domingo, 7 de agosto de 2016

LA ACTITUD DE EXPECTACIÓN

En plenas vacaciones, cuando la naturaleza invita a desconectar de todo y a quedar como sustraídos de la realidad, en un presentismo placentero. La Palabra de este domingo se convierte en aviso, a semejanza de lo que sucede en las playas, cuando hondea la bandera que indica el posible riesgo, que se corre si se entra en el mar.
El libro de la Sabiduría enseña a vivir con los ojos puestos en el horizonte de lo que se espera. Gracias a las promesas reveladas por Dios, y llevadas a cabo por Jesús, podemos vivir esperanzados. “La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban” (Sb). No vivimos una historia sin proyecto, sino que cada día debemos afianzarnos en el plan divino, que se nos brinda como mejor forma de vida.
El horizonte, según vivamos el presente, se puede interpretar esperanzador, como lo canta el salmo: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. (Sal). O puede adquirir tintes tormentosos, si se vive al margen del anuncio evangélico, lo recomendado es: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame” (Lc).
En todo tiempo, el creyente debe vivir según su fe, y para los cristianos, “la fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve” (Hbr). Jesucristo es horizonte luminoso de sentido. Él es quien nos adelanta nuestro propio futuro. El presente, para el cristiano, es una profecía, y desde esta certeza cabe vivir en toda circunstancia con paz, y con serenidad.
Vivir de espaldas al horizonte de sentido trascendente de la vida es un error, que secuestra en un tiempo sin salida. Vivir amenazados por el miedo es una respuesta de la naturaleza, emancipada de la fe. Nos corresponde atravesar la historia, apoyados en el bordón de la Palabra, que nos asegura el cumplimiento de las promesas divinas.
Y para quien sigue el consejo de las Escrituras resuenan las bienaventuranzas: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”. “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”. “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo” (Lc).
Ángel Moreno de Buenafuente

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