«La vanidad es enmascarar la propia vida. Y esto enferma el alma, porque enmascara la propia vida para aparentar, para fingir», lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Dos inquietudes
El Evangelio del día presenta al rey Herodes inquieto porque, después de haber asesinado a Juan Bautista, ahora se siente amenazado por Jesús, dijo el Obispo de Roma. Estaba preocupado como el padre, Herodes el Grande, después de la visita de los Reyes Magos. «Existe en nuestra alma – afirmó el Papa – la posibilidad de tener dos inquietudes: una buena, que es la inquietud que nos da el Espíritu Santo y hace que el alma esté inquieta para hacer cosas buenas», y existe – agregó el Pontífice – «la mala inquietud, esa que nace de una conciencia sucia». Y los dos Herodes resolvían sus inquietudes matando, iban adelante pasando «sobre los cadáveres de la gente»:
«Esta gente que ha hecho tanto mal, que hace del mal y tiene la conciencia sucia y no puede vivir en paz, porque vive con una irritación continua, en una urticaria que no lo deja en paz… Esta gente he hecho del mal, pero el mal tiene siempre la misma raíz, cualquier mal: la codicia, la vanidad y el orgullo. Y los tres no te dejan la conciencia en paz; estos tres no dejan entrar la sana inquietud del Espíritu Santo, sino te llevan a vivir así: inquietos, con miedo. Codicia, vanidad y orgullo son las raíces de todos los males».
La vanidad, osteoporosis del alma
La primera Lectura del día es del libro de Eclesiastés aborda el personaje de Cohélet y habla de la vanidad: «La vanidad que nos infla. La vanidad que no tiene larga vida, porque es como una burbuja de jabón. La vanidad que no nos da una verdadera ganancia. ¿Qué ganancia obtiene el hombre por toda la fatiga con la cual se abruma? Se preocupa por aparentar, por fingir, por parecer. Esta es la vanidad. Si queremos podemos decir simplemente: “La vanidad es enmascarar la propia vida. Y esto enferma al alma, porque enmascara la propia vida para aparentar, para aparecer, y todas las cosas que hace son para fingir, por vanidad, pero al final ¿Qué cosa gana? La vanidad es como una osteoporosis del alma: los huesos desde afuera parecen buenos, pero dentro están todos corroídos. La vanidad nos lleva al engaño”».
La apariencia, pero la verdad es otra
Como los farsantes «marcan las cartas» para ganar – señaló el Papa – y luego «esta victoria es aparente, no es verdadera. Esta es la vanidad: vivir para fingir, vivir para aparentar, vivir para aparecer. Y esto inquieta al alma». San Bernardo – recuerda el Pontífice – dice una palabra fuerte a los vanidosos. «Piensa en aquello que tú serás. Serás alimento de los gusanos. Y todo este enmascarar la vida es una mentira, porque te comerán los gusanos y no serás nada». Pero, ¿Dónde está la fuerza de la vanidad? Animados por la soberbia hacia a las maldades, no permite una equivocación, no permite que se vea un error, cubre todo, todo se cubre:
«Cuanta gente conocemos nosotros que aparenta… ¡Pero qué buena persona! Va a Misa todos los domingos. Da grandes ofrendas a la Iglesia. Esto es lo que se ve, pero la osteoporosis es la corrupción que tienen dentro. Existe gente así – pero también ¡hay gente santa! – que hace esto. La vanidad es esto: te hace parecer con un rostro de “estampita” y luego tu verdad es otra. Y ¿Dónde está nuestra fuerza y la seguridad, nuestro refugio? Lo hemos leído en el salmo: “Señor tú has sido para nosotros un refugio de generación en generación”. ¿Por qué? Y antes del Evangelio hemos recordado las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Esta es la verdad, no la máscara de la vanidad. Que el Señor nos libere de estas tres raíces de todos los males: la codicia, la vanidad y el orgullo. Pero sobre todo de la vanidad, que nos hace mucho mal».
Renato Martinez/Radio Vaticano
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