Según el relato de san Marcos (cf. Mc 1, 16-20) y san Mateo (cf. Mt 4, 18-22), el escenario de la llamada de los primeros Apóstoles es el lago de Galilea. Jesús acaba de comenzar la predicación del reino de Dios, cuando su mirada se fija en dos pares de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan.
Son pescadores, dedicados a su trabajo diario. Echan las redes, las arreglan. Pero los espera otra pesca. Jesús los llama con decisión y ellos lo siguen con prontitud: de ahora en adelante serán "pescadores de hombres" (Mc 1, 17; Mt 4, 19).
San Lucas, aunque sigue la misma tradición, tiene un relato más elaborado (cf. Lc 5, 1-11). Muestra el camino de fe de los primeros discípulos, precisando que la invitación al seguimiento les llega después de haber escuchado la primera predicación de Jesús y de haber asistido a los primeros signos prodigiosos realizados por Él.
En particular, la pesca milagrosa constituye el contexto inmediato y brinda el símbolo de la misión de pescadores de hombres, encomendada a ellos. El destino de estos "llamados", de ahora en adelante, estará íntimamente unido al de Jesús. El apóstol es un enviado, pero, ante todo, es un "experto" de Jesús.
El evangelista san Juan pone de relieve precisamente este aspecto desde el primer encuentro de Jesús con sus futuros Apóstoles. Aquí el escenario es diverso. El encuentro tiene lugar en las riberas del Jordán. La presencia de los futuros discípulos, que como Jesús habían venido de Galilea para vivir la experiencia del bautismo administrado por Juan, arroja luz sobre su mundo espiritual.
Eran hombres que esperaban el reino de Dios, deseosos de conocer al Mesías, cuya venida se anunciaba como inminente. Les basta la indicación de Juan Bautista, que señala a Jesús como el Cordero de Dios (cf. Jn 1, 36), para que surja en ellos el deseo de un encuentro personal con el Maestro.
Las palabras del diálogo de Jesús con los primeros dos futuros Apóstoles son muy expresivas. A la pregunta: "¿Qué buscáis?"; ellos contestan con otra pregunta: "Rabbí —que quiere decir "Maestro"—, ¿dónde vives?". La respuesta de Jesús es una invitación: "Venid y lo veréis" (cf. Jn 1, 38-39). Venid para que podáis ver.
La aventura de los Apóstoles comienza así, como un encuentro de personas que se abren recíprocamente. Para los discípulos comienza un conocimiento directo del Maestro. Ven dónde vive y empiezan a conocerlo. En efecto, no deberán ser anunciadores de una idea, sino testigos de una persona. Antes de ser enviados a evangelizar, deberán "estar" con Jesús (cf. Mc 3, 14), entablando con Él una relación personal.
Sobre esta base, la evangelización no será más que un anuncio de lo que se ha experimentado y una invitación a entrar en el misterio de la comunión con Cristo (cf. 1 Jn 1, 3).
(...) De este modo, los Doce, elegidos para participar en la misma misión de Jesús, cooperan con el Pastor de los últimos tiempos, yendo ante todo también ellos a las ovejas perdidas de la casa de Israel, es decir, dirigiéndose al pueblo de la promesa, cuya reunión es el signo de salvación para todos los pueblos, el inicio de la universalización de la Alianza. (...)
Y esta misión continúa. Continúa siempre el mandato del Señor de congregar a los pueblos en la unidad de su amor. Esta es nuestra esperanza y este es también nuestro mandato: contribuir a esta universalidad, a esta verdadera unidad en la riqueza de las culturas, en comunión con nuestro verdadero Señor Jesucristo.
(Benedicto XVI, catequesis del 22 de marzo de 2006)
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