Queridos
hermanos y hermanas:
En
nuestra reflexión sobre la familia, hoy nos centramos sobre la palabra padre. Padre es una palabra
universal, conocida por todos, que indica una relación fundamental cuya
realidad es tan antigua como la historia del hombre. Es la palabra con la que
Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios, dándole un nuevo y profundo sentido,
revelándonos, así, el misterio de la intimidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo, que es el centro de nuestra fe cristiana.
En
nuestros días, se ha llegado a hablar de una “sociedad sin padre”. La
ausencia de la figura paterna es entendida como una liberación a veces, sobre
todo cuando el padre es percibido como la autoridad cruel que coarta la
libertad de los hijos, o cuando éstos se sienten desatendidos por unos padres
centrados únicamente en sus problemas, en su trabajo o la realización personal
o caracterizados por su marcada ausencia del hogar. Todo esto crea una
situación de orfandad en los niños y jóvenes de hoy, que viven desorientados
sin el buen ejemplo o la guía prudente de un padre. Todas las comunidades
cristianas y la comunidad civil deben estar atentas a la ausencia de la figura
paterna, pues ésta deja lagunas y heridas en la educación de los jóvenes. Sin
guías de los que fiarse, los jóvenes pueden llenarse de ídolos, que terminan
robándoles el corazón, robándoles la ilusión y robándoles las auténticas
riquezas, robándoles la esperanza.
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