Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días! Bello domingo nos regala el año nuevo. ¡Bella jornada!

Hemos iniciado hace pocos días el
año nuevo en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada Mundial de la
Paz, sobre el tema “No esclavos, sino hermanos”. Mi auspicio es que se supere
la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es un plaga
social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de
comunión marcada por el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada
pueblo tiene hambre y sed de paz; cada hombre y cada pueblo tiene hambre y sed
de paz…por lo que es necesario y urgente construir la paz.
La paz no es solamente la
ausencia de guerra, sino una condición general en la cual la persona humana
está en armonía consigo misma, en armonía con la naturaleza y en armonía con
los demás. Ésta es la paz. Sin embargo, silenciar las armas y apagar los focos
de guerra sigue siendo la condición inevitable para dar inicio a un camino que
conduce al logro de la paz en sus diferentes aspectos. Pienso en los conflictos
que todavía ensangrientan demasiadas regiones del planeta, en las tensiones en
las familias y comunidades: ¡en cuántas familias, en cuántas comunidades
también parroquiales hay guerras! Así como también en los contrastes encendidos
en nuestras ciudades, nuestros países, entre grupos de diferentes estratos
culturales, étnicos y religiosos. Tenemos que convencernos, no obstante todas
las apariencias en contrario, que la concordia es siempre posible, en todos los
niveles y en todas las situaciones. ¡No hay futuro sin propósitos y proyectos
de paz! ¡No hay futuro sin paz!
Dios en el Antiguo Testamento
hacía una promesa. El profeta Isaías decía: «Con sus espadas forjarán arados y
podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se
adiestrarán más para la guerra» (Is 2, 4). ¡Es bello! La paz es anunciada como
don especial de Dios en el nacimiento del Redentor: «Paz a los hombres que
amados por Él». (Lc 2, 14)Ese don debe ser incesantemente implorado en la oración.
Recordemos, aquí, en la plaza, aquel cartel: “En la raíz de la paz está la
oración”. Este don tiene que ser implorado y tiene que ser recibido cada día
con compromiso, en las situaciones en las que nos encontramos. En los albores
de este nuevo año, todos nosotros estamos llamados a reavivar en el corazón un
impulso de esperanza, que debe traducirse en obras concretas de la paz. “¿Tu no
estás bien con esto? ¡Haz la paz! En tu casa, ¡haz la paz! En tu
comunidad, ¡haz la paz! En tu trabajo, ¡haz la paz! Obras de paz, de
reconciliación y fraternidad. Cada uno de nosotros debe cumplir gestos de
fraternidad hacia su prójimo especialmente hacia quienes están extenuados por
tensiones familiares o disidencias de diversa índole. Estos pequeños gestos
tienen mucho valor: pueden ser semillas que dan esperanza, puede abrir caminos
y perspectivas de paz.
Invoquemos ahora a María, Reina
de la Paz. Ella, durante su vida terrena, conoció no pocas dificultades,
relacionadas con la fatiga diaria de la existencia. Pero nunca perdió la paz
del corazón, fruto del abandono confiado en la misericordia de Dios. A María,
nuestra tierna Madre, le pedimos que indique al mundo entero el camino seguro
del amor y de la paz. Ángelus domini...
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