Coincide este
domingo con la entrada del verano en el hemisferio norte, un cambio de
estación, para muchos un tiempo de descanso, de cambio de actividad, de nuevas
relaciones, circunstancias que se han podido desear, pero que cuando llegan, no
siempre definen un tiempo sereno y pacífico, sino que cabe, como describe la
Palabra de este día, que sobre él se cierna la tormenta, el huracán y la
crisis.
Los que
estudian los comportamientos humanos, suelen ofrecer estadísticas curiosas, en
las que se señalan incidencias de violencia, tristeza, hasta depresión, como
efecto del tiempo vacacional. No obstante la posible tormenta, la primera
lectura afirma que “el Señor habló a Job desde la tormenta” (Jb 38, 1).
¡Cuántas
veces un momento recio desahoga la tensión y libera la mente de fantasmas!
Además, según la enseñanza que hoy nos ofrece la Liturgia de la Palabra, la
secuencia no termina en el fragor del trueno o del huracán, sino que pasa la
fenomenología atmosférica y acontece la experiencia del sosiego y de la calma,
efecto del poder del Señor. “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían
contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un
almohadón. Lo despertaron, diciéndole:-«Maestro, ¿no te importa que nos
hundamos?» (Mc 4, )
Si observamos
otros pasajes bíblicos, el relato parece que obedece a un canon. Así se
describe la travesía del Mar Rojo, cuando los israelitas llegaron al borde del
mar, al atardecer, vieron venir sobre ellos los ejércitos de Faraón, creyeron
morir, y gracias a la intervención divina, se abrieron las aguas, pasaron a pie
enjuto, y al amanecer se vieron a salvo a la otra orilla.
Si la
tormenta puede ser símbolo de crisis, también se puede contemplar como manifestación
del poder del Creador, y ver en el rayo, en el trueno, en el relámpago, y en el
chaparrón la fuerza divina. El salmista canta: “Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano. Él habló y levantó un viento tormentoso, que
alzaba las olas a lo alto” (Sal 106).
Más allá de
una interpretación referida a efectos atmosféricos, el relato bíblico se puede
aplicar a los acontecimientos humanos, a los procesos personales, que tantas
veces atraviesan por situaciones dramáticas, en las que se cree que no hay
remedio o que acontecerá lo peor, y después todo se resuelve felizmente.
Una actitud
creyente es saber esperar, y aunque surja de nosotros el grito de auxilio,
sabernos acompañados por la Providencia divina, que permite que lleguemos al límite
de nuestras fuerzas para que se vea más claramente su intervención, y que no es
nuestra pericia la que resuelve la tormenta, sino el favor del Señor
Ángel Moreno de Buenafuente
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