Contemplábamos ayer el Corazón de Jesús como el lugar donde lo humano y lo divino se han unido para la salvación del género humano. Hoy nos toca contemplar el inmaculado corazón de María, la obra maestra de la gracia. Normalmente decimos que un hijo se parece a sus padres pues lleva en los genes los genes paternos y aprende cada uno de sus gestos de forma admirable. Algo así sucede con el Corazón de Jesús, se parece al de María. Pero sucede aquí algo que no sucede en la analogía con los hombres: y es que el corazón de María se parece al de su hijo. Porque el corazón humano por excelencia es el de Jesús, es el modelo de todo corazón. Es lógico, por tanto que el de María se le parezca. Igual que de Adán, Dios sacó a Eva, del Nuevo Adán, Cristo, Dios ha sacado a la nueva Eva, María. Con todo, María tenía que educar a Jesús según las leyes de lo humano y este, según estas mismas leyes, no era ajeno al aprendizaje propio de los niños. Por eso su corazón no podía tener ni la sombra del pecado, ni una mancha que pudiera enturbiar su labor. Tenía que ser inmaculado, lleno de gracia.
Por eso también, mucha de la sensibilidad de Jesús tenía su origen en la de su madre, y viceversa. Jesús miraba a María y aprendía a mirar, la escuchaba y aprendía a hablar, experimentaba sus abrazos y aprendía a acoger a las personas…Pero sucedía también al revés. María miraba a su hijo, le escuchaba y se sorprendía muy a menudo de su profundidad, de su misterio. Ella le enseñó a rezar y tuvo que convertirse después en su discípula más aventajada. María «guardaba todas esas cosas, dándole vueltas en su corazón». El corazón de María es el lugar de la intimidad con el Espíritu Santo, es el huerto reservado para Dios donde tiene sus delicias, es el Arca de la Alianza que albergó al Salvador.
Pero eso no excluyó ni la prueba ni el dolor de la vida de María. Ella fue la «peregrina en la fe» que tuvo que atravesar la oscuridad alumbrada solo por la luz de la fe. También Ella, como su hijo, aprendió sufriendo a obedecer y a ser la madre que Dios quería. Porque la obra de Dios en Ella no estaba acabada. Faltaba la labor de Jesús y la prueba de la pasión. Y si la obra ya era de por sí hermosa, alcanzó después una belleza sin par hasta el punto de hacer de Ella la Reina de los ángeles.
El corazón de María nos muestra hasta qué punto puede Dios hacer obras grandes en los humildes, en los pequeños que se dejan habitar por Él. Y nos muestra también hasta qué punto Dios puede culminar su obra en el hombre en el ápice de la creación que es María, nuestra madre. Que Ella nos de un corazón como el suyo. A Ella nos encomendamos. Amén.
Archimadrid.org
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