sábado, 11 de abril de 2015

Teresa de Jesús en el día de la mujer

La valoración peyorativa de la mujer no era algo propio del siglo XVI. En siglos anteriores, el
ambiente misógino ya se había fraguado paulatinamente. Evidenciamos abundantes documentos que así lo manifiestan. Aquí citaré solo uno; me refiero al El Decreto de Graciano del 1140, en él se lee lo siguiente:
“Las mujeres deberán quedar sujetas a los varones. El orden natural para la humanidad es que las mujeres sirvan a los varones y los niños a sus padres, pues es justo que lo inferior sirva a lo superior. La imagen de Dios está en el varón y es única. La autoridad de la mujer es nula; que en toda cuestión se someta al dominio del varón. No puede enseñar, ser testigo, dar garantías, sentarse en un juicio”¹.
            En tiempos de Teresa, muchos personajes se proyectarán en la misma línea antifeminista. De algunos de ellos, nuestra santa llegó incluso a leer sus libros. Autores contemporáneos con esta visión son: Hernando de Talavera, Francisco de Osuna, Tomás Cayetano de Vio (el famoso cardenal Cayetano),  Melchor Cano y hasta fray Luis de León con su  “Manual de la perfecta casada”. De igual manera, estará imbuido de este mismo espíritu Domingo Báñez, aunque con Teresa hace una excepción.
            Teresa será una profetisa de un sano feminismo, pero a diferencia de algunas corrientes modernas feministas a ultranza, su fundamento será la dimensión espiritual, es decir, cuando ella navega hondamente en las profundidades de su ser es cuando cae en la cuenta de que el ser humano (hombre y mujer) posee una dignidad inabarcable: “veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces; ¡cuántos más debe haber!” (4M 2,5), por lo tanto, su feminismo no es que sea solo de carácter espiritual, pero sí encuentra allí su fundamento.
            Nuestra mística hace un irónico eco de las posiciones machistas que mantenían sesgado el acceso a la oración de las mujeres: ”no es para mujeres, que les podrían venir ilusiones”, “mejor será que hilen”, “no han menester esas delicadezas”, “basta el paternóster y avemaría”.”(CV 21,2). Estos pensadores llegaban a la lamentable conclusión  de que para las mujeres: “no es vuestro de enseñar”. (CV 20,6). Asumiendo críticamente que por la condición femenina  no se pueden hacer mayores cosas en el servicio de Dios (Cfr. CV 1,2), define su postura audaz: “hemos de ser predicadoras de obras, ya que el Apóstol y nuestra inhabilidad nos quita que lo seamos en las palabras”. (CV 15,6).
            Teresa piensa que la mujer de su tiempo no era muy escuchada o tomada en cuenta, y sobre todo por la “iglesia” institución, a la cual ella tanto amaba. Su crítica goza de realismo veraz; el siguiente texto es de una valentía sin precedente alguno en la espiritualidad de su tiempo:
“¿no basta, Señor, que nos tienen el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa.
Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” (CE 4,1)²
            Entresacamos cosas fundamentales: las mujeres son testigos de  algunas verdades que se lloran en secreto.  Los hombres no les comprenden, pues “no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”.  De la misma manera propone el no desvalorizar los “ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres.” El argumento teológico que arguye la Santa es el siguiente:
“Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos.” (Ib.).
            Estos textos fueron rápidamente censurados para la segunda redacción, de Camino de Perfección,  pero el grito teresiano ha quedado expresado clara y celosamente guardado en la primera redacción, pues al fin y al cabo: “mujeres eran otras y han hecho cosas heroicas por amor de vos.” (V 21,5).
            Según la santa abulense –si bien es cierto que la naturaleza femenina se puede prestar en algunas ocasiones para desvíos espirituales: “téngase aviso que la flaqueza natural es muy flaca, en especial en las mujeres, y en este camino de oración se muestra más.”  (F 8,6; Cfr. F 4,2; 4M 3,11; 6M 4,9)- también es el mismo Espíritu de Dios el que va haciendo que las mujeres se conviertan en maestras de la vida interior, y esto a merced de sus vivencias íntimas con el Señor. De igual manera, está segura nuestra mística madre  de otro dato y es el que las mujeres avanzan más fácilmente en la vida del Espíritu:
“y hay muchas más (mujeres) que hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas a favor de las mujeres.” (V 40,8).
            Sería un trabajo arduo abordar aquí  todos los aportes teresianos a favor de  la mujer, pues su pluma delineó esta temática desde distintos ángulos, ejemplos: la estima exagerada de tener hijos (F 20,3); mientras se lamenta de su situación de mujer, enseña a los “hombres de tomo, de letras, de entendimiento” (V 11,14; 40,8); sabe también que hay hombres ignorantes (F 5,2), etc. Por tanto, nuestro intento es tan solo referir aquí cómo la experiencia de Dios es dignificante para la condición femenina; “cuanto más orantes, más defensores de la dignidad femenina”, esa  podría ser una máxima teresiana.
    Finlmente, recordemos que el Papa Pío XI negó la concesión del Doctorado  de Teresa de Jesús en razón de sexo. Sin embargo,  Pablo VI, más en sintonía  con los tiempos modernos la declara doctora³, lo cual se convierte en un  hito significativo, con vientos más favorables para la condición femenina en la iglesia; es al menos un comienzo prometedor.


Fray Oswaldo Escobar, ocd
Superior Provincial de América Central 

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