Naciones Unidas advierte que más de un millón de niños, niñas y jóvenes en todo el mundo se encuentran privados de libertad, en comisarías, prisiones o centros de reclusión para menores. La mayoría no tiene antecedentes y han sido acusados por delitos leves o por delitos que en adultos no lo son, como dormir en la calle. Además, el 59 por ciento de los menores internados no ha recibido sentencia a pesar de estar retenidos, denuncia la ONU.
Por su parte, Misiones Salesianas ha lanzado este miércoles la campaña ‘IN-Justicia Juvenil’ para alertar de la realidad que viven estos niños, niñas y jóvenes. “Existen alternativas a la entrada del niño o niña a la cárcel o a un reformatorio. El gran desafío es entender que para acabar con la violencia necesitamos ser capaces de transformar el corazón del agresor y dejar de pensar en la venganza”, explica la portavoz de la organización, Ana Muñoz. "Transformar a los jóvenes, niños y niñas con problemas con la ley a través de la educación es la propuesta que los misioneros salesianos llevan a cabo en países como Sierra Leona, Filipinas, El Salvador, India o Brasil", señalan en un comunicado.
"Los menores que son privados de libertad ven cómo sus derechos son violados sistemáticamente. Muchos niños y niñas son tratados como delincuentes cuando en realidad lo que necesitan es un poco de apoyo y asistencia social. El envío de un menor a la cárcel o a un reformatorio debería ser uno de los últimos recursos, sin embargo, en muchos lugares, es un procedimiento habitual", aseguran desde Misiones Salesianas. Por ejemplo, en Kenya, más de 1.800 menores están privados de libertad por estar en una situación de desamparo o viviendo en las calles, otros 500 por no estar bajo el control paterno y cerca de 600 por mendigar.
“Mi vida en la cárcel de Pademba Road (Freetown) fue una continua tortura. Estuve en una celda con delincuentes comunes adultos. Sólo tomaba una taza de té negro sin azúcar y un plato de arroz. Los otros presos me quitaban los panecillos del desayuno y la yuca del arroz. Por la noche no podía dormir porque tenía que abanicar a los macho boys, y si lo hacía era en cuclillas. Por la mañana, me ocupaba de limpiar la lata donde hacíamos nuestras necesidades. Pero lo peor fueron los abusos sexuales de los que fui víctima durante dos largos años. Lo denuncié, pero nadie me escuchó. Era un niño de 14 años”. Ésta es la experiencia de Johny en Sierra Leona. Su delito, dormir en la calle.
Fuente: Archidiócesis de Madrid
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