martes, 17 de marzo de 2015

La Transverberación de Santa Teresa

Veamos cómo nos cuenta ella esta merced de la Transverberación: “Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal … , no era grande, sino pequeño, hermo­so mucho, el rostro tan encendi­do que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan -deben ser de los querubines, que los nombres no me los dicen-o Víale en las manos un dardo de oro largo y al fin del hierro que parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y que me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este gran dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios” (Vida 29,13).

Esta merced, que, se­gún San Juan de la Cruz, la hace Dios a contadas almas, la recibió Santa Teresa diversas veces. Una de ellas fue en el coro de La En­carnación, al decir de María de Pinel: “La merced del dardo fue en el coro alto, y es menester atender que no fue una vez sola. Otra vez, siendo priora en un aposento de la celda prioral”. Otra tuvo lugar en la casa de doña Guiomar de Ulloa, en los años en que paso en su casa, 1555-1558.
Aunque fuera visión imagina­ria y sin herida física, el arte barroco del siglo XVII ha amplificado el tema. La devoción popular aso­ció la visión de la Transverbera­ción al corazón que se venera en la villa teresiana de Alba de Tormes.
El tema ha sido tratado por grandes pin­tores como Rubens, por  escultores como Bernini, y cantado por poetas como Lope de Vega, rendido admirador de la Santa. ¿Quién no recuerda su celebrado soneto?
«Henda, vais del serafín, [Teresa: / corred al agua, cierva blanca parda,  / mas la fuente de vida que os aguarda / también es fuego de abrasar no cesa.
El tema de la Transverberación fue citado en  la Bula de Cano­nización, de Gregario XI, y fue uno de los motivos representa­dos en los tapices de San Pedro del Vaticano el día de su canoni­zación.

La obra de Juan Lorenzo Bemini, que se puede contemplar en la   iglesia carmelitana de Santa María de la Victoria, en una rica capilla, fundada por el cardenal Federico Cornaro. Bajo un torrente de luz, lanzado por una ráfaga celeste, aparece el grupo marmóreo de la Santa transverberada por el harpón de oro llameante del querubín, que parece descender del cielo en aquel instante, lleno de gozo con tan feliz embajada. Está Teresa desfallecida, casi tendida entre las nubes que la alejan de la tie­rra. Bajo los pesados párpados se revelan los ojos cegados. Sus labios están entreabiertos, casi se oye respirar, emitiendo aquellos quejidos involuntarios que ella misma confesó (Vida 29,13). Pa­rece bastante claro que el ángel ya ha traspasado su corazón con la flecha flamígera. La mano izquierda cuelga insensible mien­tras sus pies desnudos están sus­pendidos en el aire. Nadie jamás reflejó mejor ese dulce tormento del fuego divino, que Teresa des­cribe.
Pintores y escultores siguen, con más o menos fidelidad, el texto teresiana de Vida29,13. Hay variantes, fruto de visiones muy personales. El querubín se convierte, mu­chas veces, en ángel mancebo «harto grande».  El dardo de la visión teresia­na se trueca, en otros, en flecha con arco, jabalina, arpón flamí­gero y llameante. Amplían, otros, el número de ángeles y de oficios: unos sostie­nen a la Santa en su desvaneci­miento; otros, abren la capa des­cubriendo el pecho para que el dardo dé en diana en el corazón de Teresa; algunos, contemplan absortos, la visión.  No faltan quienes colocan el arco y la flecha en manos de Jesús niño, como puede contemplarse en un cuadro en la iglesia de las Carmelitas de Toro. A veces, Jesús va acompaña­do de María y José,  Otras, asiste entre celajes de muebles, Dios Padre y la Paloma del Espíritu Santo, Y, como dato curioso, el que­rubín no está en el lado izquier­do, como lo viera Santa Teresa, sino detrás de ella y en el mismo plano.
 Por el Padre Javier de la Cruz


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