¿Cómo es esta manifestación
de Dios que viene de lo alto, fruto de su misericordia? Por ello preguntémonos
¿cómo es esa epifanía, esa manifestación de Dios?
El texto evangélico del día 6 de enero nos ayudará a profundizar
en los signos y anuncios de la presencia de Dios. El relato al que me refiero
es el texto de Mateo, conocido comúnmente como “la adoración de los magos” (Mt
2, 1-12).
La epifanía de Dios es representada como LUZ. La luz de una
estrella cuyo brillo interpela a los magos que la ven y les hace ponerse en
camino. Es la luz que guía los pasos de todos los hombres y mujeres que buscan
a Dios. Una presencia luminosa de Dios que irradia el centro de la vida. El
profeta Isaías ese mismo día 6, en la primera lectura la vincula con la gloria
de Dios, cuya luz resplandece y es el símbolo de la presencia dinámica de
Dios que habita en medio de la ciudad:
Is 60, 1
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz;
la
gloria del Señor amanece sobre ti!
El lenguaje del profeta utiliza los símbolos y las imágenes para
describir la manifestación de Dios entre su pueblo de manera luminosa. Pero no
es una luz, una presencia, estática sino que indica la acción, el movimiento y
la vida. Así, esa gloria, que es la presencia misericordiosa de Yahvé, se
manifestará en numerosos lugares del AT como en la creación:
Sal 19, 2
Los cielos cuentan la gloria de Dios,
la obra
de sus manos anuncia el firmamento;
En el camino del desierto del éxodo (Ex 16,2), en el Sinaí (Ex
19). Es la gloria que se manifiesta en los tiempos mesiánicos en medio del
pueblo, reuniéndolo y devolviéndole la esperanza (“Se
revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos” Is 40,5).
Sin embargo, no es una luz que tenga que venir sino que ya ha
llegado. Por ello no remitimos al futuro, como hace la traducción del texto
litúrgico (“Sobre ti amanecerá el Señor
y su gloria aparecerá sobre ti”, Is 60, 2), siguiendo la
traducción de la Vulgata que tiene detrás el texto de los LXX al reenviar al
futuro, por la situación que están viviendo, lo que el profeta Isaías dice en
presente en el texto hebreo:
“Sobre ti amanece el Señor
y su gloria aparece sobre ti” (Is 60, 2)
Pues esa luz se ha manifestado como vida para los hombres en la
Palabra hecha carne, nos dirá el día de Navidad el evangelista Juan (Jn 1,4: “y la vida es la luz de los
hombres”; Jn 1, 9: “Existía la luz verdadera, que con su venida a este mundo
ilumina a todo hombre”). Estamos en tiempo de cumplimiento,
no hemos de esperar como Juan Bautista (como escuchábamos ayer en el evangelio,
miércoles 3ª semana de Adviento).
Por ello los textos de la Palabra de Dios nos va encaminando hacia
esa manifestación luminosa de Dios que se ha hecho realidad encarnada en Jesús
de Nazaret, cuyo nacimiento hace humanidad la gloria de Dios que ilumina la
noche de los pastores (“y la gloria del Señor los envolvió con su luz.” Lc 2,9). El nacimiento de un
niño, la encarnación en el hijo que se nos ha dado es la gran luz que brilla en el
pueblo que caminaba en tinieblas, (Is 9,2, nos anticipa Isaías en la
misa del 24 por la noche).
Esta es la luz que trae la misericordia a todos los hombres y
mujeres sin excepción, a todos los que quieran acogerlo. Este es el significado
que el evangelista Mateo da a que sean los magos quienes busquen, reconozcan y
adoren al Salvador. Es la presencia salvadora que brilla como estrella para
interpelar nuestras vidas, como a los magos. Es la luz que se convierte en
razón y motivo para buscar respuestas de vida donde la oscuridad y el desanimo
son constantes. Es la manifestación de Dios que luce de manera gratuita,
entregándose, donándose exponiéndose a que pueda ser tapada o recubierta para
que no se vea.
Esta presencia de Dios aporta salvación, liberación, misericordia,
luz ante los acontecimientos y avatares de la vida. La Palabra de Dios ayudó a
los escribas, sacerdotes, Herodes y Magos a saber en qué dirección y dónde
habían de buscar al Salvador. Los acontecimientos, las circunstancias vividas
por muy lógicos y razonables que sean pueden encontrar nuevas respuestas,
sentidos y esperanzas con la mirada del evangelio, desde la presencia
misericordiosa de Dios.
Esta presencia encarnada de Dios recibe el nombre de Emmanuel:
Dios-con-nosotros. Expresión que encontramos tanto al inicio como al final del
evangelio de Mateo, ahora en boca de Jesús:
“he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Por ello, toda la
vida de Jesús, su palabra, su mensaje y actividad, desde el principio al final
del evangelio es la manifestación encarnada de Dios con nosotros. Es el rostro
misericordioso del Padre. Es la manifestación del “amor ardiente del Señor” (como nos dice Isaías en la misa de medianoche
del día de Navidad, Is 9,6) que dará vida a una sociedad en la que habrá
justicia, paz, alegría, esperanza de vivir. “Ya brilla la luz verdadera” escucharemos decir en la primera carta de Juan
el día 29 de diciembre (1Jn 2,8).
Lorenzo DE SANTOS MARTÍN
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