Pero los magos no se conformaron con ver la estrella, ni se
sintieron satisfechos con conocer el lugar dónde estaba Jesús. Se pusieron en
camino, buscaron y fueron al encuentro.
Podremos saber dónde se manifiesta Dios, dónde nace Jesús, pero no
es suficiente ver ni saber. Hay un camino que realizar hacia el encuentro de la
epifanía de Dios, para también abrir nuestros tesoros. El tesoro
en Mateo es el corazón de la persona, porque “donde
esté tu tesoro allí también estará tu corazón” (afirma Jesús en Mt 6,21). Por ello no está
demás preguntarnos por nuestros tesoros para caer en la cuenta de lo
fundamental en nuestra vida, por lo que desgastamos nuestra existencia.
La presencia de Dios en nuestras vidas nos está repitiendo los
imperativos a través del profeta Isaías de ese día 6: “¡levántate
y brilla!” (Is 60,1)
que llega tu luz, que ha terminado el tiempo del cansancio y de los lamentos,
de la apatía y del conformismo, del mirar sin reaccionar. Es preciso salir de
los individualismos y pesimismos, porque ha amanecido el tiempo de la fe, de la
misericordia y de la esperanza, aparece la certeza de una vida nueva.
“¡Levántate y brilla!” para continuar con el proyecto creador de Dios, pues cuando nos
ponemos en camino, cuando estamos en ese proceso continuo de conversión la
estrella que buscamos vuelve a brillar para guiarnos, para hacernos crecer en
esa acogida de la luz que amanece, que aparece, que ha venido a nosotros como
vida.
No es suficiente dejarse impresionar. Se sobresaltaron, se
turbaron Herodes y toda la gente de Jerusalén al oír las palabras de los
Magos diciendo: “hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Un sobresalto porque
han de decidir qué tipo de rey quieren: Herodes o a quien Dios ha prometido,
decisión que tomarán al final de la vida de Jesús.
Porque no es suficiente el saber, ni la emoción que sorprende,
sino que también se nos pide a nosotros el adorarlo, la primera carta de
Juan nos ayuda a concretar nuestra adoración, a abrir nuestros cofres y poder
ofrecer lo que uno tiene (oro), lo que uno anhela y sueña (incienso)
y lo que uno es (mirra), en los días anteriores a la Epifanía del Señor.
Hacer el camino, reconocer la manifestación de Dios, permanecer en
la luz exige amar al hermano. “En esto hemos conocido lo que
es el amor, en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos
dar la vida por nuestros hermanos” (1Jn 3,16). Aquí se muestra la misericordia. El amor a los
hermanos injerta a las personas en el reino de la vida. Pero no
olvidemos a quiénes declara Jesús hermanos: a los últimos, a los pequeños.
Por ello, continúa diciéndonos esa 1 carta de Juan que ese amor exige gestos
concretos ante las necesidades del prójimo:
“Si alguien
que tiene bienes de este mundo ve a su hermano en necesidad y no se apiada de
él ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17)
Adorar a Jesús, reconocer la manifestación de
Dios en la vida, vivir la misericordia, que se abra la puerta de la justicia,
conlleva dar y compartir con los más pobres, así como generar vida donde
está ausente. Por ello, también esa misma carta en distintas ocasiones vincula
el nacimiento de Dios con la justicia: “Todo el que
practica la justicia ha nacido de Dios” (1Jn 2,29, lectura del 3 de enero), “quien no practica la justicia, y quien no ama a su hermano,
no es de Dio”
(1Jn 3,10, de la lectura del 4 de enero). Pero no nos sorprende, pues durante
todo el Adviento, el profeta Isaías nos ha expresado como la manifestación de
Dios hará justicia a favor de los débiles (Is 11,4), “será la justicia el ceñidor de sus lomos” (Is 11,5), abriendo
de este modo el mundo a la esperanza de un renovado paraíso terreal sin
violencias ni sobresaltos.
A nosotros nos corresponde realizar esos signos
que, como Jesús ante Juan Bautista, den testimonio de que la presencia de Dios
entre nosotros construye una sociedad nueva, posibilita una vida digna a los
que carecen de ella, transforma la desgracia y la injusticia, anuncia una Buena
Nueva a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.
- Tal vez pueda comprometerme personalmente, podamos asumir como familia, podríamos iniciar como comunidad, como parroquia pequeñas acciones o grandes proyectos que requieran esperanza, que estén clamando justicia; de personas que suplican una acogida, a quienes les baste tu servicio o tu misericordia, que estén necesitados de vida. Comprometámonos con cualquier cosa necesaria; todo, menos quedarnos pasmados como la gente de Jerusalén y menos aún con la sospecha y el miedo de que nos van quitar algo de vida, como Herodes.
Signos todos ellos que como a los
Magos “al ver la
estrella, se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 10), también
posibiliten a quienes experimenten estas señales del Reino como signos
liberadores, una presencia de Dios capaz de transformar su tristeza en inmensa
alegría. Y, de esta manera, continuemos anunciando “que por las entrañas de
misericordia de nuestro Dios, nos vista la Luz de lo alto”.
Lorenzo DE SANTOS MARTÍN
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