El Hijo único de Dios, queriendo hacernos
partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho
hombre, divinizase a los hombres.
Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto
tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar
de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como
precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos
liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.
Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan
gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su
cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra
bebida.
¡Oh banquete precioso y admirable, banquete
saludable y lleno de toda suavidad! ... por él se borran los pecados, se
aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones
espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para
que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.
[...]
Cristo instituyó este sacramento como el memorial
perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más
maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las
tristezas de su ausencia.
De News.Va
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