"La mirada de Jesús es una mirada profunda, penetrante, de
comprensión, de afecto, de ternura, de atención singular. Y nosotros podremos
tal vez recordar ese momento, distinto para cada uno, en el que hemos
comprendido que Jesús había puesto su mirada en nosotros; para unos sucede en
los primeros años, para otros de adolescentes y para otros de jóvenes. Es el
momento en el que hemos sentido que algo distinto se movía dentro de nosotros,
que el Señor se interesaba por nosotros, que nos miraba y nos llamaba precisamente
a nosotros."
Cardenal Martini
Analicemos algunas
miradas de Jesús que nos describen los
evangelios:
Por ejemplo, el caso del joven rico, "“Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". (Mc 10,21). ¿Cómo pudo el joven rico resistirse a esa mirada de amor?
Por ejemplo, el caso del joven rico, "“Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". (Mc 10,21). ¿Cómo pudo el joven rico resistirse a esa mirada de amor?
Otra vez su mirada está cargada de tristeza y de rabia:
En el caso de la curación en sábado del hombre que tenía una mano paralizada,
la mirada de Jesús a los fariseos: "Entonces, dirigiendo sobre ellos una
mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al
hombre: "Extiende tu mano". Él la extendió y su mano quedó curada".
(Mc, 3,5)
A Zaqueo lo mira con simpatía y encanto seductor: «Cuando Jesús llegó a aquel lugar mirando
hacia arriba, le vio y le dijo: "Baja enseguida, Zaqueo, porque hoy quiero
hospedarme en tu casa"» (Lc 19, 5).
¡Cómo miraría Jesús a Mateo!, para que dejando toda
la recaudación sobre la mesa te siguiera sin titubear.
Y a
Natanael: "Felipe encontró a
Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a Aquél de quien hablan Moisés y los
profetas; es Jesús, hijo de José de Nazaret". Natanael le respondió:
¿Puede venir algo bueno de Nazaret?"- "Ven y verás", le contestó
Felipe. Jesús al ver venir a Natanael , dijo de él: "Este es un verdadero
israelita en quien no hay doblez".- "¿De cuándo a acá me
conoces?", le preguntó Natanael. Y Jesús le respondió: "Antes de que
Felipe te hablara, cuando estabas bajo la higuera, Yo te vi".-
"Maestro" le respondió Natanael, "¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú
eres el rey de Israel!". Jesús le dijo: "¡Porque te dije que te vi
bajo la higuera crees! Verás cosas mucho más grandes". (S. Juan I. 45-50).
En el caso de la viuda generosa,
su mirada está llena de penetración y
admiración: «Levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus
ofrendas... Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos blancas...» (Lc
21, 1-2).
¿Y cómo miraría Jesús, con qué compasiva ternura, a la prostituta arrepentida:
«¿Ves a esta mujer» (Lc 7, 44); a la mujer adúltera: «Enderezándose Jesús y no
viendo a nadie sino a la mujer» (Jn 8,10); al paralítico de Cafarnaúm y a sus
ayudantes: «Al ver Jesús la fe de ellos» (Mc 2, S); a la humilde hemorroísa:
«Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: "Ten ánimo, hija"» (Mt 9,
22); a la pobre mujer encorvada: «Cuando Jesús la vio, la llamó y dijo: "Mujer,
quedas libre de tu enfermedad" (Lc 13, 12); a las muchedumbres hambrientas
de pan: «Y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos»
(Mc 6, 34), o hambrientas de su palabra: «Y alzando los ojos... decía:
"Bienaventurados..." (Lc 6, 20); a las piadosas mujeres que le seguían
camino del Calvario: «Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: "Hijas de
Jerusalén...» (Lc 23, 28);
mirada de compasión y pena la que dirigió a la ciudad de Jerusalén:
«Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc 19, 41).
mirada de compasión y pena la que dirigió a la ciudad de Jerusalén:
«Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc 19, 41).
Tu mirada con lágrimas de tristeza por
Jerusalén, destino trágico del descreimiento orgulloso... que no ha sabido
acogerte porque se ha cerrado a tu Mensaje de Salvación.
Miradas de
ternura y acogimiento hacia el pecador arrepentido, mirada fulminante hacia el
perverso obstinado, hacia el injusto engreído y despiadado con los más pobres...
La mirada
directa no miente, solo la mirada esquiva es engañosa, y tu, Señor, siempre has
mirado de frente, incluso a tus verdugos, a los que te acusaban, a los que te
abofeteaban, a los que te clavaban al madero mientras implorabas al Padre su perdón.
Destaquemos, en fin, dos últimas miradas. La mirada más generosa y entregada que conocemos: «Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: "Madre, he ahí a tu hijo". Después dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". (Jn 19, 26-27). ¡Cuánto salimos ganando después de esta mirada! Y la mirada profunda y transformadora que dirigió a su discípulo Pedro después de sus caídas y que le arrancó las lágrimas más hermosas de su vida: "Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro, y recordó Pedro... Y, saliendo fuera, lloró amargamente" (Lc 2 61-62).
Nos quedamos con esta mirada que regaló Jesús a Pedro. Que él nos mire así a nosotros, para que nos haga ver mejor nuestros pecados, para que seamos capaces de llorarlos y, sobre todo, para que aprendamos a amar a Jesús de la misma manera que le amaba Pedro.
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