En el mes de septiembre y en los primeros días de octubre, muchos pueblos celebran sus fiestas patronales, por la tradición de que se terminaban las tareas del campo la recolección de las cosechas. Es una manifestación necesaria en todas las comunidades.
Sin embargo, según las Sagradas Escrituras, no es bueno entregarse a la diversión descontrolada, en la que por abuso de bebida y de comida, de charangas y festejos, se llegue a perder el sentido de la solidaridad, y caigamos en cierto embrutecimiento. “¡Ay de los que se fían de Sión y confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil; arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José” (Am).
La fiesta es una dimensión esencial del ser humano, y la comida y la bebida son elementos que entrañan relaciones familiares y amigas. El Señor nos ha dado el mejor testimonio al participar de una boda o comiendo en casa de muchos pecadores, y, sobre todo, al dejarnos el banquete de la Eucaristía. El salmista profetiza los gestos de Jesús: “Él da pan a los hambrientos. Sustenta al huérfano y a la viuda”.
El consejo de San Pablo es oportuno: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”. Todo en su medida es bueno, mientras con los excesos se vuelven contra uno mismo.
Jesús presenta una parábola que denuncia el modo insolidario de vida, y también para explicar cuándo debemos hacer el bien. El texto evangélico parece que contradice el principio de la misericordia y del perdón al impedir que el pobre Lázaro alivie la sed del rico Epulón, quien está arrojado al abismo de los tormentos. Pero lo que desea exponer la enseñanza evangélica es cuál es el tiempo oportuno para hacer el bien: mientras vivimos en esta vida.
Mientras vivimos es el momento de la hospitalidad, de dar pan al hambriento y bebida al sediento. Hay más dicha en dar que en recibir, y al final de la fiesta y de toda acción humana, la paz interior y la felicidad dependen de la generosidad del propio comportamiento.
Los musulmanes, en la fiesta del cordero, tienen el precepto de dar parte de las viandas a los pobres. Los cristianos tenemos el ejemplo de Jesús y siguiéndolo, tenemos que darnos a nosotros mismos, por amor, en todo lo que hacemos por los demás.
Ángel Moreno de Buenafuente
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