En los oficios del Jueves Santo, el Papa no solo lava los pies a doce personas. También los besa y, después, todavía de rodillas, levanta la mirada para dirigir a cada rostro una sonrisa dulce, inolvidable. La emoción es mayor por tratarse de personas que han sufrido golpes duros en la vida y porque el Papa, como buen pastor, ha ido a buscarlas allí donde están.
El lugar elegido para la Misa de la Cena del Señor se anuncia con poca antelación para no alterar su vida cotidiana. El año pasado, Francisco fue a un centro de acogida de refugiados a 30 kilómetros de Roma. Allí lavó los pies a tres refugiados musulmanes de Siria, Pakistán y Malí, tres refugiadas coptas de Eritrea, una empleada italiana del centro…
El Jueves Santo anterior había ido a la cárcel de Rebibbia, donde lavó los pies a seis presas y seis presos de entre las 2.400 personas reclusas. Ninguna es inocente, pero el Papa fue allí lo mismo que en su primera Semana Santa, la de 2013, cuando eligió una cárcel de menores en la que casi todos los muchachos y muchachas de 14 a 21 años son extracomunitarios.
En 2014 escogió una residencia para jóvenes y ancianos discapacitados graves, donde repitió el gesto de amor de Jesús con un muchacho de 16 años de Cabo Verde tetrapléjico por haberse tirado al mar de cabeza sin calcular la profundidad, una anciana de 86 años convaleciente de rotura de cadera y varias costillas por caída en el cuarto de baño…
En la Misa del Jueves Santo el Papa predica sobre la institución de la Eucaristía. Pero realiza estos gestos para ayudarnos a entender que los pobres y los enfermos son la carne de Cristo. Para poner ante nuestros ojos el modo de comportarse de Jesús y algunas de sus enseñanzas: «El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir», o «Id y aprended qué significa: “Misericordia quiero y no sacrificio”; porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».
En su maravilloso prólogo a los Hechos de los Apóstoles, san Lucas comenta a Teófilo que en su Evangelio, el primer libro, había escrito «todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar».
Jesús no solo enseñaba sino que también hacía. Y muchas veces enseñaba precisamente haciendo: tocar a un leproso, curar enfermos en sábado, hablar a solas con una mujer samaritana, abstenerse de apedrear a una mujer adúltera, lavar los pies a sus discípulos…
El centro del mensaje de Francisco es siempre Jesucristo.
Juan Vicente Boo
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