La «identidad cristiana» encuentra su fuerza en el testimonio y
no conoce ambigüedad: por ello el cristianismo no puede ser «aguado», no puede
esconder su ser «escandaloso» y trasformado en una «bonita idea» para quien
siempre tiene necesidad de «novedad». Y atención también a la tentación de la
mundanidad, propia de quien «ensancha la conciencia» en tal medida que en ella
quepa todo. Lo afirmó el Papa en la misa que celebró el martes 9 de junio, por
la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, recordando que «la última
palabra de Dios se llama “Jesús” y nada más».
«La liturgia de hoy nos habla de la identidad cristiana»,
destacó el Papa Francisco, proponiendo inmediatamente la cuestión central:
«¿Cuál es esta identidad cristiana?». Refiriéndose a la primera lectura del día
(2 Cor 1, 18-22), el Papa recordó que «Pablo
comienza contando a los Corintios las cosas vividas, algunas persecuciones», y
«el testimonio que dieron de Jesucristo». Y, en concreto, les escribe: «Es
motivo de orgullo para mí —es decir yo me enorgullezco de mi identidad
cristiana— que haya sido así. Y Dios es testigo de que nuestra palabra hacia
vosotros es “sí”, es decir nosotros os hablamos de nuestras identidad, la que
es».
«Para llegar a esa identidad cristiana —explicó el Papa
Francisco— nuestro Padre, Dios, nos hizo recorrer un largo camino de historia,
siglos y siglos, con figuras alegóricas, con promesas, alianzas, y así hasta el
momento de la plenitud de los tiempos, cuando envió a su Hijo nacido de mujer».
Se trata, por lo tanto, de «un largo camino». Y, afirmó el Papa, «también
nosotros debemos hacer en nuestra vida un largo camino, para que nuestra
identidad cristiana sea fuerte y dé testimonio». Un camino, precisó, «que
podemos definir de la ambigüedad a la identidad auténtica».
Así, pues, en la carta a los Corintios el apóstol escribe
que «la palabra que os dirigimos no es sí y no, ambigua». En efecto, añade
Pablo, «el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre vosotros... no fue
sí y no, sino que en Él sólo hubo sí». He aquí, entonces, dijo el Pontífice que
«nuestra identidad está precisamente en imitar, en seguir a este Cristo Jesús,
que es el “sí” de Dios para nosotros». Y «esta es nuestra vida: caminar todos
los días para reforzar esta identidad y dar testimonio de ella, paso a paso,
pero siempre hacia el “sí”, no con ambigüedad».
«Es verdad», reconoció luego el Pontífice, «está el pecado
y el pecado nos hace caer, pero nosotros tenemos la fuerza del Señor para
levantarnos y seguir adelante con nuestra identidad». Pero, añadió, «yo diría
también que el pecado es parte de nuestra identidad: somos pecadores, pero
pecadores con fe en Jesucristo». En efecto, «no es sólo una fe de conocimiento»
sino «una fe que es un don de Dios y que ha entrado en nosotros desde Dios».
Así, explicó el Papa, «es Dios mismo quien nos confirma en Cristo. Y nos ha
conferido la unción, nos ha impreso el sello, el adelanto, la prenda del
Espíritu en nuestro corazón». Sí, repitió el Papa Francisco, «es Dios quien nos
da este don de la identidad» y «el problema es ser fiel a esta identidad
cristiana y dejar que el Espíritu Santo, que es precisamente la garantía, la
prenda en nuestro corazón, nos conduzca hacia adelante en la vida».
«Somos personas que no vamos detrás de una filosofía»,
afirmó también el Pontífice porque «tenemos un don, que es nuestra identidad:
somos ungidos, tenemos impreso en nosotros el sello y tenemos dentro de
nosotros la garantía, la garantía del Espíritu». Y «el Cielo comienza aquí, es
una identidad hermosa que se refleja en el testimonio». Por esto, añadió,
«Jesús nos habla del testimonio como el lenguaje de nuestra identidad
cristiana» cuando dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se
vuelve sosa, ¿con qué la salarán?». Se refiere al pasaje evangélico de san
Mateo propuesto hoy por la liturgia (5, 13-16).
Cierto, continuó el Papa, «la identidad cristiana, porque
somos pecadores, es también tentada, es tentada, sufre la tentación —las
tentaciones siempre están— y puede ir tras ella, puede debilitarse y puede
perderse». ¿Pero cómo puede ser esto? «Yo pienso —sugirió el Pontífice— que se
puede ir tras ello principalmente por dos caminos».
El primero, explicó, es «el de pasar del testimonio a las
ideas» y esto es «aguar el testimonio». Como si se dijese: «Pues sí, soy
cristiano, el cristianismo es esto, una bonita idea, yo rezo a Dios». Así «del
Cristo concreto, porque la identidad cristiana es concreta —lo leemos en las
Bienaventuranzas; esta realidad concreta está también en el capítulo 25 de san
Mateo—, pasamos a esta religión un poco soft, en el aire y
en el camino de los gnósticos». Detrás, en cambio, «está el escándalo: esta
identidad cristiana es escandalosa». Como consecuencia «la tentación es decir
“no, no, sin escándalo; la cruz es un escándalo; que Dios se haya hecho hombre»
es «otro escándalo» y se deja a un lado; es decir, buscamos a Dios «con estas
espiritualidades cristianas un poco etéreas, vagas». En tal medida, afirmó el
Papa, que «están los agnósticos modernos y te proponen esto, esto: no, la
última palabra de Dios es Jesucristo, no hay otra».
«Por este camino», continuó el Papa Francisco, están
también «los que siempre necesitan la novedad de la identidad cristiana:
olvidaron que fueron elegidos, ungidos, que tienen la garantía del Espíritu, y
buscan: “¿Dónde están los videntes que nos comunican hoy la carta que la Virgen
nos mandará a las 4 de la tarde?”. Por ejemplo, ¿no? Y viven de esto». Pero
«esto no es identidad cristiana. La última palabra de Dios se llama “Jesús” y
nada más».
«Otro camino para dar un paso atrás en la identidad
cristiana es la mundanidad», continuó el Papa. Es decir «ensanchar tanto la
conciencia que allí dentro entra todo: “Sí, nosotros somos cristianos, pero
esto sí…”, no sólo moralmente, sino también humanamente». Porque «la mundanidad
es humana, y así la sal pierde el sabor». He aquí porqué, explicó el Papa,
«vemos comunidades cristianas, incluso cristianos, que se llaman cristianos,
pero no pueden y no saben dar testimonio de Jesucristo». Y «así la identidad va
hacia atrás, va hacia atrás y se pierde» y es «este nominalismo mundano lo que
nosotros vemos todos los días».
«En la historia de la salvación —dijo el Papa Francisco—
Dios, con su paciencia de Padre, nos condujo de la ambigüedad a la certeza, a
la realidad concreta de la encarnación y la muerte redentora de su Hijo: esta
es nuestra identidad». Y «Pablo se enorgullece de esto: Jesucristo, hecho
hombre; Dios, el Hijo de Dios, hecho hombre y muerto por obediencia». Sí,
destacó el Pontífice, Pablo «se enorgullece de esto» y «esta es la identidad y
allí está el testimonio». Es «una gracia que debemos pedir al Señor: que
siempre nos dé este regalo, este don de una identidad que no busque acomodarse
a las cosas que le harían perder el sabor de la sal».
Antes de continuar la celebración eucarística, el Papa
Francisco no dejó de destacar que también esta es «un “escándalo”». Es más,
concluyó: «Me permito decir que es “un doble escándalo”». Primero, explicó,
«porque es el “escándalo” de la cruz: Jesús que entrega su vida por nosotros,
el Hijo de Dios». Y luego «el “escándalo” que nosotros cristianos celebramos la
memoria de la muerte del Señor y sabemos que aquí se renueva esa memoria». Así,
precisamente la celebración eucarística «es un testimonio de nuestra identidad
cristiana».
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