Hace unos
días leí un escrito de San Basilio el Grande que encontré magnífico (Homilía
sobre la caridad, 3, 6: PG 31, 266-267. 275). Invitaba a imitar la tierra que
da fruto del cual ella no goza. Por el contrario los hombres se aprovechan de lo que ella produce. Si
has dado de comer al hambriento ciertamente retorna a ti con creces tal como el
grano de trigo caído en tierra se vuelve ganancia para el sembrador igualmente
el pan dado al que pasa hambre te producirá luego una ganancia superior.
Acá, contra
tu voluntad dejarás las riquezas, por el contrario te llevarás hacia el Señor
la gloria de las buenas obras, que al fin de tu trabajo en el campo de esta
vida sea para ti inicio de una siembra celestial. Entonces todo el pueblo que
te rodeará ante el juez universal te llamará caritativo y benéfico y te
aplicará todos los nombres que significan benignidad y humanidad.
¿No ves
aquellos hombres que por un breve honor o un aplauso malgastan fortunas? Tú por el contrario te muestras parco en
los gastos que podrían darte una cierta satisfacción. Si eres activo en el bien
Dios te aprobará, los ángeles te alabarán y todos los hombres de este mundo te
llamarán bienaventurado. En que honor tendrías que tener que tú no tengas que
llamar a las puertas de los demás, sino que los demás llamen a las tuyas.
Las
reflexiones de este santo patriarca del siglo IV son todavía hoy de gran
actualidad. Como dijo
Jesús en casa de Marta: “A los pobres siempre los tendréis entre vosotros, pero
a mí no siempre me tendréis” (Jn 12, 8).
Texto: Hna. Maria Nuria
Gaza.
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