¡Oh Deidad eterna, oh
eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a
la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo
en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más
encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo
insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que
siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna, con el deseo
ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.
Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz
tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome
yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces
partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo
unigénito. Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la
voluntad que me hace capaz para el amor.
Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la
hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí
hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la
belleza de tu hechura. ¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar
profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que
siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores
egoístas del alma.
Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad;
tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad. En
el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien; bien
dichoso, bien incomprensible; bien inestimable, belleza sobre toda belleza,
sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de
los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.
(Cap. 167, Acción de gracias a la Santísima Trinidad: edición latina, Ingolstadt 1583, ff. 290v-291)
Fuente: News.Va
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