En este último período del año litúrgico, «la Iglesia nos hace reflexionar sobre el final».
San Pablo «muchas veces vuelve sobre esto y lo dice muy claramente: «La fachada de este mundo desaparecerá». Pero esto es otra cosa. Las lecturas hablan a menudo de destrucción, de final, de calamidad».
El camino hacia el final es un sendero que debe recorrer cada uno de nosotros, cada hombre, toda la humanidad. Pero mientras lo recorremos «el Señor nos aconseja dos cosas. Dos cosas que son distintas según cómo vivimos. Porque es diferente vivir en el momento y vivir en el tiempo. El cristiano es, hombre o mujer, aquél que sabe vivir en el momento y sabe vivir en el tiempo».
El momento es lo que tenemos en la mano en el instante en el que vivimos. Pero no se debe confundir con el tiempo, porque el momento pasa. «Tal vez nosotros podemos sentirnos dueños del momento. Pero el engaño es creernos dueños del tiempo. El tiempo no es nuestro. El tiempo es de Dios».
Ciertamente el momento está en nuestras manos y tenemos también la libertad de tomarlo como más nos guste. Es más, «podemos llegar a ser soberanos del momento. Pero del tiempo existe sólo un soberano: Jesucristo. Por ello el Señor nos aconseja: No os dejéis engañar. Muchos, en efecto, vendrán en mi nombre diciendo: Soy yo, y el tiempo está cerca. No vayáis detrás de ellos. No os dejéis engañar en la confusión».
¿Cómo es posible superar estos engaños? El cristiano, para vivir el momento sin dejarse engañar, debe orientarse con la oración y el discernimiento. «Jesús reprendía a los que no sabían discernir el momento». En la parábola de la higuera (cf. Marcos 13, 28-29), reprende a quienes son capaces de intuir la llegada del verano al ver florecer la higuera y no saben, en cambio, reconocer los signos de este «momento, parte del tiempo de Dios».
He aquí para qué sirve el discernimiento, «para conocer los signos auténticos, para conocer el camino que debemos seguir en este momento». La oración es necesaria para vivir bien este momento.
En cambio, en lo que respecta al tiempo, «del cual sólo el Señor es dueño», nosotros no podemos hacer nada. No existe, en efecto, una virtud humana que pueda servir para ejercitar algún poder sobre el tiempo. La única virtud posible para contemplar el tiempo «la debe regalar el Señor: es la esperanza».
Oración y discernimiento para el momento; esperanza para el tiempo: «de esta manera, el cristiano se mueve por este camino del momento, con la oración y el discernimiento. Pero deja el tiempo a la esperanza. El cristiano sabe esperar al Señor en cada momento; pero espera en el Señor al final de los tiempos. Hombre y mujer de momentos y de tiempo, de oración y discernimiento y de esperanza».
«Que el Señor nos dé la gracia de caminar con sabiduría. También ésta es un don: la sabiduría que en el momento nos conduce a orar y a discernir; y en el tiempo, que es mensajero de Dios, nos hace vivir con esperanza».
(Papa Francisco, homilía en santa Marta, 26 noviembre 2013)
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