Teresa de Jesús tenía una lógica muy
particular. Era una mujer inteligente y con ingenio, le gustaba pensar. Observaba y
sabía hacer cálculos para lograr sus objetivos, porque su carácter
apasionado no apagaba su espíritu práctico y su sentido común.
En Camino de Perfección, escribía: «Un buen entendimiento, si se comienza a
aficionar al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado…
Cuando este falta, yo no sé para qué puede aprovechar en comunidad, y podría
dañar harto».
Una ecuación sencilla: cuando el buen entendimiento suma buenas costumbres
da lugar a una buena vida. Igual de sencilla es aquella que explica que afrontar la vida sin
un arrimo verdadero concluye en un fracaso. Y entonces hablaba de que Jesús
es la puerta para adentrarse en lo profundo de Dios.
Era cuando explicaba que en la vida hay de todo: «Negocios y persecuciones
y trabajos… tiempo de sequedades…, y que «nosotros no somos ángeles». Contando
con eso –dice Teresa– si no se procura andar con Jesús, todo «es andar
el alma en el aire, como dicen; porque parece no trae arrimo».
La ecuación es elemental y Teresa explicaba que, a veces, el orden
de factores sí altera el producto y «querer ser María antes que haya trabajado
con Marta», es decir, saltar pasos en la relación de amistad con Dios, da mal
resultado. Lo mismo que hacer adiciones sin cuidado, de modo que una
«motita de poca humildad, aunque no parece es nada, para querer aprovechar en
la contemplación hace mucho daño».
También tiene su tabla de equivalencias: «Humildad es andar en
verdad» o «amor de Dios es… servir con justicia y fortaleza de ánima y
humildad». Y más: si se procura «siempre mirar las virtudes y cosas buenas
que viéremos en los otros, y tapar sus defectos… se viene a ganar una gran
virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros». Y –dice Teresa– el
resultado es que se tiene una gran libertad.
A veces, tiene una lógica aplastante. Por ejemplo, cuando habla del dinero,
¿para qué sirve?: «¿Qué es esto que se compra con estos dineros que deseamos? ¿Es cosa de
precio? ¿Es cosa durable? ¿O para qué los queremos? Negro descanso se procura,
que tan caro cuesta».
Y no es que no supiese lo importante que
es disponer de lo necesario. Se había visto «atada por tantas partes, sin
dineros ni de dónde los tener»; buscando el modo como llevar adelante sus
fundaciones y viéndose «sin ayuda de ninguna parte».
Pero, había visto que el dinero acababa marcando las relaciones,
como si fuera el baremo de la vida, la medida de buenos y malos, hasta el
punto de que –como escribió– «por maravilla hay honrado en el mundo si es
pobre, antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco». Una ecuación tan clara
como engañosa, a la que Teresa responde enérgicamente: «¡Oh, si todos diesen en
tenerlos por tierra sin provecho!... ¡Con qué amistad se tratarían todos si
faltase interés de honra y de dineros!».
Otra de sus ecuaciones dice que despejando el amor propio, se resuelve la
incógnita del auto engaño, porque se echa a los ladrones y se descubre la
verdad.
Decía: «No os aseguréis ni os echéis a
dormir, que será como el que se acuesta muy sosegado habiendo muy bien cerrado
sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa. Y ya sabéis que no
hay peor ladrón, pues quedamos nosotras mismas».
Hay que aplicar unas fórmulas: «Andar contradiciendo su voluntad… ponerla
en lo que nunca se ha de acabar», y hay que dejar de aplicar otras: «Una propia estimación, un
juzgar los prójimos, aunque sea en pocas cosas, una falta de caridad con ellos,
no los queriendo como a nosotros mismos».
La lógica que propone Teresa es la de ponerse manos a la obra. Sin miedo: «Esforcémonos» –dice– dejando
los temores, porque a veces, «no osamos pasar adelante, como si pudiésemos
nosotras llegar a estas moradas y que otros anduviesen el camino». Y
sin pereza, aunque en ocasiones «como no hemos dejado a nosotras mismas, es muy
trabajoso y pesado; porque vamos muy cargadas».
Solo queda observar la progresión:
«Andar con particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si
vamos mejorando o disminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras».
El resultado final, en cifras, es que en la amistad con Dios, «lo que está
dicho y se dijere… es una cifra de lo que hay que contar», porque Él es
infinito y sus misericordias no se pueden calcular.
Fuente: Carmelo de Puzol
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