Hoy día sabemos que la consciencia
origina una energía a-causal que provoca y dirige también procesos físicos y
psíquicos. En otras palabras: campos inmateriales son capaces de poner en
movimiento procesos materiales en el cerebro humano y en el cuerpo. Más claro
aún, las emociones y los pensamientos pueden materializarse.
Gracias a la biología molecular
sabemos que las emociones, mediante los neurotransmisores, se pasean por el
cuerpo, haciendo que enferme o se cure. El odio y las agresiones comienzan en nuestros
corazones. Nos enferman a nosotros y a la comunidad humana.
Los buenos deseos, la benevolencia
y el amor crean campos que ayudan, curan y ordenan. Las oraciones son buenos
deseos. No surten efecto porque en algún lugar elevado haya un Dios que conceda
algo porque se hayan rezado tres “Padres nuestros”, sino que la Realidad
originaria Dios ha previsto que la estructura básica de la evolución se
alimente de esa energía.
Guerra, refugiados, violaciones,
asesinatos. ¿Hay alguna respuesta para todo esto? Sí, hay una respuesta, pero
ésta no proviene de la política, sino de la profundidad de nuestro corazón, que
puede ser un nido de maldades o un lugar de paz y de amor.
El amor auténtico no actúa de otro
modo porque experimenta la unidad de la vida y se infligiría a sí mismo el mal
que hace a otro. Ese amor abraza también a los adversarios, a los que nos
odian, a los talibanes, a Osama Bin Laden, a los heridos, a las mujeres
violadas y a los niños hambrientos. Abraza asimismo, a un presidente
desorientado y a las víctimas de los atentados terroristas contra las torres de
Nueva York. Pero no tiene nada que ver con compasión sentimental, se trata del
Fondo originario mismo. El Fondo originario es amor. ¿Cómo se manifiesta este
amor?
Quiero leeros un párrafo de un
texto para que veáis lo que Jesús aconsejaba en una situación parecida. Le tocó
vivir en una época en la que Israel estaba ocupado por los romanos. Había
terroristas que se sublevaron. Conocemos el nombre de uno de ellos: Barrabás.
Jesús no le siguió; es más, fue intercambiado por él más adelante cuando ambos
fueron detenidos. Jesús murió en su lugar. Cuando Barrabás se sublevó, Jesús
predicó lo siguiente: “Pero yo os digo a
los que me escucháis; Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien,
bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera
en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le
niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo no se lo
reclames” (Lc 6,27)
Nuestro sentido común nos dice que
esto es un idealismo erróneo. Se suele decir: “pensad en los campos de concentración, pensad en Afganistán, en los
atentados terroristas, en el terror en nuestro mundo. Ningún orden social se
puede basar en ese tipo de ética, los malvados se aprovecharían siempre y nos
dominarían. Una sociedad basada en estos principios no funciona”.
Sin embargo, Jesús nos dice “Amad
a vuestros enemigos, haced el bien, a los que os odien. Bendecid a los que os
maldigan; rogad por los que os maltraten. Al que te hiera en una mejilla
preséntale también la otra, y al que te quite el manto, déjale también tu
túnica”. Así sólo habla alguien que ha experimentado la unidad con todos los
seres, porque ha experimentado que “el otro” no existe. Se ofrece a sí mismo la
túnica y el manto.
Jesús está hablando aquí del desarrollo
humano, de cómo rompemos las fronteras de la individualidad que nos aprisiona.
Y nos lo muestra con ejemplos. Únicamente ese amor será capaz de presentar la
otra mejilla, únicamente él será capaz de dar la túnica cuando se nos pide el
manto. Pero esta postura no sería auténtica si proviniera del “buen
comportamiento” o del “debes” y “tienes que”.
Quien no sea capaz de transcender
su limitación personal, quien sea incapaz de abrirse al otro, no se comporta de
acuerdo con la evolución, y cae enfermo. La estructura básica del cosmos es auto transcendencia. El científico
Charon no tuvo reparos en utilizar el término “amor” en este contexto: amor, la
estructura básica de la evolución. Nuestra sociedad está enferma de narcisismo;
no es capaz de abrirse a lo Uno y a la totalidad. Ya no se comporta de acuerdo
con la evolución. Aquí es donde se encuentra el origen del terrorismo y de la
guerra.
¿Qué podemos contraponer a ello? Estoy
plenamente convencido de que las revoluciones y el terrorismo no comienzan con
las barricadas ni con las bombas, sino en el campo energético que crean las
personas con su odio y sus agresiones.
Y viceversa: estoy convencido de
que solamente se eliminarán del mundo el terrorismo, el odio y las agresiones
mediante las energías de la paz y el amor.
Los conceptos anteriores nos
sirven para explicar el significado de la oración y de los buenos deseos, y la
eficacia de los pensamientos de paz y del lenguaje conciliador.
El cambio del mundo no comienza
con leyes y, mucho menos, con guerras, comienza en nuestro fuero interno. Los
ermitaños lo han sabido siempre, y nuestro camino contemplativo nos lo recuerda
constantemente: “Nunca estas sentado solo. El cosmos entero está sentado”. El
“efecto mariposa” comienza en tu cojín, comienza en tus pensamientos y
sentimientos, y puede afectar al mundo entero.
Días atrás estuvimos hablando de la
necesidad de volver a activar las energías femeninas que se han ido perdiendo
en los últimos siglos. Hay que despertar en nosotros esas energías: cuidar,
curar, intuir, compadecer, contemplar, sentir, ser afectuoso, entregarse, y
amar.
El amor nos convierte en personas.
Somos responsables de lo que irradia en nosotros. De nosotros siempre emana
algo: benevolencia, compasión, rechazo, odio. El amor no comienza con la
palabra y el abrazo; comienza en nuestros pensamientos y sentimientos. Quien
ama es como Dios, dice san Juan, porque “Dios es amor, y quien permanece en el
amor, permanece en Dios y Dios en él (1Jn 4, 16). “Quien ama, proviene de Dios
y conoce a Dios”.
Despertemos ahora las energías del
amor. Se convertirán en campos de ayuda y de curación que, en el momento
adecuado y en cada caso concreto, se transformarán en actuaciones de ayuda y
apoyo.
(Con ocasión del 11
de septiembre de 2001)
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