Antes de comenzar a narrar
la actividad de Jesús, Lucas quiere dejar muy claro a sus lectores cuál es la
pasión que impulsa al Profeta de Galilea y cuál es la meta de toda su
actuación. Los cristianos han de saber en qué dirección empuja a Jesús
el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma
dirección.
Lucas describe con todo
detalle lo que hace Jesús en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe
el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto,
cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Todos han de escuchar con atención
las palabras escogidas por Jesús pues exponen la tarea a la que se siente
enviado por Dios.
Sorprendentemente, el texto
no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más
digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a
los más pobres y desgraciados. Esto es lo que lee. «El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los
pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para
dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Al
terminar, les dice: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El Espíritu de Dios está en
Jesús enviándolo a los pobres, orientando toda su vida hacia los más
necesitados, oprimidos y humillados. En esta dirección hemos de trabajar sus
seguidores. Esta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere
imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en
conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde
ahora para todos sus hijos e hijas.
No lo hemos de olvidar. La
«opción por los pobres» no es un invento de unos teólogos del siglo veinte, ni
una moda puesta en circulación después del Vaticano II. Es la
opción del Espíritu de Dios que anima la vida entera de Jesús, y que sus
seguidores hemos de introducir en la historia humana. Lo decía Pablo VI: es un
deber de la Iglesia «ayudar a que nazca la liberación... y hacer que sea
total».
No es posible vivir y
anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que
hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y
liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿A qué
Jesús estamos siguiendo? ¿Qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de
manera clara: ¿qué impresión tenemos en la iglesia actual? ¿Estamos caminando
en la misma dirección que Jesús?
José Antonio Pagola
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