sábado, 26 de marzo de 2016

Para rezar en el silencio del Sábado Santo. Santa María la de Cleofás

Indudablemente que, en la vida diaria, uno ve cómo Dios llama a hombres y mujeres a tener un papel protagónico en la vida de las familias, de las comunidades y de los pueblos. A su vez, hay otros muchos hombres y mujeres que hacen el camino de la vida siendo "del montón", es decir, viven en lo cotidiano su fidelidad a Dios, a su familia, a la Iglesia y al pueblo.

Esas personas y comunidades son las que, en el Jueves Santo, se inclinan a lavarle los pies a los necesitados -sin manto de dignidad y con toalla de sirvientes-. Esas personas "de a pie", sin protagonismo, del montón, son la mayoría de la Iglesia y, en un altísimo por ciento, son mujeres. Por eso la comunidad católica es creíble, porque "los del montón" ofrecen "en la base" un testimonio de lo que es y de lo que puede el amor que se hace vida a través de sencillos gestos.

El Viernes Santo, en la lectura de la Pasión, sale a relucir el nombre de María la de Cleofás (Jn. 19,25) quien "junto a la cruz acompaña a María, la madre de Jesús, y a María Magdalena".

Esta mujer que estuvo presente en El Calvario, junto al sepulcro vacío en la mañana de Resurrección y en el Cenáculo en Pentecostés acompañando a María, la madre de Jesús, como miembro de la comunidad, fue capaz de sobrellevar a su marido Cleofás, el único que San Lucas identifica por su nombre de los dos peregrinos de Emaús que, de acuerdo a las características de la narración, tendrían que haber sido insoportables, analizándolo todo desde lo terrenal, a partir del juicio humano, y también un poco distante de la figura de la mujer, cuando dice: "Aunque algunas de nuestras mujeres nos han sorprendido, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron el cuerpo" (Lc. 24,22).

María la de Cleofás, en aquel momento fue del montón, pero al cabo de dos milenios, hay que reconocer que por su fidelidad y permanencia durante el histórico Triduo Pascual, también fue protagonista del cambio producido por Aquel que acostumbraba decir: "Han oído que se dijo:... pero yo les digo:..." (M.5, 27). 
Por eso, es justo y es bueno que, al igual que a la Virgen la tratamos con el título de "Santísima Virgen María", y de San José y de San Juan Bautista e, incluso, de Santa María Magdalena, ¿por qué no hacerlo con María la de Cleofás diciéndole: Santa María la de Cleofás?

Es más, ella puede ser el modelo a imitar por tantas mujeres de nuestras comunidades que son amas de casa y lo dejan todo preparado para ir a ocupar su tarea en la comunidad; que muchas veces aguantan al marido palabras, gestos, juicios muy lejanos de la fe que ellas profesan, enseñan y testifican; mujeres que, a pesar de lo que muchos digan, son incluyentes y saben acoger a las caras nuevas que se integran a la comunidad e incluso, son capaces de llamarlas "hermanas" sin riesgo a que nadie emita ningún juicio, porque todo el pueblo conoce bien cuál ha sido la trayectoria de cada una de ellas.


En este Santo Triduo Pascual, al fijarnos en las múltiples acciones que se realizan en nuestras comunidades, destaquemos la presencia de tantas seguidoras de "Santa María la de Cleofás". Y lo podemos hacer a modo de letanía. Miremos el ejemplo de ellas y recemos dando gracias.

Porque siempre están prontas para compartir el sufrimiento y dar una palabra de consuelo...
Porque continúan estando dispuestas a sonreírle a "los Pedros", acoger "a las Magdalenas", acompañar a los jóvenes "Juanes", no hacerle casos ni a "los Pilatos, ni a los Anás ni a los Caifás" porque ellas "no están en eso", sino que están "en los de ellas".
¡Gracias, Santa María la de Cleofás, porque laicas como tú son también las que necesitamos, capaces de hacer crecer en sus familias y comunidades, a los otros laicos capaces de también aportar su granito de sal, la luz de su vela y la pizca de levadura para que nuestro mundo se transforme desde adentro y cambie!.
Un día, a esos laicos se les llamará "protagonistas", mientras que ustedes seguirán siendo "del montón". No importa: ¡Cristo resucitó para todos y nos brinda su paz!
Amén.
(Emilio Aranguren, obispo de Holguín).

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