humanismo hispano tanto como la tradición medieval, si bien elevándose por
encima de sus condicionamientos.
El lenguaje con el cual construye su
obra literaria es el de la experiencia, por eso no dirá nada fuera de los que
haya vivido. Aquí radica la actualidad y simpatía de su lenguaje para el hombre
(la mujer) de hoy a quien se le ha
agotado la capacidad receptora de palabras y al parecer no soporta una más. En
Teresa de Avila la palabra es vida, pues ella misma se nos comunica en sus
escritos e insistentemente invita, sobre todo a quien no le crea, a emprender
el camino y probar por sí mismo.
Ahora bien ¿qué puede transmitir Teresa de lo experimentado, ella que
como San Juan de la Cruz, tiene que inventar además el lenguaje que pueda
aproximarse a sus vivencias? Porque resulta que ni los ojos ni el oído ni la
mente humana están capacitados para captar aquellas dulzuras y paz y contento
que Jesús quiso regalarle. Pero en un esfuerzo por transmitir estos estados de
conciencia dirá:
Acaeciame… venirme a deshora un sentimiento de la presencia
de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda
engolfada en El. Esto no era manera de visión… Suspende el alma de suerte, que
parecía estar fuera de sí. Ama la voluntad; la memoria me parece está casi
perdida, el entendimiento no discurre , a mi parecer, mas no se pierde; mas
como digo, no obra si no está como espantado de lo mucho que entiende; porque
quiere Dios entienda que de aquello que su Majestad le presenta, ninguna cosa
entiende.
Mucho
se ha ponderado el estilo suelto, gracioso y espontáneo de Santa Teresa,
empezando por Fray Luis de León -primer editor de sus obras- a quien le resultaba
“la misma elegancia desafeitada”. Sin embargo, poco se ha ahondado en cuáles
son los elementos que están en juego y de cuya combinación resulta ese estilo
libre y provocador de la Santa. Alicia Alamo Bartolomé en La Andariega esboza algunos elementos de análisis del lenguaje que
pueden servir como punto de partida para un trabajo más amplio y fundamentado.
Por otra parte, la plática coloquial, íntima,
de Teresa de Jesús con el Dios de rostro humano, hace que a través de ella
también lo podamos reconocer como asequible, muy cercano y vulnerable, tanto
que se deja aprisionar por ella:
Esta
divina prisión
del
amor en que yo vivo
ha hecho a
Dios mi cautivo
y libre mi
corazón
y causa en
mi tal pasión
ver a Dios
mi prisionero,
que muero
porque no muero.
Por
su parte ya hacía tiempo que Teresa de Avila había determinado donarse por
entero a El y a sus cosas y en esa unidad profunda, su historial personal no la
vive sino como la historia de las misericordias de Dios. La exquisitez de sus
diálogos llega a momentos cumbres cuando la experiencia se vuelve poesía:
Tirome con
una fecha
enerbolada
de amor
y
mi alma quedó hecha
una
con su criador.
Ya
yo no quiero otro amor
pues
a mi Dios me ha entregado,
que
es mi Amado para mí
y
yo soy para mi Amado.
La
inagotable capacidad relacional de Teresa de Jesús, quien era además muy amiga
de sus amigos, permite al lector/ra ser copartícipe de su experiencia, no
solamente por conocerla sino porque ella, persuadiendo con suavidad lo
introduce en su aventura subyugante. Es entonces cuando nos sentimos atrapados/as
en su vuelo e intuimos estar inmersos/as en algo más que la lectura. Esto es
así porque , como hemos señalado, el arte de escribir en Teresa de Ahumada, forma
parte de la propia vivencia.
El
mundo lingüístico creado por ella
representa el todo armónico que logró construir en la integración de las
distintas facetas de su personalidad. Y la unificación se la da el amor: por
él, muerte y vida ya no existen separadamente; su sentido eclesial ha
encontrado canales de realización muy concretos; contemplación y servicio
incondicional al hombre no tienen fronteras; experiencia mística y literatura
aluden a la misma realidad.
Teresa
de Avila, mujer de fé, se lanzó a la aventura de lo absoluto y humanizada en la
divinidad, ha sido definitivamente devuelta a los hombres.
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