domingo, 19 de abril de 2015

ORACIÓN Y AMOR

La Madre Teresa de Calcuta decía: No hay diferencia entre oración y amor. No podemos decir que oramos, pero que no amamos o que amamos sin necesidad de orar, porque no hay oración sin amor y no hay amor sin oración. Santa Teresa de Jesús afirmaba: Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama (Vida 8, 5). No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a amar, eso haced. El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho.
Como vemos, orar es amar y cuanto más amor haya en nuestra oración, ésta será mejor. Sin amor, la oración se puede reducir a una repetición vacía de palabras de memoria o a la realización de una serie de ritos vacíos. Hay quienes van a la iglesia por cumplir un compromiso y no son capaces de decir en todo el tiempo que permanecen en el templo: Señor, te amo. Están de cuerpo presente como espectadores a una ceremonia, sin participar ni hablar con el Señor. Son como mudos o ciegos, que no oyen la voz de Dios ni lo ven presente entre ellos, porque les falta fe. Y la fe es amor y confianza en Dios; y es un regalo que podemos recibir en la medida que lo deseemos y lo pidamos.
Sin amor, nada vale nada. Dice san Pablo: Ya podría hablar lenguas de hombres y de ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que hace ruido... Ya podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve (1 Co 13, 1-3).
La oración verdadera debe estar llena de amor a Dios. Debe ser una comunicación amorosa con Dios. Para ello, no necesariamente hace falta hablar. Se puede amar con palabras o sin palabras. De ahí que una de las más sublimes maneras de orar es la oración contemplativa, en que el alma se queda como extasiada, contemplando a Dios y sintiendo su amor. Es como una oleada de amor que envuelve el alma y la deja sin palabras, respondiendo con un amor silencioso. Es un silencio amoroso o un amor silencioso. Es como un fundirse dos en uno por el amor, donde sobran las palabras o, a lo máximo, sólo puede repetirse constantemente: Te amo, te amo, te amo...
Es la oración de aquel campesino de que habla el santo cura de Ars. Iba a rezar todos los días a la iglesia y un día el santo le preguntó:
– Tú ¿qué haces? ¿Cómo oras?
Yo lo miro y él me mira.
Era una oración de simple mirada de amor. O como aquella religiosa que, cuando se sentía cansada o enferma y no podía orar, simplemente tomaba entre sus dedos el anillo de compromiso de sus votos. Era como decirle constantemente a Jesús con ese gesto, que era su esposa y que lo amaba, a pesar de no sentir nada ni ser capaz de nada. En una oportunidad, vi a una mujer muy pobre de mi parroquia de Arequipa que encendía una vela delante de una imagen de Jesús. Y se quedó mirando la vela hasta que se apagó. Casi una hora mirando una vela, que para ella era como una oración dirigida con amor a Jesús, que estaba en la imagen. No sabía rezar con bonitas oraciones, pero sí sabía amar y, por eso, su oración fue del agrado de Dios.

En otra oportunidad, una mamá fue llorando con su hijo enfermo delante de una imagen de la Virgen y lo colocó en su altar. No rezaba, sólo lloraba. No sé si le diría algo, pero el gesto de entregárselo era más que suficiente para decirle a la Virgen con todo su amor de madre que le curara a su hijo. Y Dios se lo curó milagrosamente por medio de María. Nunca me olvidaré tampoco de aquel campesino pobre que me pidió que le pusiera el manto de la Virgen. Y yo le coloqué sobre su cabeza uno de los mantos que ya no se usaban. ¡Qué felicidad para aquel hombrecito! Estoy seguro que no dijo muchas palabras, estaba en silencio, disfrutando de sentirse protegido y amparado por el manto de la Mamá Virgen María, pidiéndole por sus necesidades sin palabras.
De libro “La oración del corazón”, por el Padre Ángel Peña. Fuente: Tengo sed de Tí

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