La obra salvadora de
Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue
mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los
hombres.
Al enviar en misión a sus
discípulos, Jesús les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la
salvación y sanar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha
considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
"Los pobres y los que
sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia continuamente les
encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas como una vía
privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.
Curar a un enfermo,
acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede en nuestro
tiempo, cuando a pesar de las diversas adquisiciones de la ciencia, el
sufrimiento interior y físico de las personas despierta fuertes interrogantes
sobre el sentido de la enfermedad y del dolor, y sobre el porqué de la muerte.
Son preguntas existenciales
a las cuales la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe,
teniendo delante de los ojos al Crucifico, en el cual aparece todo el misterio
de salvación de Dios padre, que por amor de los hombres no escatimó a su propio
Hijo.
Por lo tanto cada uno de
nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a
quienes sufren y a todos aquellos que los asisten, familiares, médicos,
enfermeros, para que el servicio al enfermo sea realizado cada vez con más
humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, y con ternura.
(Homilía
de S.S. Francisco, 8 de febrero de 2015).
No hay comentarios:
Publicar un comentario