martes, 12 de enero de 2016

Reflexiones sobre la Misericordia de Dios en Navidad. 3. ANDAR EL CAMINO

Pero los magos no se conformaron con ver la estrella, ni se sintieron satisfechos con conocer el lugar dónde estaba Jesús. Se pusieron en camino, buscaron y fueron al encuentro.

Podremos saber dónde se manifiesta Dios, dónde nace Jesús, pero no es suficiente ver ni saber. Hay un camino que realizar hacia el encuentro de la epifanía de Dios, para también abrir nuestros tesoros. El tesoro en Mateo es el corazón de la persona, porque “donde esté tu tesoro allí también estará tu corazón (afirma Jesús en Mt 6,21). Por ello no está demás preguntarnos por nuestros tesoros para caer en la cuenta de lo fundamental en nuestra vida, por lo que desgastamos nuestra existencia.

La presencia de Dios en nuestras vidas nos está repitiendo los imperativos a través del profeta Isaías de ese día 6: ¡levántate y brilla!” (Is 60,1) que llega tu luz, que ha terminado el tiempo del cansancio y de los lamentos, de la apatía y del conformismo, del mirar sin reaccionar. Es preciso salir de los individualismos y pesimismos, porque ha amanecido el tiempo de la fe, de la misericordia y de la esperanza, aparece la certeza de una vida nueva.

¡Levántate y brilla!” para continuar con el proyecto creador de Dios, pues cuando nos ponemos en camino, cuando estamos en ese proceso continuo de conversión la estrella que buscamos vuelve a brillar para guiarnos, para hacernos crecer en esa acogida de la luz que amanece, que aparece, que ha venido a nosotros como vida.

No es suficiente dejarse impresionar. Se sobresaltaron, se turbaron Herodes y toda la gente de Jerusalén al oír las palabras de los Magos diciendo: hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Un sobresalto porque han de decidir qué tipo de rey quieren: Herodes o a quien Dios ha prometido, decisión que tomarán al final de la vida de Jesús.

Porque no es suficiente el saber, ni la emoción que sorprende, sino que también se nos pide a nosotros el adorarlo, la primera carta de Juan nos ayuda a concretar nuestra adoración, a abrir nuestros cofres y poder ofrecer lo que uno tiene (oro), lo que uno anhela y sueña (incienso) y lo que uno es (mirra), en los días anteriores a la Epifanía del Señor.
Hacer el camino, reconocer la manifestación de Dios, permanecer en la luz exige amar al hermano. En esto hemos conocido lo que es el amor, en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1Jn 3,16). Aquí se muestra la misericordia. El amor a los hermanos injerta a las personas en el reino de la vida. Pero no olvidemos a quiénes declara Jesús hermanos: a los últimos, a los pequeños. Por ello, continúa diciéndonos esa 1 carta de Juan que ese amor exige gestos concretos ante las necesidades del prójimo:
“Si alguien que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de él ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17)

Adorar a Jesús, reconocer la manifestación de Dios en la vida, vivir la misericordia, que se abra la puerta de la justicia, conlleva dar y compartir con los más pobres, así como generar vida donde está ausente. Por ello, también esa misma carta en distintas ocasiones vincula el nacimiento de Dios con la justicia:Todo el que practica la justicia ha nacido de Dios” (1Jn 2,29, lectura del 3 de enero), “quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano, no es de Dio” (1Jn 3,10, de la lectura del 4 de enero). Pero no nos sorprende, pues durante todo el Adviento, el profeta Isaías nos ha expresado como la manifestación de Dios hará justicia a favor de los débiles (Is 11,4), “será la justicia el ceñidor de sus lomos” (Is 11,5), abriendo de este modo el mundo a la esperanza de un renovado paraíso terreal sin violencias ni sobresaltos.

A nosotros nos corresponde realizar esos signos que, como Jesús ante Juan Bautista, den testimonio de que la presencia de Dios entre nosotros construye una sociedad nueva, posibilita una vida digna a los que carecen de ella, transforma la desgracia y la injusticia, anuncia una Buena Nueva a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

  • Tal vez pueda comprometerme personalmente, podamos asumir como familia, podríamos iniciar como comunidad, como parroquia pequeñas acciones o grandes proyectos que requieran esperanza, que estén clamando justicia; de personas que suplican una acogida, a quienes les baste tu servicio o tu misericordia, que estén necesitados de vida. Comprometámonos con cualquier cosa necesaria; todo, menos quedarnos pasmados como la gente de Jerusalén y menos aún con la sospecha y el miedo de que nos van quitar algo de vida, como Herodes.



Signos todos ellos que como a los Magos al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 10), también posibiliten a quienes experimenten estas señales del Reino como signos liberadores, una presencia de Dios capaz de transformar su tristeza en inmensa alegría. Y, de esta manera, continuemos anunciando “que por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, nos vista la Luz de lo alto”.
 Lorenzo DE SANTOS MARTÍN

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